Spiacente

4

Viernes 3 de agosto

La misma pregunta salía de la boca de todos. De todos, menos la de El Gobernador el ni siquiera me había dirigido la palabra. Ya me tenían harta con la misma pregunta. Nunca pensé que dos palabras me agobiaran tanto.

— ¿Estás bien? —, preguntó Pandora a penas entré a la heladería. Demiurgo, estaba ya colmándome la paciencia. Asentí, ella caminó a largos pasos y me abrazó —, sabes que puedes llorar en mí hombro si así lo deseáis, no te obligues a acumular todo ese dolor. Demiurgo me ha enviado a vuestro lado para apaciguar y ponerle fin a vuestro sufrimiento.

La miré perpleja. Pandora era la líder del grupo de luz de la iglesia. Estaba completamente entregada a Demiurgo. Y su forma de ser era... extraña, en todo el contexto de la palabra. Nunca había conocido a una persona tan... ¿Buena? Como lo es ella. Gracias a eso. La iglesia la consideró un ser de luz, nombrándola la líder del grupo de Luz. Era patético.

Los profundos ojos de Pandora estaban clavados a los míos profundamente. Por un momento sentí que podía ver mí alma.

— Oye... —, aparté sus brazos y puse una distancia aceptable entre nosotras —, creo que Brandon estaba devastado hace unas horas. Supongo que se estará... ¿Tragando ese dolor? Ya sabes, para hacerse el hombre, macho, pecho peludo, capitán serio ¿Terminator? —, su rostro se frunció. Un "Ains" fue su respuesta y vi como observaba a Brandon con ternura.

— No imaginé que Brandon fuese tan sensible —, caminó hacia Brandon a pasos firmes —. Demiurgo me ha enviado para borrar el dolor en los corazones fuertes —, escuché que dijo para si misma mientras se alejaba. Brandon me mataría por eso. Pandora tenía una obsesión con él, pero a Brandon... Digamos que él no es alguien de muchas creencias.

Caminé a la barra y me quedé perpleja. Hoy viernes, era el turno de Jesús en la barra. Por eso vine... para ver que había sucedido con su puesto... veo que no tardaron mucho en buscarle reemplazo.

Un chico con una cara de pocos amigos estaba en su lugar. Unas canicas azules tenían toda mí atención, su piel pálida lucia suave bajo la luz de las farolas de HeliCools. Una gorra en forma de bola de helado cubría una melena marrón clara. Estaba mirando un punto en el suelo, hasta que su mirada se topó con la mía... Sus ojos, no mostraban emoción alguna. Era como si no estuviese observando a nadie. Solo una mancha en la pared. Eso me hizo sentirme pequeña. Me hizo sentirme más que incómoda.

— Buenas —, dije a penas llegué a la barra —. Hola —, dije nerviosa, una ceja oscura se arqueo. Demiurgo, él ni me conoce —. Soy Penélope...

— ¿Qué vas a ordenar? —, me interrumpió, su voz era grave pero suave a la vez. Se escuchó firme, desinteresado, pero sonaba firme, sin titubeos.

— Emm, yo...

— ¿Y bien?

Por un segundo, olvidé por completo mí orden. Me sentía pequeña junto a ese chico. Era intimidante.

— ¿Penélope? —, la voz de Ricardo fue música para mis oídos. traía un delantal azul, su turno era en la cocina sirviendo los helados. Secó sus manos con un pañuelo y salió de detrás de la barra y se encaminó a abrazarme —. Me alegra tanto saber que estas bien. Lamento mucho, mucho, mucho lo que sucedió.

Debí haberme roto a llorar. Debí haberme atragantado en moco. Debí sollozar hasta que mí garganta no produjese sonido alguno.

Pero no lo hice. Me quede estática observando una foto de una barquilla colgada en la pared. No me moví, ni siquiera le correspondí el abrazo. La muerte de Jesús, ya debía convertirse en un recuerdo. Uno muy doloroso. Pero las personas fuertes son las que vuelven a sus recuerdos y salen ilesas de ellos. Yo me considero una persona fuerte.

— Él en verdad te amaba. Mucho.

O eso me consideraba.

Una punzada en mí pecho me hizo estremecerme y buscar refugio en sus brazos. Apreté su camisa en puños mientras me intentaba apretar más a su pecho. Las lágrimas no tardaron en aparecer, pocos segundos después ya era un mar de lágrimas. Los recuerdos invadieron mí mente, todas las veces que venía aquí. Todas sus palabras. Las veces que lo ayudaba a servir los helados... Todo.

"Esa caja no es, princesa"

"Te dije que cubierta de chocolate"

"Tienes helado en la mejilla"

"¡Ni se te ocurra poner esa cuchara ahí!"

"Tus visitas me ayudan a sobrevivir aquí"

"Que bueno que vinieras, princesa"

Todo estaba ahí de nuevo. La tierna sonrisa de Jesús cuando yo llegaba, las peleas de helado que teníamos cuando yo lo ayudaba a servir copas. Las discusiones sobre como podríamos sobrevivir viviendo juntos si yo no era atenta en mis quehaceres. Los picos fugaces que me daba cuando en verdad me enojaba con él. Las veces que planeamos en olvidar la misión e irnos de aquí, lejos, olvidando nuestro trabajo, nuestra tarea, nuestra misión, viviendo solo ese momento los dos; juntos.




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