Parpadeé y busqué aclarar mi visión. Desearía no haberlo hecho, pues seis rostros descompuestos se ceñían sobre mí en espera de una reacción. Seis hermosos, increíbles e inmaculados muchachos aguardaban por mí.
Eran mis creaciones.
—¡Dios santo! —murmuré y tomé la sábana que me cubría el pecho para cubrirme la cara—. Estás soñando, Edyah. Has tenido un cumpleaños difícil, la has pasado mal. Es normal que tengas alucinaciones. Sí, es completamente normal…
—Las alucinaciones nunca son normales —replicó una voz sobre mi cabeza.
—¡Oye! Tú eres médico, ¿no? Ayúdala —ordenó otro, de manera firme.
—Está conmocionada —diagnosticó—. Es una reacción normal a algunas drogas. A veces, las personas olvidan lo que han hecho o, en este caso, ¡CÓMO HAN SECUESTRADO A SEIS HOMBRES!
—¡YO NO HE SECUESTRADO A NADIE! —repliqué, antes de intentar ponerme de pie; me choqué con todos ellos—. ¡PAPÁ!
—Oh, vamos, ya habíamos pasado por esto —suplicó Killian.
—Edyah, solo tienes que decirnos qué fue lo que ocurrió —aclaró Jared—. Sé que lo recuerdas… solo dinos por qué estamos aquí.
Mi cabeza daba vueltas. El mundo que estaba debajo de mis pies se movía con giros vertiginosos. No, ni loca. No iba a creer en las palabras de la anciana con la que topé a mitad de la calle. No obstante, tampoco, iba a creer en mi cordura de la noche anterior. En ese lapsus, vomité, ¿cierto?
Quizá sí había sido drogada durante el día y no lo había notado. Hasta cabía la posibilidad de haberme golpeado la cabeza con el borde del váter y de encontrarme, en una camilla de hospital, dentro de un coma inducido.
Coma inducido. Sí, definitivamente era un coma inducido.
Sonreí.
La mente de un escritor es un mar de posibilidades. No me sorprendería que un dragón, oculto en el sótano, comenzara a arrojar arcoíris y pegatinas de unicornios, en lugar de fuego, hacia nuestra dirección.
—¿Lo ven? ¡Drogas! ¡Son las malditas drogas! —Me señaló Alden Bell con el ceño fruncido.
—Edyah —insistió Jared a medio paso de perder la paciencia.
—Venga, está bien. —Reí por lo bajo, incapaz de contenerme ante la idea de representar tal escena—. Ayer cumplí dieciocho, mi novio se metió con la brujastra que duerme en la habitación de al lado y todos olvidaron mi cumpleaños. ¡Incluso, en el club del periódico escolar! Después de eso, me encontré a una anciana con los dientes más bellos que he visto en la vida. Ella juraba que usaba zapatos Gucci, pero les juro que esas cosas ni siquiera podrían llegar a…
—Edyah —suplicó Jared, de nuevo.
—Lo siento. —Carraspeé—. Bien, la cosa es que la mujer me ha dicho un montón de palabras extrañas. Básicamente, me dijo que pidiera un deseo. Después de pensar que todos los hombres eran una mierda, decidí traer a verdaderos caballeros. Sabía que esa especie única solo iba a encontrarla dentro del papel encuadernado, así que deseé que mis creaciones masculinas vinieran a mí… ¡Y aquí están! ¿No es genial?
Los seis me observaron como si de pronto me hubiese llenado la boca con cucarachas y escorpiones del suelo.
—Esto es peor que las drogas. —Alden se rascó la nuca con una mano y clavó la mirada en el techo.
—¿Cierto? —Barrí la mano en el aire, como si le restara importancia—. Tranquilos, los médicos de la ciudad son realmente buenos. Sí tuve la buena fortuna de caer en la Clínica Mayo, saldré en un santiamén. En cuanto despierte, ustedes volverán a sus importantes vidas.
Si antes me miraban como a una loca, ahora, ni siquiera podía describir la forma tan preocupada con la que me recorrían con la mirada.
—Y ahora que caí en un coma muy vívido, debería ir a decirle a Zac Newman que lo amo y que me decepcionó se metiera con Lizzy el verano pasado. —Me puse de pie—. También, debería decirle a la profesora Carmen que su aliento a ajo es… penetrante. A mi padre, que su equipo de brutos me tiene cansada y, al equipo de brutos, que no son más que cerebros licuados dentro de un cuerpo bien trabajado. Son todos unos cabezotas.
Silencio.
—Y esos son… ¿insultos? —preguntó Liam arqueando una ceja.
—Nunca ha sido muy buena con los insultos —confirmó Jared.
Entonces, recordé que él no era parte de ninguna de mis novelas. De hecho, nunca había utilizado ese nombre y no entendía por qué mi mente lo había materializado. Quizá era algún efecto de la anestesia.
—¿Y tú quién se supone que eres? —Fruncí el ceño y toqué su pecho con el índice. Me sorprendí.
Vaya, pero que sueño tan… realista.
Él suspiró y se pasó una mano por los cabellos, como si buscara liberarse de una presión invisible, como si quisiera despertar de una pesadilla.
¡Pues, ya éramos dos!
—Soy Jared, yo era… —hizo una pequeña pausa para rascarse la nuca y vagar en un mar de pensamientos mientras pescaba las palabras adecuadas para lo que diría a continuación—: yo soy tu amigo imaginario.
Las risas no se hicieron esperar. Los cinco chicos restantes estallaron en sonoras carcajadas. A Jared no le hizo mucha gracia, pero no hizo más que cruzarse de brazos y observarlos con enojo. Yo sonreí.
—¿Cuántos años tienes? ¿Cinco? —se burló Kaden, apenas capaz de contenerse.
—¿No eres demasiado mayor para tener amigos imaginarios? —me preguntó Liam y me miró con ternura, como si fuera su hermanita pequeña o un osito de felpa de su infancia.
—No tengo amigos imaginarios —repliqué y me uní a sus risas con simpatía. Eso era una buena broma.
—Lo tenías a los tres y lo perdiste a los ocho. —Jared parecía confiado—. Me recuerdas y lo sabes. —Con agilidad, tomó uno de los cuadros que mi padre conservaba sobre la chimenea. Era un dibujo pintado con crayones en el que aparecíamos mis padres, Jared y yo. Estábamos en un jardín todavía más imaginario, que el niño loco que sostenía la pelota—. Yo, también, soy un hombre creado por ti.
¿Qué demonios…?