La mañana del sábado Elisa despertó tras sentir un fuerte retortijón en el vientre. El dolor que la agobiaba era intenso y se abrazó con fuerza a sí misma intentando calmarlo.
—¿Te sientes bien? —preguntó Caliel al observar su tez pálida y sudorosa.
—No —gimió Elisa y luego corrió al baño. Caliel la siguió y la esperó afuera, desde donde pudo oírla devolver probablemente todo lo que traía en el estómago.
Una de las cosas que a Caliel más le llamaba la atención del mundo humano, era la comida. Le gustaba y le causaba curiosidad ver a la gente alimentándose y disfrutando de aquellas sustancias que se llevaban a la boca, por eso le preguntaba constantemente a Elisa sobre el sabor de los alimentos e intentaba imaginárselos. Pero sabía que de vez en cuando el cuerpo humano no funcionaba correctamente y el estómago hacía de las suyas. Elisa le había intentado explicar lo que era el dolor, pero él no lo podía entender, no podía imaginarse una sensación tan incómoda o negativa.
La vio salir algunos minutos después con la cara mojada —aún seguía pálida— y sus labios habían perdido su color original.
—Creo que algo me ha sentado muy mal —dijo Elisa observándolo y pasando a su lado rumbo a la puerta con desgana—. Iré a ver si mamá tiene algo que pueda tomar.
Caliel asintió y la siguió hasta la cocina donde estaba su madre preparando el desayuno. Elisa le comentó cómo se sentía y Ana le dijo que fuera a reposar, que ella le llevaría un té enseguida. La muchacha obedeció y volvió a su habitación metiéndose de nuevo a la cama y cayendo casi de inmediato dormida. Se sentía muy cansada.
Así pasó todo el sábado, entre dolores de estómago, algo de temperatura y cuidados de Ana, que venía continuamente a cerciorarse de su estado o a traerle algo ligero para que no estuviera con el estómago vacío.
Durante una de esas visitas y mientras Elisa platicaba con su madre, Caliel sintió «el llamado» y aquello le pareció demasiado extraño. De hecho, solo lo había sentido en una ocasión, aquella vez que tuvo que subir a dar un reporte sobre el accidente en el cual había intervenido. Los ángeles tenían una conexión espiritual muy fuerte entre ellos; eso no significaba que pudieran leer los pensamientos de los otros ángeles o algo así, pero tenían una especie de consciencia colectiva que podía ser activada en algunas situaciones. Normalmente, era utilizada por los arcángeles o ángeles de jerarquías superiores para avisarle a los guardianes sobre cambios o decisiones importantes que debían tener en cuenta en su labor. Aquello también podía ser un aviso para llamar al orden a un guardián que hubiera incumplido una regla, como había sido su caso la vez anterior. De todas formas, Caliel no tenía idea del porqué lo estaban llamando, en esta ocasión no había hecho nada malo y, desde la vez que tuvo que intervenir con aquellos chicos que quisieron atacar a Elisa, ya había pasado bastante tiempo.
Lo cierto es que debía esperar, los ángeles solo podían responder al «llamado» cuando su protegido o protegida estuviera durmiendo. No es que los dejaran en esos momentos, pero necesitaban de un alto grado de concentración y de mucha energía para poder ponerse en contacto con uno de los arcángeles, por tanto, requerían que el humano estuviera en calma y reposo.
—¿Sentiste el llamado también? —preguntó Aniel, quien se encontraba cerca mientras la madre de Elisa permanecía en el cuarto. Aquello hizo que Caliel se sobresaltara.
Los ángeles casi nunca se ponían en contacto unos con otros. No era que estuviera fuera de regla, sino que los guardianes venían a la Tierra a cumplir funciones, no a conversar con otros ángeles ni a hacer amigos. Eran solo algunos casos muy puntuales en los cuales trabajaban juntos y el principal era durante el embarazo de una mujer. Además de ese momento, existían otros en los cuales dos ángeles podían congeniar e intentar afianzar lazos entre dos personas que estaban destinados a ser pareja o mejores amigos.
Caliel y Aniel habían hecho amistad durante la gestación de Elisa, pero luego del nacimiento hablaban en ocasiones muy puntuales.
—Sí —respondió Caliel—. ¿Sabes algo?
—Las cosas no están marchando bien, los seres humanos están desafiando las leyes de Dios más rápido de lo que se esperaba y se dice que un gran grupo de espíritus malignos están influyendo en sus vidas, atrapando sus corazones y sembrando el mal en ellos —Aniel se acercó y le susurró como si alguien pudiera oírlos—. Dicen que Dios está dolido y que quizá decida adelantar ciertos eventos.
—¿Tanto así? —preguntó Caliel asustado. Al igual que muchos humanos, los ángeles conocían la teoría acerca del esperado final de los tiempos, pero nadie sabía cuándo sucedería y ya habían presenciado ocasiones anteriores donde corrieron varios rumores sobre fechas y tiempos en los que, finalmente, no había sucedido nada.
—Descansa un rato, hija —dijo Ana saliendo de la habitación de Elisa y Aniel la siguió encogiéndose de hombros.
Caliel se acercó a la ventana de la habitación y observó el exterior preocupado. Conocía todo lo que se decía sobre los eventos que sucederían y no se podía imaginar a Elisa viviendo esa época. Suspiró y volteó a mirarla. Ella había cogido un libro y estaba absorta en la lectura mientras Caliel se quedaba allí contemplándola. Le gustaba estar cerca de ella, aunque no siempre estuvieran hablando; a veces simplemente permanecían en silencio, mientras ella se concentraba en algunas actividades que eran propias de los humanos, como leer, estudiar, ver una película o jugar algún juego en alguna consola. Él incluso disfrutaba de observarla hacer esas cosas y de aprender más sobre toda esa realidad de la cual era solo un espectador externo.