Sueños de un Testigo Perdido: Fragmentos de la Realidad

Esta noche, dormiré

1:40 a.m. Mi mujer y los niños duermen. Me levanto de la cama, me quito la camisa y el pantalón de pijama. Me visto, voy al garaje. Incrustada bajo una de las patas de mi mesa de trabajo, se encuentra la llave del almacén. La extraigo. Agarro un paquete de seis cervezas del refrigerador, las coloco en el asiento trasero. Entro a mi auto, retrocedo hacia la calle y voy de paseo.

La veo caminando por la decimoséptima avenida, hacia Sicamoro. De unos veinte años, más o menos. Quizá está regresando de la universidad, pasando el rato. Es una ciudad estudiantil y no es demasiado tarde por la noche. Probablemente se siente segura. Me parqueo, bajo la ventana. Le pregunto si necesita un aventón, anticipando que rechazará la oferta. Abre la puerta del pasajero y entra. Nos vamos.

—¿Hacia dónde te diriges?

—A los Apartamentos Avery en la Calle Juniper.

—Está bien.

—¿Y tú?

—¿Yo qué?

—¿Hacia dónde te diriges?

La hipodérmica está preparada y lista para ser usada. La tengo en el compartimento lateral de mi puerta. La ruta hacia el almacén que elude completamente las cámaras de tránsito ya está en mi memoria. La mesa, las cadenas, las herramientas, los químicos… Todo en el almacén está organizado. Esperándome. Señalo las cervezas en el asiento trasero.

—Fui por cervezas. Estoy con mi hermano. Regresé a mi departamento para traer algunas libaciones.

Nos acercamos a la Calle Juniper. Alcanzamos el último semáforo justo cuando se pone rojo. El auto se detiene. Lentamente, me agacho y agarro la hipodérmica. Ahora o nunca.

—Siempre me siento un poco ridícula al detenerme en las luces rojas por la madrugada —dice la chica.

Titubeo. No sé bien por qué. Es suficiente para sacarme del estado mental requerido. De pronto, he vuelto a donde estaba hace tres semanas en el parque, con la rubia. Hace ocho meses, detrás del bar, con la latina. Hace dos años, cerca del río. Hace tres años, en el motel. Devuelta en la universidad, a un lado de las vías del tren.

Todas esas veces que estuve tan cerca… Entonces, tan abrupto como un relámpago, mi cerebro se percata de mi pulso acelerado, mis palmas sudorosas, mi respiración tensa. Luz verde. Conduzco.

—¡Gracias por el aventón! —dice mientras sale del auto.

—Descuida.

—¡Disfruta las cervezas!

—Lo haré.

La puerta se cierra. Doy la vuelta al final de la calle. Conduzco a casa por el mismo camino en el que vine. Me estaciono en el garaje. Guardo la cerveza, la llave. Me vuelvo a poner la camisa y el pantalón de pijama. Me subo a la cama. Mi mujer apenas se ha movido. Pienso en el bello almacén iluminado con luces fluorescentes. Pienso en mis herramientas y en mi mesa. Mis cadenas y mis químicos. Esperándome.

Una de estas noches les daré un buen uso. Me lo prometo a mí mismo. No puedo imaginarme vivir sin hacerlo al menos una vez. Una de estas noches, lo haré. Pero esta noche, dormiré.




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