Sueños de Cristal

Capítulo 3

Caliel volvió a sentir esa sensación de angustia instalándose en su interior. No era la primera vez que le sucedía y creía que tenía que ver con la imperiosa necesidad de defender a Elisa. Sin embargo, era esa misma sensación la que lo había llevado a actuar el día del accidente, cuando ella era tan solo una niña.

Podía ver con claridad los dedos del muchacho atrapar la muñeca de la joven, así como también palpar el terror que la estaba tomando presa en ese momento. Los demás se acercaban a ella y pronto no habría escapatoria. Sus sentidos —más desarrollados que los de los humanos—, lo llevaban a percibir que una patrulla se acercaba y que en algunos minutos más estaría en el sitio, pero era probable que fuera más tiempo del que esos chicos necesitaban para hacerle algún daño a Elisa.

Necesitaba intervenir. Sabía que no debía hacerlo, conocía las reglas al pie de la letra, pero en aquel momento debía hacer algo con urgencia antes de que su protegida resultara herida, afectada de verdad.

Fue por eso mismo que, concentrándose, utilizando la potencia de la energía que residía en él, hizo que uno de los focos —el que estaba justo sobre la cabeza del chico que sujetaba a Elisa— estallara con facilidad. La explosión de la bombilla causó que los vidrios cayeran destrozados alcanzando a algunos de los muchachos que gritaron ante la sorpresa y el fuerte estallido. Entonces, el chico que la retenía la soltó y Caliel aprovechó para impulsarla a huir.

—¡Corre! —exclamó junto a su oído, pero Elisa estaba petrificada por el susto—. ¡Vamos, Elisa, corre! —insistió con algo parecido a la desesperación.

La chica sintió una fuerza cálida que la envolvía haciéndola volver en sí y echó a correr justo en el momento en que las luces de la patrulla se acercaban a la zona. Los muchachos, al percatarse de la presencia de la policía, empezaron a dispersarse entre las calles oscuras, olvidando por completo a Elisa y las despreciables intenciones que tenían para con ella. La joven corrió por cinco cuadras sin detenerse, movida por la adrenalina y el temor que la habían inundado minutos atrás. Caliel intentaba que se detuviera diciéndole que ya estaba fuera de peligro, pero ella seguía corriendo y no pensaba parar hasta llegar a su hogar.

Una vez allí, intentó abrir la puerta lo más rápido posible, pero tenía el cerrojo echado y las manos le temblaban al intentar ingresar la llave a la cerradura.

—¡Cálmate! Ya estás a salvo, Elisa —repetía Caliel. Sin embargo, Elisa parecía no escucharlo.

Una vez que la llave entró y se vio en la seguridad de su casa, la chica se encaminó directo a su habitación. Abrió la puerta, ingresó y luego la cerró de golpe, como si con ese gesto pudiera dejar a Caliel afuera. El ángel —que ya la conocía de sobra— sabía que estaba enfadada, así que luego de darle unos minutos para que se calmara, entró tras ella como siempre y sin necesidad de abrir la puerta.

—¿Qué sucede? —preguntó al verla sentada en la cama sollozando.

Elisa alzó el rostro luciendo furiosa y con los ojos colorados por el llanto.

—¡Me asusté mucho! ¡Estaba aterrada y no hiciste nada! —gritó enfadada. No dejaba de frotar el dije entre sus dedos—. ¿Para qué quiero un ángel de la guarda si no me va a cuidar? ¡Mejor sería contratarme un guardaespaldas! —exclamó. Caliel solo suspiró y negó con la cabeza.

—Sabes que existen reglas, Elisa. Te las he explicado un millón de veces.

—Me pudieron haber hecho cualquier cosa, me pudieron haber matado —dijo ella sin dejarlo terminar—. Podrían haberme descuartizado y meter los pedazos en bolsas, repartirlos por toda la ciudad y nunca nadie encontraría mi cadáver. ¿Y tú? ¡Simplemente te hubieras quedado allí a mirar el espectáculo! —gritó exasperada.

Caliel no respondió, se quedó allí unos minutos en silencio hasta sentir que ella empezaba a tranquilizarse. Era inútil discutir con Elisa enfadada; no escuchaba razones.

—Mira —dijo al sentirla mejor—. Se supone que los ángeles de la guarda estamos para cuidar de nuestros protegidos, pero no podemos intervenir en sus destinos. Cuando un ángel visualiza el peligro, intenta advertírselo al humano por medio de una sensación intensa que ustedes conocen como «presentimiento». Entonces es el humano quien decide seguir esa sensación o hacer caso omiso de ella. En nuestro extraño caso, yo puedo hablarte y tú me oyes. Te advertí del peligro cuando te dije que rodeáramos la cuadra.

—Sí, pero fue demasiado tarde. ¿Acaso andan mal tus sensores? —insistió ella molesta.

—Quizás debía suceder, Elisa. Tienes que entender que hay momentos en que las cosas simplemente deben suceder. Se supone que son para crecimiento de la persona.

—¿Qué clase de crecimiento podría darme una situación como esta? —preguntó la chica mirándolo incrédula—. ¡Podrían haberme violado!

—¡No sé por qué te estás quejando tanto! —exclamó Caliel levantándose y dando algunos pasos alrededor de la habitación. Se suponía que los ángeles no podían experimentar sensaciones negativas como el enfado, pero a esas alturas él había descubierto que Elisa podía hacerle experimentar ciertas emociones o sensaciones que se suponía no eran propiamente angelicales.




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