Un día de fecha cualquiera iba caminando hacia mí casa por el mismo recorrido de todos los días, con mis auriculares puestos y sumergida en mis pensamientos. Tanto así, que no había caído en la cuenta de que ya era de noche. El camino cada vez se hacía más oscuro y empecé a sentir la ligera sensación de que alguien me seguía cada paso mas cerca. Cada media cuadra había un poste de luz lo demás era oscuridad, al seguir avanzando sentí escalofríos y lo que atiné a hacer es salir corriendo mientras los pocos pedazos de luz se esfumaban, hasta que en un abrir y cerrar de ojos sentí el empujón que venía desde mi lado izquierdo, fue con tanta fuerza que volé y caí sobre unas ligustrinas, de pronto las luces de la calle se encendieron y vi como se acercaba hacia mí una figura negra que no mostraba su rostro, intente correr pero fue inutil. Mis pies estaban como, si literalmente los hubieran clavado sobre el asfalto, de pronto empecé a sentir como me arrastraban y ante mi reticencia pude soltarme y como pude me levanté. De repente un ataque de adrenalina se apodero de mi y con una fuerza inexistente comencé a golpear a la lúgubre figura, una, dos, tres, cuatro veces y luego cambiaba de mano para otra vez repetir la secuencia. La figura permanecía inmaculada hasta que en un abrir y cerrar de ojos mi adrenalina disminuyó y la silueta negra comenzó a diluirse para así dar con lo inimaginable, allí yacia mi abuela con cara triste y desorbitada, desprendiéndose de su nariz un hilo de sangre. Sentía como la desesperación me gritaba en mis adentros y el repentino grito sucumbió la habitación en la que me encontraba durmiendo. Las luces apagadas y un silencio ensordecedor me traían de vuelta a la realidad con una sola incógnita. ¿Así se siente la culpa?