Elara se mantiene en silencio, su mente aún atrapada en la historia que el rey Aleron le ha relatado. Cada palabra, cada detalle se graba en su memoria como fuego ardiendo en su piel. Quiere negar la verdad de lo que ha escuchado, deshacerse de la inquietante posibilidad de que todo sea real. Pero el reflejo en el lago la noche anterior la persigue: sus propios ojos brillando con un resplandor blanco, la luz de la Superluna revelándose en su interior.
Eso solo puede significar una cosa: su hermana también debió pasar por lo mismo. Alice está cerca de regresar.
Levanta la vista y encuentra a los cuatro hombres frente a ella, los SuperAlfas que, según la historia, nacieron con unos ojos ámbar brillantes. Esos mismos ojos que aún la atormentan en sus recuerdos, los mismos que vio la pasada noche en que su madre murió. Su pecho se aprieta con una furia latente. Uno de ellos… uno de estos hombres es el asesino de su madre.
Aprieta la mandíbula, sintiendo la tensión recorrer su cuerpo. Su mirada oscura se posa en el rey Aleron, quien la observa con atención, percibiendo el conflicto interno que la consume. Elara no puede contener más su ira. Su voz se alza, firme y cortante como una daga:
—Ustedes osan hacerme sentir protegida en sus brazos, como si las brujas fueran mi único enemigo…, pero delante de mí está el verdadero culpable de la muerte de mi madre. El asesino que insinúa que merece mi amor, aun cuando me ha arrebatado una parte de él. Porque la bestia que mató a mi madre tenía esos enormes ojos ámbar brillantes que usted, rey Aleron, mencionó en su historia.
El rey respira hondo, su rostro endureciéndose por la revelación. Por su expresión, queda claro que no esperaba ese detalle. Se toma un momento antes de responder, su tono bajo y solemne.
—Es posible que uno de ellos haya sido el responsable —admite—. Bajo la luna llena, un licántropo puede perder el control y la conciencia. Se convierte en lo que realmente es en su forma más pura: bestia. Ninguno de ellos tiene control sobre sus actos cuando se transforman. Pido disculpa en nombre de toda la raza licántropa, no deseábamos generarle tanta tristeza.
Elara aprieta los puños. Su furia no se aplaca.
—Una simple disculpa no me devolverá a mi madre.
—Lo sé —responde Aleron con firmeza, su voz cargada de gravedad—. Pero también debes entender que, al final de todo, esta maldición nos envuelve a cada uno de nosotros … Y las maldiciones no piden permiso, nos arrastran, nos deforman, nos obligan a cometer atrocidades que, en nuestro juicio, despreciaríamos.
Elara levanta el mentón, desafiante.
—Una maldición que también podría costarme la vida. ¿Cómo pretenden protegerme si, en cualquier noche de luna llena, todos ustedes se convertirán en hombres lobos?
El rey la mira con serenidad antes de hablar.
—La mayor parte del palacio, en noches de luna llena, se adentra en el bosque. Solo allí pueden liberar toda la furia y energía que emana de ellos. Pero sí, puedes protegerte de nosotros…, y ese es un detalle que debes hablar con la reina, la Madre Luna. Ella también es humana. Ha visto nuestras transformaciones y ha aprendido a protegerse de nosotros.
Elara frunce el ceño.
—Quiero verla.
Aleron asiente, con una leve sonrisa de comprensión.
—Por supuesto. Apenas salgas de este salón, puedes ir a verla. Es importante que tengan esta charla. Ella es la más indicada para explicarte tu poder. De hecho, ya debe estar esperándote. Está ansiosa por conocerte.
Elara asimila sus palabras, mientras el rey añade:
—No temas a la versión humana de los habitantes de este palacio. Todos te veneran como la luna que eres. Y cuando aprendas a controlar tu poder, también podrás controlar la maldición de todos nosotros. Para eso deberás entrenar mucho, no solo la parte mental, sino también la física. La guerra que se avecina será brutal, y necesitarás estar preparada para enfrentarla y defenderte.
Elara respira hondo. No quiere ser parte de una guerra. No es una guerrera, ni una líder, ni una salvadora. Es solo una campesina que anhela regresar a su hogar, lejos de todo esto. Pero también anhela venganza. Y por esa única razón, se quedará. Encontrará al asesino de su madre y hallará la peor forma de hacerle pagar. Lo que aquellas brujas quieran hacer con los lobos o los vampiros no le importa en lo más mínimo. De hecho, tal vez les estén haciendo un favor al mundo al erradicar semejantes bestias asesinas. Pero no revelará sus verdaderos pensamientos. Por ahora, jugará su juego, fingirá ser la Luna que todos esperan. Porque de todo lo que el rey ha dicho, hay una sola cosa que realmente le interesa: cuando aprenda a controlar su poder, también podrá controlar la maldición. Y quizás ahí resida la clave de su venganza.
—¿Cuándo será la próxima luna llena? No quiero que alguno de estos locos me tome por sorpresa. Quiero estar preparada.
—Apenas ayer tuvimos la última luna llena de este ciclo —responde el rey Aleron—. La próxima llegará en un mes. Parece mucho tiempo, pero dominar el poder de la Superluna no es algo que se logre de la noche a la mañana. Requiere esfuerzo, disciplina… y voluntad.
—Entonces, permítame retirarme, rey Aleron. Quiero conocer a la Madre Luna y que me explique todo sobre mi poder.
El rey sonríe, satisfecho por la determinación que brilla en los ojos de Elara.
—Por supuesto, mi querida Superluna —dice, y luego desvía la mirada hacia los cuatro SuperAlfas—. Matias, acompáñala a los aposentos de la reina. Es probable que la esté esperando.
—Sí, mi rey. Enseguida.
—Los demás, se quedan conmigo.
Los tres SuperAlfas restantes asienten con seriedad.
Cuando Elara sale de la sala escoltada por Matias, el rey se gira hacia los otros. Su expresión se endurece, su voz adquiere un matiz de urgencia.
—Necesito que me acompañen al palacio del rey Caín. Más que nunca, debemos mantenernos en armonía. Es crucial que los vampiros comiencen a patrullar los alrededores del castillo durante la noche para impedir que las brujas se acerquen a nuestra Superluna. Sabemos bien que, con la llegada del día, ellos quedarán inactivos, y será entonces cuando la responsabilidad recaiga por completo en nosotros.