Soy la oveja negra de mi familia

Capítulo 30 [editado]

—¿Quieres que hable con tu mamá? —pregunta Ana, cuando nos encontramos a una cuadra de mi casa. 

Suelto un largo y profundo suspiro. 

—No —contesto—. No es necesario. 

—¿Segura? —me mira con una expresión de preocupación y culpa—. Después de todo yo fui la que te convenció de… 

—Yo quería ir, ¿de acuerdo? —digo interrumpiendola, porque es la verdad. Yo… yo quería ir a la fiesta y no me arrepiento de haber ido. A pesar de todo lo que pueda pasar con mamá cuando esté frente a mi casa, estoy segura que esta será una de las mejores noches que habré tenido en mi vida—. Así que no te preocupes por eso. 

—Está bien, está bien —la rubia regresó su vista al frente y yo hago lo mismo. Ojalá no lo hubiera hecho porque de inmediato a mi mamá esperándome— ¿de verdad no quieres que hable con ella? 

Estoy tentada a responder que sí, pero al final, decido mantenerme firme y afrontar las consecuencias de mis actos. 

Cualquiera que sean. 

Respiro hondo. 

—Solo deseame suerte. 

—Suerte, Liv. 

—Gracias —pronunció al tiempo que me libero del cinturón de seguridad.Doy otra respiración profunda para llenarme de valor y bajar del carro—. Bien, aquí voy. 

Una vez fuera camino hasta la entrada, justo donde mamá se encuentra de pie, tiene sus brazos cruzados sobre su pecho además de sus ceño fruncido. Para mi desgracia la distancia entre las dos no es mucha, por lo que, basta con un par de pasos para que estemos frente a frente 

Ninguna de las dos habla. 

Simplemente nos dedicamos a mirarnos en silencio durante un par de segundos que parecen eternos. Espero que diga algo, cualquier cosa, pero no lo hace. Sin ser capaz de seguir aguantando la tensión, abro la boca para ser yo la primera en hablar. 

—Mamá, dejame explicarte … 

—¿Explicarme qué, Oliva? —me interrumpe con una voz áspera— ¿cómo dejaste a tus hermanos solos para ir a una fiesta? 

No soy capaz de argumentar nada ante eso.

Lo arruiné. 

Lo arruiné todo. 

—Intenté confiar en ti, juro que lo intenté —aquellas palabras suenan como navajas en este momento, siento unas ganas inmensas de llorar pero consigo evitar que las lágrimas inunden mis ojos. No me gusta llorar, en realidad, lo detesto. Supongo que eso es una de las pocas cosas que debo tener en común con papá. Aprieto mis puños con fuerza mientras mamá continúa hablando—. Sin embargo, tú, me sigues demostrando que definitivamente no puedo hacerlo. 

—Yo…

—¿Tú qué? —me insta a terminar la oración, pero no lo consigue porque no tengo idea de como continuarla. Ella pasa una mano sobre su rostro antes de pronunciar en voz baja—: Ya tuve suficiente. Me rindo. No sé qué más hacer contigo. 

Al escucharla me quedo congelada. 

No es hasta que veo a mamá entrar a la casa que mi cuerpo vuelve a reaccionar. Sin darme mis pies se mueven y se detiene en la sala, a pocos metros de donde está ella. Casi por impulso abro la boca y por primera vez en dieciséis años tengo deseos de decir todo eso que me he estado guardando. 

De hacerle saber cómo me siento en realidad. 

Sé que no es el momento adecuado, pero no me importa. Así como ella yo también suficiente. Ya me cansé de simplemente quedarme callada.  

Yo también tengo voz y voy a usarla. 

—Lamento no ser la hija que esperabas… o esperas que sea, mamá —comienzo a decir con amargura—. Lamento ser solo una mala influencia para Cat y Nando. Y sobre todo, lamento causarte tantos problemas y decepcionarte siempre, ¿por qué eso es lo que hago no? Decepcionarte. 

Ahora es ella la que no tiene nada que decir. 

Y eso me basta para saber que estoy en lo correcto. 

—Olivia… 

—¡Esa es la verdad, mamá! —grito, aunque ni siquiera sé por qué lo hago. Solo quiero sacar todo lo que tengo atorado en mi pecho de una buena vez, no tendré otra oportunidad de hacerlo—. Todo el tiempo lo he sabido —lágrimas que había estado reteniendo empiezan a salir a la superficie—, que sin importar lo que haga para ti siempre seré la oveja negra de esta familia.  Y lo peor es que tal vez tengas razón. 

—Eso no es cierto. 

—Por favor, ¿a quién quieres engañar? —la miro directo a los ojos—. Ambas sabemos que es cierto. Es lo que día a día piensas de mí. 

 —¡Basta! —me ordena—. Ya no quiero seguir con esta conversación. 

Una sonrisa irónica se forma en mi rostro. 

—Ese es el problema. Tú nunca quieres seguir ninguna conversación —recalco algo que es obvio, aunque, para ella no fuera así—. Cada vez que trato de hablar contigo es lo mismo… ¿y todavía te preguntas el por qué no tenemos una excelente relación madre e hija? 

—Bien. Entonces hablemos. Te escucho, Olivia. 

—Parece que sigues sin entender nada, mamá. 




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