Spotter

Capítulo VII. Maximilian

Maximilian

No era lo que esperaba o, mejor dicho, no me dio lo que necesitaba. No es como si tener sexo en el asiento trasero del auto de Josh sea lo más cómodo y placentero del mundo pero, sinceramente, he tenido mejores hasta en el lavabo de la cocina. Con su ropa de zorra y lo coqueta que es, me hizo creer que ella me ayudaría a bajar el maldito calentón que me provocó haber visto a Madeline moviendo su trasero de un lado al otro en la disco. Se movía tan provocativamente y ese vaivén le sentaba tan bien que llegué a pensar que sabía que la estaba viendo y lo estaba haciendo a propósito.

No aguanté más y les hice caso a los otros cuando acordamos comportarnos como normalmente lo haríamos: me levanté de mi asiento —ignorando los chillidos y reproches de la tipa con el diminuto vestido negro que seguía caliente— y fui tras la chica que consiguió, en unos minutos, excitarme de tal forma que logró que ignorara la «necesidad de venganza» que tenía contra ella y fuera yo el que la invitara a bailar cuando son las mujeres las que me llueven y yo puedo escoger a la que quiera.

¿Y para qué? Bueno, me rechazó. Una mujer, una chica, una hembra, me rechazó. Me importó muy poco que me haya tratado de mujeriego —porque tiene toda la razón, hay que admitirlo—, lo que me molestó fue que se negara a bailar conmigo y el espectáculo que se armó en media pista de baile para hacerlo. No sé si se dio cuenta pero cuando me empezó a gritar como posesa, a pesar de la música, la gente se nos quedaba viendo y se echaban a reír de mí. Incluso, Felicia, que estaba tras ella, se dio cuenta y pude ver cómo se reía también, pero seguía bailando. Madeline no me permitió hablar, me dejó en ridículo y luego se fue.

¿Que si me enojé? Dios, eso queda corto. Sentí mi sangre hervir y mis dientes hasta rechinaban de lo fuerte que los presionaba. Normalmente, un poco de sexo me calma, pero tan mal estuvo que sigo igual o todavía más irritado. Mientras lo hacíamos, estuve maquinando y, cuando Laura estaba a punto de llegar al orgasmo, la convencí para que los invitara a todos a ir a su casa. Estaba tan distraída y vulnerable que aceptó sin rechistar.

Se entiende el trasfondo de todo esto, ¿no? No tengo nada muy planeado aún —porque no sabía si aceptarían— así que solo dejaré que las oportunidades de joder a Madeline lleguen solitas a mí y yo las utilizaré muy bien. El destino sabrá lo que le pase a ella esta noche.

—Bueno, entonces vámonos —propone Josh, poniéndose de pie y los demás lo siguen.

Camino serio con la mona chillona que se me cuelga del brazo mientras me habla de puras estupideces. ¿Se podría callar? Dios, juro que quisiera meterle un tapón en esa bocota. Madeline camina sin ganas detrás de nosotros con sus amigas y Josh va de la mano de Mariela mientras conversa con Alex. Menuda suerte la mía, me toca con la que no se puede tener una conversación normal. Simplemente, la ignoro ya que habla tanto que yo ni tengo oportunidad de responder.

—¿Cómo irán a la casa de Laura? —pregunta Josh a Mariela.

—Vinimos en el auto de Elizabeth —responde ella mientras esquivamos a la gente y llegamos a la salida.

Caminamos fuera y siento el frío vendaval chocar contra mi rostro. Vuelvo la mirada hacia atrás y el mismo viento hace que a Madeline le revolotee el pelo y consiga que mis ojos no se separen de ella mientras se lo acomoda.

—Tú y tu jodido vestido, Lizzie. ¡Me estoy congelando!

—¿Así que el vestido es tuyo, Elizabeth? —me entrometo consiguiendo la atención de ambas. Sonrío—. Entonces, debo agradecerte por hacer que se lo pusiera. Hiciste un favor a todo el género masculino.

—Ni porque estás enojado dejas de lado lo imbécil —gruñe Maddie que me esquiva, sigue caminando y Elizabeth y Felicia empiezan a reír.

Sigo andando con la vista de sus caderas contoneándose rítmicamente de un lado a otro mientras camina. Esos tacones le moldean las piernas y las hacen lucir más largas. Lo sé, soy un jodido pervertido, pero esta vista es demasiado buena como para no disfrutarla.

—¡Max, no me estás prestando atención! —exclama esa voz en mi oído y me hace dejar de lado mis ideas lujuriosas mientras escucho las carcajadas de Madeline desde enfrente.

—¿Y su auto? —pregunta Alex a Elizabeth.

—Lo dejamos un par de calles más abajo.

Seguimos caminando en un silencio incómodo, bueno, un silencio más el cotorreo de Laura. Bajamos un par de calles solitarias y oscuras todos juntos hasta que llegamos a donde se supone que debe estar el auto en el que vinieron las chicas. Nos paramos en una esquina de la acera y miramos la calle con confusión.

—Liz, ¿y el carro? —inquiere Madeline con una ceja arqueada.

Elizabeth está pálida mientras mira la calle con el rostro desencajado. No mueve un músculo y le cuesta demonios hablar.

—No está..., mi auto... no está —tartamudea y creo que se va a desmayar.

Felicia y Madeline abren los ojos como platos mientras comienzan a maldecir por lo bajo. Laura es indiferente mientras los tres hombres nos miramos asombrados.

—Pero si no está aquí, ¿dónde está? —murmura Mariela y Felicia se lleva una mano a la frente.

—Por Dios, Mariela, por Dios... —espeta esta, negando con la cabeza.

—Mari, le robaron el carro a Elizabeth —responde la de morado con paciencia.

—Oh... —susurra Mariela, apenada. Da un paso atrás y lleva la mano a su boca.

Elizabeth sigue diciendo improperios mientras camina de un lado a otro con Felicia, Alex y Josh tratando de calmarla y rogando que piense bien qué hacer mientras Madeline se golpea la cabeza contra un poste repitiéndose a sí misma «estúpida, estúpida, estúpida…». Y es que tiene razón, solo a ellas se les ocurre dejar un carro solo, de noche, en un barrio peligroso.

—Bueno —carraspea Josh, llamando la atención de todos—, nos acomodaremos todos en mi auto para ir a casa de Laura y mañana las chicas irán a poner la denuncia.




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