4 de agosto.
Oficial Jeffrey Tambar.
Hablar de Rowild me desanimaba completamente.
Él siempre fue tan… inofensivo.
Su muerte me tomó con la guardia baja.
Si tan solo fuésemos hablado hermanito. Si tan solo me fueses permitido contar toda la verdad. Pero le había prometido que no hablaría, a no ser que fuese necesario.
Rowild estaba muerto.
El causante de eso debía pagar.
No sabía mucho, pero sabía lo necesario para comenzar a actuar. Siento que Rowild sabía que esto pasaría. Que yo me quedaría solo y que tendría que encargarme de toda la situación.
Morgan; mi esposa. Estaba completamente de acuerdo conmigo.
“Hay que hacer algo antes de que esto pase a peores”
Quise llamar a mi jefe y contarle todo. Pero no, debía ser cara a cara. Enfrentar la situación de frente.
— Adiós, querida —, le doy un beso tosco en los labios mientras acomodo mi corbata.
— Ten un buen día, señor oficial —, me besa nuevamente, pero con más ansia, más deseo. Tentándome a quedarme, pero no debo —, por favor, cuídate mucho.
— Te amo.
— Te amo mucho más —, fue lo último que escuché de mi mujer.
Entro en mi coche y conduzco a la estación de policía.
Recuerdo a Rowild contándome todo. Sus manos temblorosas, sus ojos nerviosos, su temblorosa voz. También recuerdo haberme quedado en shock cuando susurró el nombre del asesino de Jesús.
Me contó como Clarence se había ocultado detrás de un contenedor cuando creyó ver a un hombre.
Clarence, rebelde pero inteligente. Le comentó a los chicos que una batalla cuerpo a cuerpo con ese hombre era una derrota segura. Así que prefirió esconderse y observar. Identificarlo y luego encerrarlo.
Fuese sido un buen plan, si el asesino de Jesús fuese estado solo. Un hombre creyó ver una sombra en un contenedor. Clarence, aterrorizado corrió hacia el bullicio de gente.
Pero era tarde. Lo habían visto. Identificado. Y ahora, lo habían asesinado.
A él y a 6 chicos increíbles que no tenían culpa de nada.
Mi hermanito había sido asesinado injustamente por un hombre que solo quiere cumplir un capricho.
¡Era injusto!
Me sobresalto cuando alguien choca su auto en el parachoques del mío. Apago mi auto furioso ¡¿Acaso alguien sabe manejar en este maldito pueblo?!
Salgo del auto hecho una furia. La cual desaparece cuando veo la Mini-van de Clarence. Y ahí esta el asesino de Jesús, apuntándome con un arma.
— Suba oficial, tenemos mucho de que hablar.
Oficial Jerry Mcgregor.
Llevaba horas en mí oficina analizando por cuarta vez los expedientes que estaban en mí escritorio. Todos posibles sospechosos de las tragedias que están sucediendo en Spiacente. 7 expedientes, 7 personas distintas, 7 posibles sospechosos sobre los asesinatos de estos 2 días en el pueblo.
Pero todos tenían algo en común. Ninguno estaba en condiciones para llevar a cabo los asesinatos.
Posiblemente solo pudiesen con la pequeña Karina. Pero los demás… chicos saludables en condiciones para defenderse. Todos ellos no están al alcance de las víctimas. Mucho menos cuando 6 de ellas pertenecen a una pandilla.
Simplemente era absurdo tenerlos como sospechosos. Pero igual ahí estaban, siendo apuntados como sospechosos en algo que ni todos juntos lograrían hacer.
Aparté uno de los expedientes y lo guardé en una de las gavetas de mí escritorio que tengo asegurada con llave. Y llamé a mí primer oficial y mano derecha.
— ¿Señor? —, la Oficial y Gerente Petra Lion estaba de pie con la puerta abierta al límite.
— Creo haber llamado al oficial Tambar —, reproché.
— Si señor, pero…
— Necesito hablar con el oficial Jeffrey —, ella pareció dudar en irse. Se quedó en la puerta un largo rato, murmuró una que otras cosas imposibles de entender, y salió.
Me dirigí a la estantería donde suelo guardar mí reserva de Whiskey para momentos estresantes. Y éste, era uno de esos.
Iba por mí cuarta copa cuando la desesperación hizo aparición. Ya había pasado más de media hora desde que mandé a llamar a mí primer oficial Jeffrey Tambar.
Salí con un humor de perros, cerré la puerta de un golpe provocando que el sonido retumbara por todo el centro policial, que ahora mismo, estaba vacio.
Me quede perplejo. Toda angustia, ira y desesperación se habían ido, siendo reemplazadas por una recóndita curiosidad. ¿Qué centro de justicia estaría vacío al medio día? ¡Los descansos eran a las 3!
Inspeccioné todo el primer piso y no había nadie, las oficinas estaban vacías, la recepción igual, subí al segundo piso y todo estaba igual. Baje las escaleras dirigiéndome al sótano, Quizás planearon una reunión y por mis humores de perro no me invitaron, pensé justificando la soledad del centro policial. Tan solo si El Gobernador se enterara de esto me quemaría vivo.
Abrí la puerta del sótano al instante unos susurros captaron mí atención, haciéndome bajar en completo silencio, siendo lo mas cauteloso que un hombre de 90 kilos podía ser. Con cada escalón los susurros se intensificaban, diferentes voces se escuchaban al fondo. ¿Será alguna sorpresa? De ser así. ¿Por qué en el sótano? ¿Por qué no en la recepción? Mejor dicho ¿Por qué demonios harían una sorpresa? Bajé hasta llegar al último escalón donde escuché todo claramente.
— ¿Qué haremos ahora? —, escuché decir a la oficial Hernández, que aunque no podía verla, sabía que era ella. Su voz era inconfundible.
— No lo sé —, respondió el oficial Johnson.
— ¿Qué podríamos hacer?
— ¿Por qué no informamos al capitán?
— Escuché el corcho de la botella de Whiskey, no esta en condiciones para saber al respecto.
— Eso no importa. ¿Hace cuanto que no se sabe de él?
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Editado: 24.02.2020