Los veo todos los días. Niñitos jugando en el parque sin preocuparse por nada. Se mantienen entretenidos mientras sus madres o padres se sientan sin prestarles atención.
Pero ahora sus ojos están más atentos de quienes llegan al parque, buscando extraños o personas que no reconozcan… porque algunos pequeños han estado desapareciendo.
No los dejaré con ninguna sospecha, soy yo. Yo los llamo cuando sus padres les quitan los ojos de encima, y basta con prometer caramelos y juguetes para que me sigan como gatos perdidos.
Una vez que los tengo, los llevo a una parte del bosque junto al parque, y hago lo que debo hacer: cortarles la garganta o asfixiarlos con una bolsa. Luego de comprobar que han muerto, pongo sus cuerpos en un agujero profundo que he cubierto con una manta y tierra.
Hoy he estado pendiente de una niña llamada Stacey. Su coleta se mece cuando se columpia por el pasamanos. Su madre está escondiendo un frasco que sé que debe contener alcohol, y me aprovecho de ello.
Media hora después, nos encontramos en el bosque, y Stacey está emocionada por la posibilidad de caramelos. Apenas desvía la mirada, el agarro de su coleta, se la amarro en su cuello y hago presión hasta que se ha desvanecido. Abro el agujero y boto su cuerpo. Sonrío, victorioso, mientras veo los otros tres, y lo cubro todo de nuevo.
Regreso al parque y le doy un vistazo a la madre de Stacey, un desastre ebrio que ni siquiera se ha dado cuenta del destino de su hija. Vuelvo a sonreír cuando, momentos después, está hablando con la policía sobre su hija desaparecida.
Jalo la camisa de mi madre y le digo que estoy listo para irme.
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Editado: 15.04.2025