Luis se encontró con el viejo daimon en una de las cuadras cercanas al boliche. Éste estaba sentado en la vereda de un negocio, reclinado contra la persiana de hierro y tenía dos armas, una en cada mano, apoyadas en el piso, con los cañones apuntando directamente al cielo. Las manos del daimon eran grandes, con uñas que serían la envidia de algunas mujeres.
Levantó la cabeza y miró a Luis por unos segundos. Entonces las palabras fluyeron de su boca:
—¡Luis Marte necesita un arma!—Remarcaba cada una de las palabras con voz de falsete—. Debe cuidarse de los asesinos. Antes que me preguntés, te voy a decir que soy un daimon, viejo pero vivito y coleando. Y a continuación, paso a leerte lo que quiere decir—Metió la mano en su tapado, sacó un libro grueso y empezó a pasar las páginas—. A ver…, acá está…, esperá, eh… —Sus labios se abrieron para dejar pasar a una risa nerviosa—. Acá—Empezó a deslizar su dedo por una página amarilla—. ¡Sí!…—Se aclaró la garganta escupiendo al piso— “…todo lo que es daimónico es intermediario entre el dios y el mortal…, el daimon se ocupa de transmitir a los dioses todo lo que procede de los hombres y a los hombres lo que procede de los dioses”—Suspiró y deslizó su dedo hasta el pie de página—Acá dice que hasta el amor es un daimon…, ¿qué me contás, eh?… ¡Sí que somos famosos!—Guardó el libro en el traje.
—El problema es que no sé a que clase de dios vos servís…
El daimon soltó una risita histérica.
—Me cagaste, hermano: Yo tampoco lo sé, pero me estoy entrenando para descubrirlo y vos vas a ayudarme. En el libro dice que los daimones conducimos a las almas en su viaje al Hades y no dejamos que se pierdan. Por lo tanto, soy tu guía. Te debo advertir, también, que no soy ningún Hermes, eh. Muchos me han confundido.
Luis se quedó parado, escuchando las palabras del demacrado engendro. Miraba abajo, tratando de encontrar los ojos del daimon, pero éste miraba el piso y su larga cabellera negra y grasosa le impedía a Luis unir las facciones para hacerse un bosquejo de su aspecto.
El daimon tenía forma humana; despatarrado en la vereda, de cuerpo fláccido, cubría sus pies con unas alpargatas destrozadas y llevaba un viejo tapado marrón descolorido y agujereado, bajo el cual una camisa, que alguna vez había sido blanca, se abría para dejar salir a los hirsutos pelos que le crecían en el pecho. Su aspecto era el de un pordiosero, un vagabundo que se alimentaba de bolsas de basura.
Seguía lloviendo y el engendro abrió la boca, dejando que gotas de lluvia bañaran su garganta. Luis descubrió con fascinación que en lugar de ojos tenía dos ombligos, pequeños y hundidos, con pequeñas pestañas que se cerraban para protegerlos. Su cara era flaca y larga, como todo su cuerpo, con una pequeña boca que se movía rápidamente. Su nariz, casi imperceptible.
Mientras Luis seguía maravillado observando el aspecto del daimon, éste cerró la boca y movió su cara para mirarlo con sus dos ombligos. Habló mientras escupía el agua que había tragado.
—¡Luis Marte necesita una pistola!—Su voz más chillona aún—. Y yo tengo dos. Unas treinta y ocho común y corriente, pero funcionan.
Luis estaba pensando que aquel daimon tenía una manera de hablar parecida a la del abuelo de Los Simpsons, cuando el desgraciado levantó la pistola de su mano derecha, apuntó rápidamente y disparó. El joven vio como un gato que estaba durmiendo arriba de unas bolsas de basura, caía, se retorcía y quedaba en el piso en una caprichosa postura. Enseguida, el daimon levantó la otra pistola y se escuchó un nuevo disparo. Luis se dio vuelta para ver qué animal había tenido mala suerte en esa oportunidad, pero la bala debió de haberse perdido en la sabana gris.
Al darse vuelta, el daimon se reía a carcajadas, dejando salir de su garganta un chirrido metálico.
—Perdoná—Se llevó una mano a la cara dejando el arma a un costado y se cubrió los dos ombligos con sus largos dedos. En una instante tapaba sus “ojos” y en otro separaba los dedos frenéticamente, espiando a Luis y soltando carcajadas— ¡Ja!, ¡Ja!, ¡Ja!…, perdoname, por favor. Esta noche estoy más estúpido que de costumbre. Puede ser que tu olor a mierda me embelezca. O que tu estado me impresiona. Por eso no soy amigo de la muerte. ¡Mirá lo que te hizo a vos!
Señaló a Luis con una de las armas y se levantó, agarrando la que había dejado en el piso. Era alto, muy alto, tenía piernas largas y, de pie, su cuerpo parecía un escarbadientes ataviado. Se acercó a Luis apuntándole a la cabeza con las dos armas.
—¿Vas a perdonarme lo de las rodillas o te disparo en la cabeza?—dijo irónicamente y acercó los cañones a los ojos de Luis— Puedo hacer que las mujeres digan que tenés dos luceros muy hermosos, que alumbran con todo su…—Se agachó como si se le hubiera ocurrido el mejor chiste del mundo y escupió una risa—. ¡Sangre! ¡Ji!, ¡Ji!, ¡Ji!
“Me tocó el daimon más estúpido del universo”, pensó un confundido Luis. El idiota apuntó nuevamente y le preguntó lo mismo… ¿Rodillas? Luis miró sus piernas y se desplomó. Tenía sangre en su pantalón negro y aunque no sentía ningún dolor, al verla cayó, dándose cuenta que el daimon, al disparar por segunda vez, le había dado en su rodilla izquierda.
Lo que le pareció gracioso a Luis y lo hizo sonreír, era que no se había caído hasta darse cuenta que estaba malherido. Esto y el hecho de que tres veces había dado su cara contra el pavimento desde que había dejado el velatorio. ¿Sería que la tierra lo reclamaba? Después de todo, él debía de estar bajo tierra hacía casi un día. Era una ley acatada por todo el mundo y él la había desobedecido.
El daimon reía sin parar. “Éste es un boludo”, pensó Luis mientras trataba sin éxito de levantarse.
—¿Me perdonás, asqueroso Luis?—Le volvió a poner las dos pistolas en los ojos, esta vez apretándolas contra las cuencas—. Decí que sí y seguirás así, decí que no y vas a ser un muerto ciego… y rengo.
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Editado: 10.06.2025