Sueños de un Testigo Perdido: Fragmentos de la Realidad

Los tumores

Los he tenido desde que era niño. Puedo recordar estar muy consciente de ellos, esconderlos en mis bolsillos, debajo de libros y dentro de bolsas. Los niños en la escuela nunca me dijeron nada directamente, pero yo sabía que se reían a mis espaldas.

Recuerdo haberles pedido a mis padres que me llevaran al doctor para que los revisara. En ese tiempo, los tumores en mis manos parecían ser el elefante en la habitación para mi familia, ya que mis padres solamente me decían que me encontraba bien y cambiaban de tema. Sin embargo, yo sabía que no era así.

Traté de quitármelos cuando era pequeño, sin éxito. Tijeras, cuchillos, peladores de papa; tratar de cortarlos o rasparlos siempre era una causa perdida, no podía continuar por el dolor que me ocasionaba.

Pero hoy fue distinto. Es increíble cuán anestesiado puedes quedar con un par de torniquetes y una botella de Jack Daniels. Originalmente, pensaba usar un cuchillo filoso, pero luego me di cuenta de que tratar de cortar mis tumores sería muy difícil en mi estado de ebriedad. Opté por el ligeramente más tecnológico plan B.

Debía hacerlo rápido. A esa altura, ya estaba bastante torpe y comenzaba a sentirme mareado. Mis manos y antebrazos, azules por la falta de circulación, tampoco podían esperar demasiado. El sonido de la licuadora me ayudó a entrar en una especie de trance, listo para hacer lo que había querido hacer desde la primera vez que vi mis extrañas deformidades.

Primero metí mi mano izquierda. La sensación de las hojas afiladas cortando mi carne era estridente, pero me sorprendió lo bien que el alcohol estaba funcionado, anticipé que dolería más. Podía oír el metal desgarrando y cortando, yendo todo tal y como lo había planeado. Presioné mi mano contra las hojas con más fuerza. Todos esos malos recuerdos, toda esa vergüenza, todas esas cosas horribles ahora no eran más que una pulpa roja y espesa.

Interrumpiendo mi sensación de éxtasis, quité la mano antes de que las hojas llegasen a los nudillos. Sonreí, viendo mi nueva mano. Los tumores se habían ido, todos y cada uno de los cinco.




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