Suerte al zombi

2. Después de escapar de tu propio velorio

Tuvo que explicarle al colectivero que no tenía plata, se excusó diciendo que le habían robado todo lo que tenía los tipos que lo perseguían. La cara del conductor reflejaba cierto vano esfuerzo de entendimiento. Sin embargo, fue el semblante de Luis el que convenció al chófer de dejar pasar aquel muchacho de traje.

Esto es lo que vio el conductor: Trajeado joven desaliñado; con una mata de pelo corto y grasoso arremolinado alrededor del cráneo, ojos azules demasiado hundidos, coronados por finas cejas que dominaban por encima de una nariz larga, labios violáceos y apretados que se abrían un poco para dejar salir las incomprensibles palabras, que sueltas peleaban cuerpo a cuerpo unas con otras; así “chorros” llegaba pegada a “hijos-de-puta” y “por favor” se deslizaba dentro de “de-je-me pa-sar”. Lo que más le impresionó al chófer, fue el extraño color de la piel (un naranja maquillado que no llegaba a ocultar su palidez) Todo esto acompañado de manos grandes, de dedos largos y finos, que se metían constantemente en los bolsillos de los pantalones negros y salían vacías agitándose con frenesí delante de la vista del conductor. Señalaban, con ayuda del flaco dedo índice, la dirección donde decía que le habían asaltado, aunque el lugar ya había quedado unas cuadras atrás.

Lo que terminó de convencer al chófer de dejarlo pasar, fue el penetrante olor que el joven despedía, que parecía ganarle al monóxido de carbono y a su propia transpiración. Esto le hizo pensar que el joven debía ser un infeliz y mermó su instinto vengativo contra los “pibes canutos” que siempre querían viajar gratis. Gruñó:

—Si sube el inspector te bajás.

Así fue como pudo viajar gratis en ese día caluroso. Luis se dio cuenta de que la temperatura era elevada por las gotas de transpiración que se deslizaban por la frente del chófer. Sabía que era verano.

Enfrentó la perspectiva que formaba las filas de asientos del colectivo y trató de decidirse por uno. Vio la cara de los pocos pasajeros, que tenían la mirada dirigida hacia él, salvo la de un joven que leía en el fondo. Después de mirarlo, todos fingieron que les interesaba el asfalto por el que rodaba el colectivo o algún detalle inclasificable de la máquina expendedora de boletos, que Luis obvió con aire triunfal en su destartalada caminata hasta el asiento doble elegido, ya que los individuales estaban ocupados.

Se sentó y acomodó su cuerpo en el asiento de la ventanilla. “¡Qué extraño!”, pensó. Parecía un día caluroso, sin embargo, él no transpiraba ni tenía calor, a pesar de estar vestido con un saco negro y una camisa blanca debajo. No debía diferenciarse mucho de los tipos armados.

Otra vez no sentía sus piernas y esto le producía una sensación desagradable. Al tocarse su cara, el dedo quedó anaranjado y manchado por el maquillaje que le ponen a los muertos, ya pegajoso por la temperatura. Se dijo que, sin falta, tendría que encontrar un baño, pero primero tenía que decidir donde bajar.

Enfocó la vista en los árboles, tratando de concentrarse en ellos; en la manera en que el colectivo los iba dejando atrás, en la longitud de sus ramas y en la forma de sus hojas. De esta manera, perdió el conocimiento por un tiempo y cuando se dio vuelta fue para descubrir que una mujer gorda se había sentado a su lado. La mujer apretaba contra Luis sus sobresalientes nalgas, camufladas por una pintoresca pollera celeste. Aunque no sentía a las nalgas de la gorda, se encontraba molesto. ¿Tenía que estar apretado en todo momento, en el ataúd y ahora contra la gorda en el colectivo?

Luis vio que el sol se estaba apagando poco a poco y que las casas habían dado paso a viejos edificios, mezclados con algunos negocios. “¡Así que me lleva al centro!”, se dijo y quedó conforme. Después, volvió a mirar a la mujer obesa, que movía constantemente su cabeza hacia los costados, mirando si se desalojaba algún otro asiento. Estaba evidentemente incómoda y miraba a Luis con bronca.

¿Qué culpa tenía él del tráfico?, pensó mientras dirigía su mirada hacia la fila de coches, taxis y colectivos que se extendía a su costado. Vio de reojo cómo la gorda lo miraba con ganas de comérselo. ¿Sería que la pomada que le ponen a los muertos despedía un olor asqueroso? No lo sabía, porque no podía oler nada.

¿Por qué sentía que todo su cuerpo estaba dormido? Sin duda había perdido completamente el sentido del olfato y casi todo el del tacto; cuando se movía no lo hacía normalmente, sino que tenía que mirar a las partes que quería mover de su cuerpo para que lo hicieran, ya que estas partes no tenían ningún tipo de sensibilidad. ¿Qué le había pasado?

La mujer obesa había empezado a taparse la nariz y miraba a Luis como si fuera una asesino. Sí, definitivamente debía ser el maquillaje el que despedía algún tipo de olor, aunque, teóricamente, los maquillajes tienen perfumes femeninos y no demasiado fuertes. ¿Le habrían puesto un maquillaje vencido? ¿La mujer tendría alergia a los perfumes? Inmediatamente lo asaltó el recuerdo de algo que había escuchado al pasar.

«En este país no perdonan a nadie. No dejan tranquilos ni a los muertos”

“Muertos. Muerto. Éste mundo está loco. O yo estoy loco. O ella está loca”, se dijo mientras miraba a la mujer que se tapaba la nariz. Vio como la gorda lo miraba una vez más, se levantaba con dificultad y se iba a sentar en el último asiento del colectivo, que había quedado libre en la última parada. Luis advirtió que conservaba en perfecto estado su audición, ya que al sentarse la mujer pudo escuchar cómo lo maldecía.

“¡Qué se vaya a la mierda!”, pensó y se acomodó. Dio vuelta el cuerpo y estiró las piernas a lo largo del asiento, apoyando la espalda en la pared del colectivo y la cabeza en la ventana. Así, estuvo mirando a las pocas sombras que danzaban en el techo. Sus piernas yacían inertes sobre el asiento y por la hilera de asientos dobles sobresalían sus pies, mostrando los resplandecientes zapatos negros que le habían puesto para que lo acompañaran en su caminata eterna.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.