Soy la oveja negra de mi familia

Capítulo 2 [editado]

𝑶𝒍𝒊𝒗𝒊𝒂 

 

Para mi sorpresa el lunes llegó más rápido de lo que esperaba, por lo que en este preciso momento me encuentro arreglandome para —literalmente— ir a un monasterio, es que, no me queda la mínima duda de que el uniforme que tengo puesto fue diseñado por monjas. 

¡Es horrible! 

No me considero una experta en las últimas tendencias de la moda ni mucho menos, pero, con todo y eso apoyo la idea de que podrían haberse esforzado un poco más, en lugar de solo obligarnos a vestir un soso y deprimente delantal color hueso.  

Frunzo el ceño con solo verme en el espejo.

—¡Oye lenta! —dice la voz de mi tierno y lindo hermanito apareciendo de la nada para irrumpir mis pensamientos — mamá te quiere abajo en cinco segundos. 

—Dile que ya casi estoy lista —miento, estoy más lista, sin embargo no tengo ganas de asistir a ese reclusorio al que mamá le gusta llamar escuela y mucho menos de cumplir con el <<servicio social>> — y Armando ¿qué te he dicho de invadir mi espacio personal sin mi permiso? —inquiero alzando una de mis cejas. 

—Francamente, no me importa tu espacio personal —responde, encogiéndose de hombros como si nada mientras se apoya en el marco de mi puerta y, yo deseo golpearlo fuertemente en la cara— pero, aun así, toque dos veces la puerta antes de entrar.

Suelto un bufido.

Siempre he pensado que Armando es un nombre de anciano, aún así,  mamá insistió en llamarlo de esa manera en honor a mi abuelo y, hoy debo admitir que al escucharlo hablar da la sensación de que es un hombre adulto en lugar de un niño de doce años. 

Es extremadamente molesto. 

 —¿En serio? —pregunto incrédula. Él asiente con la cabeza aún recostado en la madera del marco de mi puerta—. Entonces ¿por qué no escuche nada? 

— Eso es porque aparte de lenta y fea, también eres sorda. 

 — ¡¿Que dijiste, idiota?! 

—¿Ves? —niega con la cabeza— lo dicho, definitivamente estás sorda...pero no se puede evitar, es algo natural cuando cumples cierta edad y te conviertes en una anciana amargada. 

¡AHORA SI LO MATO!  

Sin pensarlo dos veces me lanzó sobre él, pero consigue esquivar mi ataque y baja como un rayo por las escaleras. Voy detrás pero no consigo alcanzarlo, es más rápido y ágil que yo, aunque eso no significa que me vaya a dar por vencida. 

Ya en la planta baja, el muy cobarde convierte a mamá en un escudo humano:  —¡mamá, mamá! —dice, casi sin respiración.  

—¿Qué sucede? —preguntó ella, alternando sus ojos entre Armando y yo.

—Quiere golpearme —me acusa señalándome con un dedo. 

¡Claro! 

Resulta que sí sabe en qué momento debe comportarse como un niño de su edad, después de todo. 

—¡Tú te lo buscaste, idiota! —digo, sin importarme que mamá esté presente. 

—Olivia ¿Que te he dicho de hablarle así a tu hermano? —soy reprendida, pero como mencioné anteriormente, no me importa. 

—Él empezó —la verdad, no sé ni para qué me molesto en decirle eso. De todos modos, va a terminar siendo mi culpa... cómo todo lo que pasa en esta casa.

 —No me interesa quien empezó —me hace saber—, tú eres la mayor...

—¿Y eso qué? —la interrumpo. 

Ya estoy empezando a hartarme de escuchar que debo comportarme y ser un buen ejemplo para mis hermanos, porque —si me lo preguntan— aquello no es más que una estupidez. Nadie tiene porque ser responsable de los actos o errores de nadie, salvo de los propios. Eso es lo que he tratado de hacerle entender a mamá, pero es imposible hablar con ella, no consigo mencionar ni media palabra sin ser interrumpida o discutir. 

—Se supone que tú tienes que ser la que actúe con más madurez de los tres —comenta señalándome a mí y luego a mis hermanos—, en lugar de discutir con ellos como si fueras una niña. 

 —¡Pero...!   —empiezo a protestar. 

 —Pero nada —me corta el rollo de inmediato — y ahora que bajaste, creo que ya podemos irnos ¿no?

¿Ven a lo que me refiero? 

Mamá solo se preocupa por Armando y Catalina, soy consciente de que al tener solo doce y diez años, requieren de mayor atención y cuidado. 

Pero ¿qué hay de mí? 

Yo también la necesito, me gustaría poder tener una tranquila conversación con ella, recuperar el vínculo fraternal entre ambas, sin embargo; eso parece imposible. Admito que me duele, porque por un tiempo fuimos bastante unidas, luego crecí y de repente todo lo que hacía —o hago—  empezó a fastidiarle, hasta llegar al punto en el que ni siquiera sé si de verdad somos madre e hija o simplemente un par de extrañas obligadas a compartir el mismo espacio. 

Ella no parece notarlo, está tan concentrada en su trabajo y en proteger a mis hermanos de mi <<mala influencia>> que simplemente me ha dejado en un segundo plano, pero no importa porque soy la mayor… ¿cierto? 

— Sí —respondo colgando el morral sobre mi hombro izquierdo— ¿qué estamos esperando?




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