Soy la oveja negra de mi familia

Capítulo 3 [editado]

 

𝑶𝒍𝒊𝒗𝒊𝒂 

 

—Oye, ¿te encuentras bien? —pregunta la misma voz de antes. 

Abro los ojos de golpe y sin previo aviso me encuentro con un par de ojos cafés que le pertenecen a un muchacho que — a simple vista— luce un par de años mayor que yo, es alto y su cabello castaño. 

Por alguna razón, Verónica, viene a mi mente y arrugo la frente de inmediato. 

<<¿Acaso estaré alucinando por el golpe?>> 

Sí, seguro debe ser eso, no hay otra explicación. 

—¿Estás bien? —vuelve a preguntar, pasando una mano delante de mis ojos. 

Parpadeo un par de veces antes de abandonar mis pensamientos y regresar a la realidad.

—¿Qué? 

—Te estoy preguntando que si estás bien —su rostro muestra más confusión que preocupación—, llevas un rato con la mirada perdida ¿lo sabías? 

—Estoy perfectamente —respondo y luego añado con algo de sarcasmo—, nunca he estado mejor. 

—¿Segura?  la caída fue bastante... fuerte —me hace saber. 

—Sí, estoy muy segura —respondo y sin darle la oportunidad de decir algo más, pregunto—: Por cierto ¿quien eres?

 —Olvide presentarme —dice apenado—. Soy Marcos, el jardinero... bueno, jardinero suplente ¿o era temporal?, no recuerdo bien —rasca levemente la parte trasera de su cabeza

Lo observo con incredulidad. 

No sabía que hubiera un jardinero, o sea, es obvio que alguien debía de cuidar las flores y eso, sin embargo; pensaba que las monjas se encargaban de eso por su propia cuenta. Nunca se me pasó por la mente de que la hermana Lucia le permitiera a un hombre poner un pie dentro de este lugar y mucho menos a uno tan joven. 

Digo, teniendo en cuenta que es  una escuela exclusiva para señoritas y además católica.

—Vengo todos los días a esta hora —trata de convencerme, pero no me fio del todo en sus palabras. Él se percata de ello y añade—: Si quieres, puedo llamar a la hermana Lucia y...

—¡No! —lo interrumpo con rapidez. Carraspeo un poco y vuelvo a decir—. No hace falta.

— De acuerdo —sonríe—. Entonces, no la llamo.

Ofrece su mano derecha en ayuda y aquello me hace caer en cuenta de que sigo tirada en el piso. 

—Eres muy amable —pronuncio en tono seco rechazando su oferta, pues, prefiero ser precavida y mantener la distancia—, pero,  puedo levantarme sola. 

Eso es lo que digo, pero, cuando intento ponerme de pie un pequeño quejido de dolor se escapa de mis labios. Bajo la mirada hasta mi rodilla izquierda y efectivamente hay sangre, no me había percatado de que me lastimé cuando me caí antes. 

Noto como el chico de pelo castaño trata de acercarse a mí, pero yo se lo impido. Es un completo extraño para mí, por lo que podría ser un asesino en serie o un pervertido que acosa a estudiantes. Bueno, tal vez he visto mucho Discovery Investigation y a lo mejor no sea un asesino, pero, aun así queda la posibilidad de que si sea un pervertido o un acosador. 

Como si leyera mi mente, dice: —Tranquila, solo quiero ver cómo está tú rodilla —se asegura de mantener sus manos en donde pueda verlas y se lo agradezco—. No haré nada raro, lo prometo. 

—Solo quiero que sepas —declaro, manteniendo mi ojos fijos en él— que mi papá es General de la Marina. 

—¿Es una amenaza?

—Más bien una advertencia. En caso que quieras pasarte de listo. 

Sonríe.

—Lo tendré en cuenta. 

—Más te vale. 

Sin decir más, avanza con cautela y se agacha para quedar a mi altura. Tal como lo prometió, no hace otra cosa diferente que observar el estado de mi rodilla, lo que me confirma que tampoco es un pervertido y que, tal vez, estaba hablando en serio cuando  dijo que era el jardinero de la escuela. 

Sin embargo, no me permito bajar la guardia. 

—Parece que conservaras la pierna —bromea y yo, ruedo los ojos con fastidio—, pero, de todos modos hay que curar y desinfectar la herida —dice, antes de abrir el morral que traía colgado en su espalda hace unos segundos y sacar un estuche rojo. 

Es uno de esos botiquines portátiles de primeros auxilios, como era de esperar cuenta con lo necesario para tratar la herida de mi rodilla,  me resulta bastante curioso por que no puedo evitar preguntar: —¿siempre llevas uno de esos contigo?

—Bueno, es mejor ser precavido —responde y alzando la vista de nuevo hasta mi rostro añade un—: Nunca se sabe cuando va a ocurrir un accidente ¿no crees? 

—Suenas como un doctor. 

—Pero no lo soy, al menos no todavía. 

—¿Todavía? 

—Es que, casualmente, estudio medicina. Aunque recién estoy iniciando la carrera.

<< ¿Con que va a la universidad? >> 

Sabía que era mayor que yo, sin embargo, no imaginé que fuera un universitario. Una razón más para mantener la distancia. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.