Spiacente

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Spiacente.

Uno de los pueblos más venerados de todo el condado. Eran una unión, una comunidad, una familia. Todos y a cada uno de los habitantes de Spiacente se apoyaban mutuamente. Eran un pueblo en completa armonía.

Pero por supuesto, lo eran.

Eso se había acabado esa noche. La familia del Gobernador estaba en su cena de inspección semanal. Y ellos llegaron. Al caer el sol, un camión de mudanza llego al pueblo. Unos extraños, llegaron y arruinaron todo. Desconfianza, vandalismo, secuestros, muertes, suicidios. Ellos llegaron acompañados de la catástrofe.

 

Viernes 31 de agosto. 11:20 pm Centro de Justicia Spiacente.

 

— Muy bien señor, repita su denuncia. ¿Por qué el motivo de su reporte? —. El comisario no entendía, era la cuarta vez que el hombre le repetía lo grave que era este asunto. Pero él creía que estaba delirando. Pero, ¿Cómo no iba a creerlo? Estaba culpando a personas que solo habían ayudado al pueblo. ¿Por qué iba a creerle a un desconocido?

— No hay tiempo —. Dijo por lo bajo —. ¡Ellos son unos monstruos! ¿Por qué no hace nada al respecto?

— Señor, cálmese. No podemos actuar, su palabra no es suficiente, necesitamos más que simples suposiciones, señor. Esta acusación esta carente de pruebas, no podemos...

— ¡¿Qué más necesita?! Su propio pueblo se esta consumiendo en desgracias, su gente, su familia. ¿Qué más necesita para creer en mí palabra? ¿Quiere que alguien más salga herido? ¡Su pueblo esta sufriendo!

Se mantuvieron en silencio, el hombre respirando al borde del colapso. El oficial Mcgregor seguía sin decir nada. El hombre tomo su silencio como respuesta y se dirigió a la salida derrotado.

— Señor, no podemos actuar, simplemente necesitamos más que una suposición de un extraño. Le recuerdo que usted no quiere darnos su identificación, lo que nos hace dudar de su denuncia. Este caso esta carente de pruebas.

— Señor Mcgregor. Todo el pueblo esta huyendo. ¿No quiere evitar eso? ¿Quiere que su gente siga sufriendo? —. No respondió, el hombre siguió hablando dándole la espalda al capitán —. Todas esas muertes, las desapariciones, los problemas, la desconfianza. Todo es culpa de ellos. ¿Por qué duda de mí? ¡Mcgregor por el poderoso Demiurgo! ¡Yo solo quiero ayudar!

—Señor —. El oficial Mcgregor se aclaró la garganta —. No podemos actuar si no tenemos las acusaciones suficientes, su palabra no basta.

— Quizás a ella si le crea —. Dijo el hombre, saliendo de la comisaría.

Una pálida y temblorosa chica entró a la comisaría chocando con él hombre que se marchaba derrotado. Al estar a pasos del capitán, se rompió en llanto. Dejando al capitán sin palabras.

—¿Qué pasa? —. La mujer de la barra pregunto, observando a la chica desgarrada en llanto.

— ¿Peni, estás bien? —. Pregunto el capitán rodeándola con los brazos.

— Y-yo... confié en ellos, e-ellos, no s-son lo que parecen —. El capitán observo a la mujer de la barra confundido.

— Penélope ¿De qué hablas? —. Preguntó la mujer.

— Nos mintieron —. Soltó Penélope, ya no lloraba, no hipeaba, estaba en un shock temporal, no sabía que sentir, todos los oficiales se adentraron en la habitación, esperando una reacción de la chica —. ¡Todas sus palabras eran falsas! So-somos, unos... ilusos..

Penélope cayó al suelo, inconsciente. Quizás lo que vio fue demasiado, o quizás lo que le dijeron la tomo desprevenida.

Lo único que todos tenían claro era su confesión...

Sus palabras eran falsas.

Pero ¿A qué se refería con eso?

 




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