“Suerte”
Prólogo:
Como todo el mundo sabe, la tierra es una placa plana que sostienen cuatro elefantes parados sobre el caparazón de una tortuga gigante que está nadando en un océano infinito. Si se navega muy cerca de los bordes, se corre el riesgo de caer por allí en este océano.
Las tortugas gigantes, en aquellas islas que estaban casi cayéndose del mundo. ¿Existirían?
Había visto el caparazón deteriorado y leído las crónicas de viaje pero… ¡A! No podía quitar a las tortugas gigantes de su pensamiento.
Estaba anocheciendo.
Caminaba por el muelle con el corazón lleno de esperanzas.
Un viejo hizo un ruido grosero con la boca cuando él pasó a su lado. Se sobresaltó un poco, le dirigió una mirada rápida. El hombre hizo un movimiento obsceno con su lengua y le guiñó un ojo. El chico siguió su camino. Un borracho solamente.
Divisó el bar que le habían indicado.
Días atrás había estado hablando con un capitán amigo de su familia, averiguando cuanto le costaría el viaje que tenía proyectado. El hombre le había sonreído con dulzura. No se trataba sólo de dinero, explicó, poca gente se aventuraba tan lejos de las tierras conocidas… él se dedicaba al comercio y su ruta no pasaba ni cerca de los lugares a los que el joven quería llegar. Le dio algunos lugares en donde podía encontrar a personas que tal vez pudieran serle de ayuda. Le recomendó que tuviera cuidado, esta gente no era siempre escrupulosa pero…recorría rutas diferentes a los demás.
- Piratas - se dijo Sebastián - piratas, contrabandistas y gente por el estilo seguramente. El capitán no había querido utilizar esas palabras pero se dio cuenta.
El capitán, por su parte, se preguntó si había hecho bien en recomendar así a aquel joven… parecía tan ingenuo… en fin, si quería embarcarse sería mejor que comenzase a conocer el mundo…y a los hombres…
Sebastián entró en el bar con paso decidido. Se dirigió al tabernero y preguntó por el nombre que le habían dicho.
El lugar estaba repleto de hombres de la más variada extracción. Muchos se fijaron en él cuando entró, algunos se lo comían con los ojos. Él no lo notó. Pasó imperturbable delante de ellos, con su carita de niño distinguido, su aire inocente y su pelo claro sujeto con prolijidad en una colita.
También el hombre con el que hablaba lo miraba de arriba abajo con lujuria mal disimulada. Sebastián no se daba por aludido, no tenía esas cosas en la cabeza.
- Estoy buscando al capitán Given.- dijo.
- Está allá atrás jugando a los dados - le respondió el sujeto. No le sacó los ojos de encima mientras el jovencito se encaminaba hacia el lugar señalado.
Se acercó a la mesa.
- ¡Vamos dioses, mándenme algo realmente bueno! - exclamó uno de los hombres que estaba en ella sosteniendo en alto el cubilete con los dados, moviéndolo.
Clavó los ojos en Sebastián y se quedó quieto en esa en esa posición. En su rostro se dibujó una sonrisa pícara.
- Vaya, eso es rapidez… aunque yo me refería a los dados…
Los otros dos hombres que participaban del juego giraron y también sonrieron al ver al muchacho. El que tenía el cubilete tiró los dados. El resultado fue pésimo. Los otros estallaron en carcajadas. Sebastián le había devuelto la sonrisa con timidez aunque no había comprendido del todo el episodio.
- Estoy buscando al capitán Given - dijo cuando cesaron las risas.
- Pues lo has encontrado - dijo el que había tirado los dados.
Sebastián se sorprendió un poco, porque era el más joven de los jugadores y él se había imaginado que los capitanes eran siempre hombres mayores. El hecho le produjo cierta alegría que no pudo explicarse bien…bueno, siempre era más fácil tratar con alguien parecido a uno. Si. Era eso, se explicó.
El capitán se puso de pie tambaleante. Aunque nada en su apariencia lo delataba, estaba muy borracho.
- Acaba de interrumpirse la mejor racha de suerte de mi vida - dijo a sus compañeros - o tal vez no- siguió, pero esta vez paseando su mirada por el cuerpo de Sebastián, que sintió un ligero estremecimiento -así que abandono el juego por ahora.
Caminó lo mejor que pudo hasta quedar al lado del chico que lo solicitaba. Los otros hombres siguieron con lo suyo aunque de tanto en tanto los miraban, meneaban la cabeza y reían por lo bajo.
- Entonces… - dijo Given a Sebastián - hay dos cosas que un niñito lindo como tú puede estar buscando en un lugar como este: dinero, o un hombre…y estás de suerte porque tanto mi dinero como yo somos extremadamente fáciles… - se inclinó tomando por la cintura al chico, tratando de acercarlo más, pero no tenía demasiada estabilidad, y Sebastián se apartó con facilidad de él. No pudo evitar sonreír. Aunque intentaba mantenerse derecho y hablar con firmeza, aquel hombre, Given, estaba tan borracho…
- A ver… dime - prosiguió el capitán y esta vez acercó su rostro al del chico, que ni se inmutó. - ¿cuánto cobras?...o… - se fijó en la camisa fina que llevaba Sebastián - ¿tal vez quieres pagar por sexo? No necesito el dinero pero…si… sería interesante, nunca me han pagado por eso…- esbozó otra vez su sonrisa pícara y los ojos le relampaguearon.