Sueños de un Testigo Perdido: Fragmentos de la Realidad

Demasiado feo para ser amado

Nacer feo es lo peor que le puede pasar a alguien. Esa fue mi mentalidad conforme crecía. Mi fealdad no era ningún secreto para mí. Con mi cuerpo irremediablemente gordo y mi rostro infestado de acné, no había manera de que lo fuera. Las chicas nunca demostraron ningún interés en mí y recibí cada insulto en el manual. Las personas amaban decirme cómo mi fealdad era mi propia culpa, algo que podría arreglar con «esfuerzo».

Tras un semestre en la universidad, prácticamente estaba listo para acabar con todo, cuando un amigo se apiadó de mí. Me informó que, si tenía el dinero, había un lugar al que podía ir para no morir virgen.

Siguiendo sus instrucciones, terminé en un burdel en las afueras de la ciudad. Dentro, conocí al líder discreto de la operación, Dimitri, quien se burló de mi historia antes de conducirme al subsuelo. Ahí, en una habitación pequeña y bien amueblada, se encontraba Anna; hermosa, de cabello ígneo y piel pálida. Al verme entrar, me dedicó una sonrisa ligera y comenzó a desvestirse de inmediato.

Nuestra primera vez juntos fue eufórica pero vergonzante. Se había vuelto obvio lo que eso era: tráfico de personas. Esas mujeres estaban siendo retenidas en contra de su voluntad. Y, por más terrible que me sintiera, sabía que no podía parar. Ese amor patético fue el mejor que había tenido.

En el transcurso de los siguientes meses, continué viendo a Anna. Ella era gentil y atenta, a pesar de que sus ojos traicionaban a su carácter. Nuestros momentos juntos me hicieron sentir increíble, y, sin darme cuenta, mi estilo de vida empezó a cambiar. Me uní a un gimnasio, entrené duro y finalmente convertí mi grasa de bebé en músculo. Invertí dinero para vencer mi acné, y la pubertad tardía se encargó del resto.

Por primera vez en mi vida, me consideraba apuesto. Las mujeres me estaban notando y tenía una oportunidad verdadera en las relaciones.

Sintiéndome culpable, decidí regresar al burdel una última vez… para despedirme de Anna y disculparme por haberla explotado. Como siempre, Dimitri me escoltó al subsuelo. Sin embargo, para mi asombro, la habitación a la que me condujo estaba vacía.

—¿En dónde está Anna? Este no es su cuarto.

—Obviamente no lo es —respondió Dimitri con frialdad—. Es el tuyo.

Se me heló la sangre. Antes de que me pudiera mover, dos guardias aparecieron por detrás de mí y me arrojaron a la habitación. Dimitri me miró con lascivia desde afuera

—Ánimo, Liam. Ya no eres demasiado feo para ser amado. Eres demasiado bonito como para dejarte ir.




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