De pronto, en un estruendo, unos pasos apresurados se acercaron a mi recámara. La sensación en mi pecho era cálida y, por alguna razón desconocida, familiar.
—¡Eva! ¡Despertaste, yo pensé que...! —dijo un hombre de mediana edad, envolviéndome en un enorme abrazo dulce, con grandes lágrimas en los ojos que parecían haber estado reteniendo por bastante tiempo.
En ese momento, mi mente se iluminó con un recuerdo de este cuerpo; aquel hombre de cabello rojizo bajo la lluvia en el funeral de su Esposa.
Su padre había jurado con el corazón en aquel momento, sus palabras fueron...—Mi Eva, siempre te cuidaré. Mi preciosa hija—dijo aquel hombre, que luego me dio un abrazo similar al de ahora, uno puro y sincero.
—Yo... ¿sabía quién era...?— pensé, confundida. Los recuerdos y las sensaciones de este cuerpo me obligaron a llorar y responder al hombre desconocido con un gran abrazo, de la misma manera que él.
—Respire— Sí, ya estoy bien...— afirmé, tratando de calmar al hombre. No podía fingir demencia, sabía quién era él y dónde estaba. Pero, aun así, era irreal para mí.
En ese breve abrazo supe que era Evangelina, un personaje de algún lugar de la novela. Preferentemente era un extra de la trama, pero tristemente ese no era el problema.
• • •
—Entonces, eso significa que ¿soy la prometida de Tristán? —Reflexione tranquilamente en la habitación solitaria, un momento antes de que mi alma saliese de mi cuerpo. —¡No puede ser! ¡Voy a morir nuevamente! —Gemí— estaba asustada por la escena que podría desarrollarse en cualquier momento.
Pues...en la historia, Tristán envenena a su prometida cuando ve una oportunidad para estar con Sophia. Eso ocurre en el momento en que Sophia se enfada con Celed y huye a la casa de Tristán, su 'amigo'.
Lo peor era qué Tristán odiaba a Evangelina. La única razón por la cual surgió ese matrimonio era Evangelina, quien se enamoró de Tristán e insistió a su padre para formar un matrimonio contractual con él. Ambos se conocían desde pequeños, pero Tristán siempre consideró un <bicho raro> a Evangelina.
—¡Tú también, Eva! ¿Por qué fuerzas un matrimonio así? ¡Inmadura! —grité y me quejé internamente— era inevitable. Ahora era Eva, aunque no quisiera. Debía hacer todo para evitar algún problema y vivir esta vida a mi manera.
—Aunque suena sencillo... ¡aún no lo asimilo!—dije llorando de la confusión.
Con el tiempo, todo era extraño. Podía recordar cada vereda de mi vida pasada pero de a poco estos también se entrelazaron con los de Evangelina. Durante un mes, mi cabeza estaba nublada y quizás mi cordura estaba rota.
—¿Quién se supone que soy? —Estaba aturdida— era un pensamiento recurrente, pero la respuesta estaba ahí. En el espejo de vidrio lúgubre con terminaciónes ornamentales.
Mi tez era tan pálida como un cadáver, al igual que mis ojos sin vida, lo único vivido de mi ser era mi cabellera tan intensa como la sangre. Sin duda alguna, era <Evangeline>.