Soy la oveja negra de mi familia

Capítulo 17 [editado]

Durante todo el fin de semana hice un gran esfuerzo para no enviarle un mensaje a Ana. Sentí que lo más correcto era dejarla tranquila. Seguro necesita tiempo para pensar y procesar la escena que vio en el centro comercial. Tampoco quiero inmiscuirme más de lo que debo. Mi amiga es fuerte y sé que conseguirá seguir adelante y superar al idiota de Leo. Confío en que así será. Es cierto que se siente herida, burlada y traicionada en este momento, pero más adelante se dará cuenta que aquello era lo mejor. Comprobar con sus propios ojos que él no merecía y tal vez, nunca mereció que ella estuviera a su lado. 

Aún así no puedo evitar estar preocupada por ella. Hoy no vino a la escuela. Lo cual es raro, admito que no es una persona a la que le fascine estudiar, sin embargo, nunca falta a clase.  

—¿En qué piensas tanto? —una voz que me resulta más que familiar me ayuda a regresar a la realidad. 

Doy media vuelta y efectivamente se trata de Marcos, quien me mira con el ceño fruncido. 

Solo en ese momento caigo en cuenta de que he estado metida en mi mundo durante un buen rato. Es un milagro que el rastrillo aun siga en mis manos y no esté tirado en el suelo. Olvidé por completo que debía terminar de limpiar el jardín de la escuela. 

Un suspiro se escapa de mis labios. 

—No pensaba en nada —miento. 

—¿Segura? —insiste el chico chico castaño dudando de mis palabras. 

—Sí —respondo, al mismo tiempo que alzo la vista hasta encontrarme con sus ojos cafés—. ¿puedo preguntarte una cosa?  

—Adelante. 

—¿Por qué los hombres son tan idiotas? —suelto así sin más y el pobre parece quedar fuera de base. 

En definitiva, no vio venir esa pregunta. 

Su expresión lo deja más que evidente. Si no estuviera molesta por lo que Leo le hizo a Ana, en este momento estaría riéndome por lo graciosa que se ve su cara. 

Niega un par de veces con su cabeza, antes de decir: —No sé qué rayos fue lo que pasó, pero, déjame decirte que no todos los hombres son idiotas —hace una pequeña pausa—. Al menos, yo no lo soy… ¿o sí? 

Tiene un buen punto. 

Aunque detesto admitirlo, no puedo negar que lo dice es cierto.. 

—De acuerdo —digo un tanto enojada por no poder llevarle la contraria—. Mejor olvídalo, no te he preguntado nada. 

—Cuánta agresividad —es evidente el sarcasmo en su voz. 

Lo ignoro y me dispongo a terminar de limpiar el jardín para irme a casa. En vista de que no obtiene una respuesta de mi parte, dice: —solo estaba bromeando —aclara, rascándose el cuello algo avergonzado—. Dime: ¿Qué te sucedió para que estés así?  

—A mí no me sucedió nada.

—¿Entonces? —me mira confundido. 

Suelto otro suspiro.

—Fue algo que le pasó a Ana…

—¿Ana? —repite como si tratara de recordar el nombre— ¿la rubia que estaba contigo en la fiesta? 

—Sí esa —respondo y él asiente—. Vimos al estupido de su novio besando a otra chica en el centro comercial. 

—Vaya —son las palabras que salen de su boca antes de agregar—: Ahora entiendo por qué está así.  

—¿Así como?  

—Más cortante de lo usual. 

—Yo no soy cortante —me defiendo. 

Él suelta una sonrisita. 

Sin decir nada. Se acerca unos pasos más a donde me encuentro. Tengo un impulso de retroceder, pero a duras penas consigo reprimirlo. 

<<¡Dios! ¿en qué momento su cercanía empezó a afectarme?>>

—Eso no es importante en este momento —dice y yo no puedo estar más de acuerdo—. Y bien, ¿que hizo tu amiga? —me mira con un genuino interés por escuchar la respuesta que le daré. 

No tengo la más mínima idea del porque le conté algo como eso a Marcos y muchos, entiendo la razón por la me escucha con tanto detenimiento. Sin embargo, se lo agradezco. Agradezco que me permita desahogarme y sacar todo lo que siento al ver a mi mejor en una situación tan difícil. En especial, cuando no merece lo que le está pasando. 

—No hizo nada —soy sincera—. Me pidió que los ignorara y nos fuimos de allí. 

—¿Y tú quieres hacer eso? 

—Ignorar la situación y quedarte de brazos cruzados. 

Abro la boca y la cierro de golpe. 

Me toma un par de minutos más aclarar mis ideas y finalmente respondo: —si fuera por mí, le hubiera dado un buen golpe en la cara —y es verdad—. Incluso le partía la nariz. 

—Sí que eres violenta —se burla. 

Le lanzo una mirada matadora. 

—Dije “hubiera” —le aclaro—. Por obvias razones no puedo hacer algo como eso. Aunque no voy a negar que sí me gustaría poder darle una pequeña lección a ese idiota y que así aprenda a no burlarse de las mujeres. 

Marcos piensa durante unos segundos: —¿Y quien dice que no se puede?  




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