Spiacente

6

Sábado 4 de agosto

PENÉLOPE SALMON.

 

La tarde de ayer fue... extraña. Pero la mañana de hoy, no tenía palabras.

La casa estaba solitaria, cosa que no suele pasar muy a menudo. Como la casa del Gobernador, siempre hay cosas que hacer, siempre hay visitas inesperadas, siempre hay ajetreo por aquí, por allá.

Pero hoy no. Yo estaba sola. Bueno, Brandon estaba conmigo, pero el punto es: ¡No había nadie en casa!

**

Luego de intentar recorrer el pueblo —lo que era imposible gracias a los atascos que había en la avenida principal— me estaba hartando de ver lo mismo.

Todo lo que veía era tan ajeno a lo que era hace una semana. ¡Ni ayer las cosas estaban así! Observe cada tienda, cada kiosco, cada casa. Todo se veía tan... diferente. La calle no estaba sola, había mucha gente caminando, conduciendo, trabajando. Eran aproximadamente las 11 de la mañana, pero ya ni siquiera podía distinguir la hora. Los horarios de las tiendas ya no estaban. Hacían todo a prueba y error.

Demiurgo debe estar tan decepcionado de ellos.

La gente caminaba ignorando la presencia de los demás, chocando unos con otros, como si fuesen ciegos, como si no se percatasen de que alguien camina en su misma dirección. Sus rostros eran semblantes serios, no se veían nada... amables. No veía ningún amago de alguien queriendo sonreír. La gente en las tiendas se veía tan amargada, los clientes que entraban en una, salían maldiciendo y quejándose de esta. Los letreros llamativos ya no estaban, en su lugar había carteles hechos con páginas escritos a lápiz negro. Los atascos en las calles se estaban frecuentando más en las extensiones. Juraría que podría llegar más rápido a… donde sea; caminando.

— Bajaré un segundo —, le informé a Brandon —. Nos vemos en HeliCools.

— Bien, quizás llegues tú primero, pero vale, si no llego al medio día, lárgate de ahí.

— Como usted mande.

Caminé entre el atasco de coches —casi muriendo en el intento— hasta llegar a la acera. Pensé quizás que la gente actuaría diferente conmigo, pero no.

¿Por qué sería así?

Gente molesta pasaba a mí lado, chocando conmigo y siguiendo adelante sin siquiera disculparse. Rostros conocidos, viejos amigos... todos me conocían, pero no les importaba, su malhumor les ganaba.

Confundida y desesperada por saber que demonios había ocurrido en ¿Qué? ¿18 horas? ¿20? No sabía con certeza pero la desesperación estaba apoderándose de mí, intenté detener a alguien, me sentía como una idiota siendo ignorada por todos.

— Richel... Paola... ¡Malcon viejo amigo!... Marcus... ¿Bobby?... ¿Patricia?... ¿Alguien?

Todos y cada uno ignoró mí llamado. Esto estaba siendo vergonzoso. Tragándome mí vergüenza, fui empujada brutalmente hasta caer sobre mí trasero.

— Mierda... ¿Estás bien? —, por primera vez en todo lo que llevo fuera del auto, alguien me ha dirigido la palabra, mí corazón dio un brinco ¡Queda algo de humanidad en el pueblo!

Me levante eufórica, ¡Demiurgo! Pensé que el pueblo estaba perdido.

— Sí, sí, sí. Estoy más que bien —, el chico asintió y pretendió seguir su camino, aferré mí mano rápidamente a la suya —. ¡Espera!

— ¿Sucede algo?

— ¿A caso no has visto a tú alrededor? —, sus cejas se fruncieron, sus ojos marrones brillaron de una forma extraña, haciéndome a mí fruncir mis cejas. Él observó a los lados intentando entender que sucedía.

— ¿Qué... hay que ver exactamente?

— Soy Penélope Salmon —, sus ojos tomaron un brillo inexplicable, sus cejas llegaron al nacimiento de su cabello una sonrisa maliciosa se formo en sus labios. éste chico se me hacía tan conocido — ¿Tú... eres?

— Ryde —, sonrió coquetamente —. Ryde Collens. ¿Podrías soltar mí mano, muñeca? —, ¿Muñeca? Definitivamente este chico no es de aquí. ¿Quién demonios intenta cortejar a una chica de esa forma tan vulgar y marginal? ¡Demiurgo no permite eso!

— No eres de por aquí, ¿Cierto? —, pregunté y al instante solté su mano.

— ¿Tanto se nota? —, asentí —. Lo sé, físicos como el mío no se ven muy por aquí. Culpable.

— Definitivamente no eres de aquí.

— ¿Por qué lo dices?

— Las personas de aquí se caracterizan por su buena actitud, por su forma de ser tan generosa, Spiacente esta repleto de personas de buen corazón, personas que...

— ¡Quítate! —, Robert, un anciano que trabaja en el servició público, me empujó con brusquedad interrumpiendo el discurso tan memorable que estaba dando, dejándome en ridículo.

— Si... amables, como tú digas —, Ryde se burló de mí. Mis mejillas ardieron. ¡Robert, Demiurgo te castigará!




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.