Soy la oveja negra de mi familia

Capítulo 23 [editado]

 

Noviembre llegó en compañía de una leve pero refrescante brisa. Las cosas últimamente parecen ir bien con mamá. Es agradable poder comunicarme un poco más con ella. Por primera vez, siento que tuvimos una verdadera conversación madre e hija y funcionó. Gracias a ello el viaje a la escuela ya no se siente tan tenso y en casa puedo estar mucho más relajada. Con mis hermanos no ha cambiado mucho nuestra relación, pero bueno, ellos son otro rollo así que está bien. 

Siempre y cuando no me molesten. 

En la escuela tampoco he vuelto a tener inconvenientes. Por supuesto, Verónica no deja de fastidiarme pero eso es normal en ella. He decidido ignorarla por completo y no dejarme provocar por su actitud infantil. 

No quiero echar todo a perder de nuevo. Solo espero que todo permanezca de este modo. Sin perder más tiempo me dispongo a continuar con el “servicio social”. La jornada escolar acabó hace ya un buen rato. Termino de limpiar los salones y de inmediato me dirijo al jardín. Como siempre. Marcos ya se encuentra allí. Sonríe apenas me ve y por alguna razón me pongo nerviosa. 

<<¡Dios! ¿qué es lo está pasandome?>> 

Trato de actuar natural cuando lo saludo. Ni siquiera tengo idea de porque tengo que forzarme a comportarme como de costumbre en este momento. ¡Por todos los cielos! es Marcos a quien tengo enfrente. 

<<Todo esto debe ser por culpa de Ana y sus estúpidos comentarios>>. Pienso en mis adentros.

De lo contrario, no tendría porque estar nerviosa por su presencia pero lo estoy, y eso me molesta… Me molesta que al hacer contacto visual con sus ojos cafés no pueda ser capaz de apartar mi vista de ellos. Es como si una especie de magnetismo me atrajera de manera inconsciente hasta el punto de quedar hipnotizada…

—¿Sucede algo? —pregunta Marcos, trayendome de nuevo a la realidad. 

—Nop. Todo está perfecto —respondo como si nada— ¿por qué lo preguntas? 

—Es que de pronto te quedaste mirándome fijamente. 

—¿Qué? ¿yo? —finjo demencia—. Claro que no. 

—Entonces debí imaginarlo. Mi error —dice en un evidente tono sarcástico pero lo ignoro—. Aunque es una lastima… por un momento llegué a pensar que estabas interesada en mí. 

—¿No es que no estabas interesado en las colegialas? —inquiero con una ceja levantada al mismo tiempo que cruzo mis brazos. 

—Cierto. 

Ruedo los ojos con fastidio. 

Y dando la conversación por terminada tomo el rastrillo y una bolsa negra y empiezo a recoger las hojas secas que están esparcidas por todo el jardín. No me pasan desapercibidas las leves miradas que el chico castaño lanza en mi dirección. 

Trato de no prestarle demasiada atención a ello y prefiero concentrarme en lo que estoy haciendo. 

 

****

—Y bien, ¿cómo han estado las cosas por allá? —pregunta papá desde la pantalla de la tablet que sostiene mamá en sus manos. 

Al parecer, al fin tiene un poco de tiempo para dedicarle a su “familia”. Hacía más de dos semanas que no llamaba porque como siempre está ocupado, lo cual, no es nada raro ni mucho menos sorprendente de escuchar. Sin embargo, parece que la única que piensa de ese modo soy yo. 

Mamá, Armando y Cat, están completamente bien con la situación. 

los tres hablan con una sonrisa en sus rostros, mientras le cuentan a papá los últimos pormenores de sus vidas. Yo por mi parte. Prefiero mantenerme a raya de su conversación y solo me dedico a terminar de comer mi cena. Sé que mamá y yo estamos en una especie de tregua —si se puede llamar así—, pero las cosas con papá son diferentes. 

—¿Qué hay de ti, Liv? —levanto mi cabeza del plato para mirar la pantalla. Mamá ha ubicado la tablet para que él pueda verme. Se ve un poco cansado y ojeroso, es más, me atrevería a decir que hasta tiene más canas tiñendo su negra cabellera que ya no es tan negra. Viéndolo así, me siento mal por pensar de forma tan egoísta al querer que papá nos dedique más tiempo del que puede. Pero es inevitable para mí hacer tal cosa, después de todo se supone que nosotros deberíamos ser su prioridad no el trabajo, ¿verdad? —¿Cómo te ha ido? 

—Bien —me obligo a contestar.  

—Eso es bueno. 

—Sí, supongo que sí. 

Él no dice nada. Mejor dicho, no tiene nada que decir. Por la expresión que muestra, es obvio que esperaba que la conversación fuera diferente, tal vez más placentera pero en su lugar terminó siendo demasiado incómoda. 

Por suerte Cat, empieza a hablar aminorado la tensión que se formó en el ambiente: —papi, ¿y cuando vas a venir? 

—¡Ah, sí! —responde él volviendo a sonreír—. Ese es precisamente el motivo de mi llamada. Al parecer me darán permiso para ir a casa en los primeros días de noviembre… aunque no está confirmado todavía. 

Los ojos de la niña brillan de emoción. 

—De verdad espero que puedas venir, papá —ahora es Armando quien habla—. Te extraño. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.