Spiacente

5

 

ROWILD TAMBAR.

 

Blanco.

Ese color me representaba.

El albino del pueblo; así me llamaban... hasta que entré a la pandilla Cadenas de Hierro. Ellos no me discriminaron, ni siquiera nombraron mi color de piel, de cabello, de ojos…

Eso era mi condena.

Mi cabello blanco, mi piel blanca, mis ojos grises que de alguna u otra forma para todos: eran blancos. Pero claro, ¿A quién le importa? Solo soy el albino que se esconde tras la sombra de su hermano.

En Spiacente no todos vivían felices.

Yo era uno de esos. Hasta que los conocí a ellos.

Tomy: el que simula ser rudo pero por sus amigos era capas de dar la vida.

Brad: tan serio como tonto, estar 5 segundos con él era asegurar una carcajada.

José y Santiago: los gemelos que pretenden ser crueles, pero luego andan rezándole a demiurgo para que perdone sus caídas.

Y Pol: nuestro líder. Lleno de tatuajes y piercings para “aparentar” rudeza. Juro que una vez lo descubrí llorando mientras veía una telenovela. ¡Una telenovela!

Así eran todos en el grupo.

Con un cascaron de chicos malos, pero con una semilla tan dulce y repleta de humanidad. Eran la mejor familia que pude haber encontrado, y ahora buscábamos un nuevo integrante.

Clarence.

El chico que quiere ser rudo, que quiere ser perverso, que quiere ser un completo malote. Su cara de asombro al ver nuestras verdaderas facetas fue arte.

Cuando a Pol se le escapó una lágrima mientras nos contabas que Roberta y Martín no pudieron quedar juntos fue épico. Clarence rió como nunca, fue la primera vez que lo vi reír. La primera de muchas, había encajado perfectamente en el grupo.

Habían pasado 3 días desde que Clarence había entrado y ya estaba faltando a su primera reunión de equipo.

— Yo digo que se quiere hacer el rebelde con nosotros —, murmuró Brad. Le molestaba la idea de que Clarence nos quisiera ver la cara de imbéciles. Somos una familia, y eso para Brad era sagrado.

— Solo hay que darle más tiempo, aún es muy temprano —, lo defiendo. No quiero que a solo 3 días de su iniciación lo empiecen a ver como un enemigo.

— Quizás está pasando tiempo con Patricia —, me apoyó Tomy —, saben… esa chica se veía súper molesta. Era como una sanguijuela.

Patricia Dinos.

Hermana de la oficial Petra Dinos. Recuerdo que hace ya bastante tiempo me maquilló en la oficina de su hermana, “para que agarrase color”. Mi hermano Jeffrey —la mano derecha del capitán Mcgregor— se burló de mí y ella me defendió. Fue —en ese entonces— una buena amiga, hasta que simplemente se alejó de mí; o yo de ella. No sabría con certeza quién de los dos se alejó primero.

— No creo que sea una sanguijuela —, murmuré, la molestia era clara en mi voz. Tanto así, que todos en la habitación me observaban perplejos.

— Suenas a un novio celoso —, bromeó José.

— Uno muy celoso —, lo apoyó su hermano; Santiago.

Sentí como mis mejillas ardían y negué rápidamente. Todos rieron por mi reacción.

Por Demiurgo…

— Nunca antes había visto tanto color en tu rostro —, se burló Pol.

— Y-yo no com-comprendo —, todos se carcajearon de mí. Hasta que un fuerte golpe se escuchó en el portón de nuestro almacén.

Pol fue a abrir el portón un poco extrañado. Todos lo estábamos; nadie, absolutamente nadie venía a éste almacén, en realidad nadie sabía que nos reuníamos aquí.

Un pequeño almacén escondido entre los alrededores de Spiacente.

Clarence tenía llave. Así que era completamente ilógico que alguien viniese.

— ¡Chicos! —, gritó Pol con Clarence en brazos.

Todos corrimos a su lado. Clarence estaba agitado, revolcado y casi inconsciente. En su pierna izquierda se podía ver una herida, una muy profunda.

Alguien le había hecho eso.

Una amenaza…

Todos cogimos lo primero a nuestro alcance como armas. Si había corrido hasta aquí, no dudo que alguien lo fuese seguido…

— Clarence, cuéntanos que te sucede. ¡Clarence! —, Santiago auxiliaba a Clarence, su pierna sangraba y su respiración cada vez se hacía más y más pesada.

— No… debí… haberlo seguido —, murmuró entre grandes bocanadas de aire.

— ¿A quién? —, preguntamos al unísono.

— Al asesino… de Jesús.

Fue lo último que dijo antes de caer inconsciente.

Todos quedamos perplejos. Clarence nos había hablado de lo que había visto esa noche; la noche del asesinato de Jesús. No sabíamos si denunciar, o si simplemente quedarnos callados. Era mucho peso en nuestros hombros… demasiado.

El miércoles en la madrugada, cuando Clarence nos contó todo. No dude ni 2 segundos en informar a mi hermano. Me prometió guardar el secreto, pero si las cosas pasaban a mayores hablaría.




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