Sr. Grisper

PRIMERA PARTE: LA CARTA.

A veces pensamos demasiado en el futuro que perdemos la noción del presente.

Otro día más desperdiciado.

Encendí la chimenea. Me senté en el sillón y comencé a revisar los correos; algunos de deudas bancarias, otros de descuentos. En fin, sentí un fuerte dolor de cabeza. Mientras tiraba algunos correos a la chimenea, como avivarla, observé un peculiar sobre de color rojo; el cual no tenía emisor, solo mi nombre en él y una nota pegada que decía: “¡Ábrela!”. Titubeaba, entreabrirlo o no, algo dentro de mí me advertía. De quién era esa carta, qué contenía el sobre, estas interrogantes no me dejaban tranquilo. Daba muchas vueltas al asunto, me tentó el pensamiento de tirarlo a la chimenea y regresar a mi aburrido chequeo de correspondencia, aburrido pero tranquilo.

Cansado de la indecisión, lo coloqué a un lado para que sea una decisión del futuro y yo, por el contrario, seguiría con el aburrido chequeo de correspondencia.

Sin darme cuenta; a la mañana siguiente, desperté en el sillón. Vi la hora, 7.00 am, y me levanté rápido a recoger mis cosas, aún no era tarde para ir al trabajo. El viejo maletín que fue un regalo de cumpleaños; aunque antiguo ya; una bufanda gris oscura, y el bendito paraguas, que compré este mes por las noticias del clima; eran los objetos que nunca me faltaban al salir.

En cuanto llegué al trabajo, me dirigí a mi escritorio. No llegué tarde para mi alivio. De inmediato reviso los correos que les falta destinatario, ese es mi trabajo. Es una sección que no tiene mucha relevancia y en donde el salario no es el mismo que el de los demás, pero me sienta bien, porque no trabajo mucho y carezco de responsabilidades. Reviso semanalmente los correos y algunos los llevo a casa para revisarlos más tranquilo. Otros sobres pasan directamente a la trituradora, aunque últimamente están llegando más cartas sin destinatario.

La mayoría de las cartas suelen ser de ancianos o personas que sufren pérdida de memoria. Mi función es devolver las cartas encontrando al emisor, o que simplemente completen el espacio del destinatario. A veces pienso que esto se debe a la locura pueblerina.

Un día, mientras me dirigía a la dirección del emisor de una carta, conocí a una mujer, sobrina de una señora que hace poco fue diagnosticada con Alzheimer, ella dijo que su tía era una mujer refinada pero que ahora solo envía cartas sin contenido, pero eso no es lo extraño, lo extraño era que las cartas que enviaba la señora estaban dirigidas a un hombre que solo había visto en sueños. La mujer ya no tenía presente a su esposo, luego de su perdida, enloqueció y se olvidó de él.

La locura poco a poco se apodera de este pequeño pueblo, no me sorprendería si un día de estos despierto tan loco como ella.

—Buen día, Sr. Grisper, ¿algo que desee en su oficina? —saluda amablemente Tomás, practicante que entro a la sucursal hace poco. Un joven, apenas 18 años, y brillante, que fue recomendado por su universidad para realizar sus prácticas en este lugar.

—Buen día, Tomás. Por el momento; no. Igual gracias —correspondí el saludo agradecido.

—Bueno, estaré atento por si usted desea alguna cosa, recuerde que hago lo mejor que puedo para poder encajar aquí y deseo quedarme con el puesto, Sr. Grisper.

—Lo sé, Tomás. Eres el que mejor me cae de todos los practicantes aquí, pero no se lo menciones a los demás —aunque solo hubo dos practicantes esta temporada.

Ordenando los papeles de mi escritorio, reviso unos documentos que no había archivado. Una carta tras otra era apilada en mi escritorio. Al terminar con los sobres, noté uno familiar, solo una pequeña estampa sobre él y un llamativo color rojo, consternado lo abrí cuidadosamente.

San Francisco, 05 de mayo de 1998

G. Grisper.

A mi querido hijo:

Hola, hijo, espero que te encuentres bien en tu nuevo hogar, traté de comunicarme contigo por todos los medios, pero al parecer no obtengo respuestas, la gente me sigue preguntando por ti; hoy vino esa chica, de la que siempre me hablaste, también preguntó por ti, antes era normal que viniese todos los días a verte, pero ahora solo lo hace una vez cada mes.

Ya pasaron tres años desde que mamá nos dejó. Perdón por no prestarte atención, sé ahora que tú, al igual que yo, también pasabas por un terrible momento, sé también que no fui el buen padre que te merecías, aunque ahora quiero saber de ti, solo pido que me perdones, realmente quiero estar en paz contigo, y conmigo mismo. Por favor te lo ruego hijo respóndeme.

Mi salud ha empeorado, según el doctor me informó que tengo cáncer pulmonar y tengo que seguir una serie de tratamientos, pero ya estoy viejo; no quiero vivir con esas preocupaciones, de igual manera te habrás dado cuenta de que mi tiempo está contado.

La vida es efímera hijo, más ahora para mí, cuando el final está cerca lo sabemos con claridad, las circunstancias que pasaste, todos esos momentos malos que tuviste, todo es por mi culpa, yo soy el culpable del porque ya no te tengo presente y, aun así, te sigo escribiendo estas cartas desahogándome entre lágrimas, te amo hijo, quisiera ver tu rostro una vez más.

Con amor, tu padre.

 

Luego de leer la carta, pensé; es extraño ver sus sentimientos plasmados en esta hoja. Aunque sea en una hoja de papel, logro entenderlo, pero no empatizo. Él, después de la muerte de mi madre, nunca los mostró cuando lo observaba. Habla de no querer más preocupaciones cuando nunca las tuvo. La fecha es de hace siete meses. Seguro estaba oculto entre todos los sobres.

Miré el reloj de la pared y me fijé que el tiempo había pasado rápidamente, recojo mis cosas para salir del trabajo.

—¡Hey, Gabriel!

Interrumpido abruptamente, voltee reconociendo la voz de aquel sujeto que considero un amigo en este trabajo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.