Soy la oveja negra de mi familia

Capítulo 4 [editado]

 𝑶𝒍𝒊𝒗𝒊𝒂.

 

—Y ¿es guapo? —pregunta Ana, moviendo sus cejas de manera coqueta.

—¿Quién? 

—¿Quién más? El jardinero. 

La miro con incredulidad. 

No puedo creer que después de contarle todo lo que ocurrió en mi primer día de <<servicio social>>, ¿eso sea lo único que haya logrado captar su interés?

Dice ser mi mejor amiga y ni siquiera me ha preguntado cómo sigue la rodilla que tengo lastimada. Toda su atención está puesta en el misterioso jardinero que ni siquiera sabía que teníamos en la escuela. Debí imaginar que algo así sucedería, después de todo, se trata de Ana ni más ni menos. 

Así es ella. 

—¿Para qué quieres saber eso? Tu tienes novio ¿lo olvidas? —le recuerdo, pero en realidad solo quiero fastidiarla un poco.

Ella hace un gesto con sus ojos antes de responder: —Solo tengo curiosidad. Además con preguntar no le estoy siendo infiel a Leo ¿o sí?

Okay. 

Aunque detesto admitirlo, tiene razón.

Además, ella está más que enamorada de su novio, así que, dudo pueda siquiera pensar en engañarlo, pero como toda mejor amiga no confío del todo en él.

Suelto un suspiro antes de responder: —Supongo que no.

—¡Lo ves! —dice, ondeando su rubio y sedoso cabello con gracia—. Entonces regresemos a lo importante: ¿es guapo o no? 

—No está mal. 

—<<No está mal>> ¿es lo único que dirás? 

— Sip — digo, mientras nos acercamos a las escaleras—, eso es lo único que diré. 

—¿Al menos sabes su nombre? 

—Por supuesto —Ana, se muestra ansiosa por saber el nombre del misterioso jardinero—. Se llama Marcos... y al parecer estudia medicina. 

Ana se queda pasmada durante unos segundos.

De pronto, jala de mi brazo con fuerza provocando que casi pierda el equilibrio. No sé exactamente qué bicho le ha picado, pero no me gusta el extraño brillo que hay en sus ojos y tampoco me gusta la sonrisa que se está formando en la comisura de su boca.

—¿Qué rayos te pasa? 

—¡Es un universitario! —prácticamente grita cuando lo dice. De inmediato cubro su boca con mis manos para callarla, es demasiado tarde,  las miradas de las demás alumnas que también transitan por el pasillo en busca de su salón se posan sobre nosotras—. Lo siento— se disculpa en voz baja—, pero es que ¡es un universitario! ¡estamos hablando de un universitario!

—Si ¿y qué? —siseo—. No es la gran cosa. 

—¿Cómo qué no? —replica de inmediato— ¡Hola! es un chico mayor que nosotras, eso ya lo hace algo emocionante y divertido… ¿no te parece?

suelto un bufido.

—No —la contradigo—. Eso lo hace peligroso. 

—No seas aburrida, Liv —dice, posando un brazo sobre mi hombro—. Recuerda lo que dice Romeo: una aventura es más divertida si huele a peligro.

—Estás loca.

Ana siguió desvariando y creyéndose la aprendiz de cupido hasta que llegamos a nuestro destino, de inmediato abro la puerta para ingresar al salón. Si soy honesta esperaba ver a la hermana Bernarda —ya que es la encargada de la primera clase—, por desgracia; en su lugar terminé viendo a una persona desagradable. 

Definitivamente, mi mañana se arruinó por completo y eso que apenas inicia.

—Miren quien apareció, chicas—dice, nada más y nada menos que la estúpida de Verónica con una sonrisa de superioridad en su rostro.

Sus tres seguidoras ríen por lo bajo.  

Me cuesta creer que en algún momento de mí vida la consideré como una amiga, en mi defensa, ella no era la arpía fastidiosa que es hoy. Solía ser una persona dulce y encantadora, pero, de pronto cuando íbamos en séptimo grado, de la noche a la mañana pasó de juntarse conmigo a ser mi piedra en el zapato. 

No perdía la oportunidad de burlarse y esparcir rumores sobre mí en toda la escuela, de hecho, mi fama de <<chica problema>> se la debo a ella. Fue horrible. Sin embargo, lo superé, ella podrá seguir comportándose igual que en ese entonces pero yo cambié, ya no soy chiquilla débil e incapaz de defenderse de antes.

—¿Escuchaste algo, Anita? —le pregunto a mi amiga, ignorando a Verónica por completo. 

—Yo no escuché nada —responde ella, cruzando sus brazos—. Tal vez fue el viento ¿no crees, Liv? 

—O una asquerosa mosca que anda zumbando por ahí—remato y mi querida amiga me apoya gustosa. 

La cara de Verónica se contrae ante mi comentario, a lo que suelto una sonrisa burlona haciéndola enojar aún más. Le toma unos segundos recuperar el semblante de antes  y antes de que abra la boca, tengo la leve sospecha de lo que dirá:  Me enteré que ayer tuviste que limpiar toda la escuela, sola —típico de ella ¿de verdad piensa que eso afectará? —. Así que ¿por qué no nos cuentas qué te pareció esa bella experiencia? 

—Creo que no fue tan emocionante como tu visita a la peluquería —espeto y ella de manera inconsciente lleva una mano hasta su cabeza, recordando que trae el cabello más corto —mucho más corto— de lo normal—. No te preocupes, ese corte luce bien en ti, Verónica. Es más, deberías agradecer que no quedaste calva  —lo último lo digo con un evidente tono sardónico.  




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