Con la intención de simular un entorno penitenciario realista, Zimbardo y su equipo transformaron el sótano del Departamento de Psicología de la Universidad de Stanford en una prisión improvisada. Se instalaron celdas, puertas de acero y cámaras de vigilancia para reforzar la atmósfera de confinamiento. Los participantes, previamente seleccionados y divididos en dos grupos al azar, llegaron sin saber con exactitud lo que les esperaba.
Los "prisioneros" fueron arrestados en sus propias casas por agentes de policía reales, esposados y trasladados a la falsa prisión con los ojos vendados. Una vez allí, se les despojó de su identidad y se les asignó un número en lugar de un nombre, además de obligarlos a usar túnicas simples como uniforme. Desde el inicio, la intención era generar una sensación de desorientación y sumisión.
Por otro lado, los "guardias" recibieron uniformes militares, gafas de sol reflectantes y porras de madera. Se les dio libertad para establecer su propio sistema de disciplina, con la única restricción de no ejercer violencia física directa. Sin embargo, esta pequeña barrera no impidió que, con el paso de las horas, su comportamiento se volviera cada vez más agresivo y autoritario.
Este capítulo detallará la organización de la prisión ficticia, el proceso de selección de los participantes y las primeras reacciones de ambos grupos. ¿Hasta qué punto influyó la ambientación en la transformación psicológica de los voluntarios? ¿Fue la estructura del experimento un factor determinante en su colapso? A medida que avancemos en la narración, veremos cómo la frontera entre la realidad y la simulación se desdibujó peligrosamente dentro de aquellas paredes.