Superluna De Venganza

11. Lo que fue, lo que es

Elara observa en silencio a la mujer que se sienta junto a ella, al borde de la cama. Evelyn mantiene los dedos entrelazados sobre el regazo, la mirada perdida en algún punto invisible, con una expresión ausente, casi melancólica. En ese instante, Elara lo comprende: Evelyn no está aquí por deber… está aquí por amor.

Ella no.

Ella está aquí porque fue arrancada de su mundo, arrastrada entre sombras y secretos, y ahora se aferra a esta venganza como única razón para respirar. No vino a buscar esposo, ni redención. Se quedó para descubrir quién asesinó a su madre y para hacerle pagar… de la peor forma. Ese escondite, ese pasadizo oculto bajo el palacio, no es un simple refugio. Es parte de su estrategia. Un lugar desde donde podrá observar sin ser vista. Planificar y concentrarse en sus estrategias, para luego atacar sin previo aviso.

—No entiendo del todo —dice de pronto, rompiendo el silencio—. ¿Qué diferencia hay entre una Madre Luna y una SuperLuna?

Evelyn gira el rostro hacia ella y esboza una pequeña sonrisa, como si hubiera estado esperando esa pregunta desde hacía rato.

—La Madre Luna, como yo, es la pareja del rey Alfa. Su alma gemela. Una humana, sin poderes ni conexión real con la luna. Solo con él. —Hace una pausa, luego se toca el pecho con suavidad—. Nuestra unión es emocional, espiritual, pero no mágica. En cambio tú… tú eres otra cosa. Eres una Superluna. Una anomalía en su mundo. Puedes ejercer influencia real sobre los licántropos. No es una cuestión romántica. Es algo más profundo…, más antiguo.

Elara frunce los labios. No le gusta sentirse diferente.

—¿Y si no quiero tener poder sobre ellos? ¿Y si no quiero ser una SuperLuna?... ¿Puedo deshacerme de esto? ¿Dejar de tenerlo?

—No se trata de querer o no —responde Evelyn con suavidad, pero firmeza—. Ese poder es parte de ti, y siempre lo será. No existe forma de soltarlo. —Hace una breve pausa, y luego añade con una leve sonrisa—. Y, sinceramente, ¿por qué querrías renunciar a algo que podría salvarte la vida?

Elara desvía la mirada hacia el fondo de la habitación. Aún no está lista para entenderlo todo. Pero sí está lista para usar todo a su favor.

—Es hora de volver —anuncia Evelyn, incorporándose con un suspiro.

Ambas ascienden por el mismo pasaje. A medida que se acercan al final, Evelyn alza la mano y le pide a Elara que se detenga. Con sigilo, entreabre la compuerta solo unos centímetros, lo suficiente para asomarse por debajo. Agudiza su audición, no escucha pasos ni nada acercándose.

—Está despejado —susurra—. Podemos salir.

Salen con cuidado al pasillo iluminado por los vitrales. Evelyn se detiene frente a la escultura de Vivianne, la observa unos segundos con respeto y luego se vuelve hacia Elara.

—Necesito enseñarte cómo abrirla por ti misma.

Elara asiente, y Evelyn le guía la mano hacia la luna creciente que la estatua sostiene frente al pecho.

—Debes aplicar presión aquí, pero no fuerza bruta. Es como… convencerla de que se mueva. La piedra reconoce el toque, no la fuerza.

Elara prueba, pero nada ocurre.

—Relaja la mano —indica Evelyn—. Deslízala así, con suavidad. Como si trazaras el contorno de la luna.

Lo intenta de nuevo. Esta vez, siente una leve vibración bajo sus dedos, un murmullo en la piedra, como si algo despertara del otro lado.

—Ahí va —dice Evelyn, con una sonrisa—. Practiquemos hasta que lo domines.

Y lo harán. Porque Elara no puede depender de nadie. Si quiere sobrevivir…, si quiere vengarse, tendrá que aprender a abrir todas las puertas, incluso las que nadie más ve.

De regreso al centro del palacio, ambas caminan por uno de los corredores del ala este. Elara va en silencio, repitiendo mentalmente los pasos que Evelyn le enseñó: la presión exacta que debe ejercer sobre la luna creciente, el ángulo de la palma al deslizarla hacia abajo, la dirección, la pausa breve antes de que el mecanismo responda. Cada detalle queda grabado en su memoria con una concentración casi obsesiva. No quiere olvidarlo. No puede permitirse olvidarlo. Pero al doblar una esquina, una puerta entreabierta llama su atención. Dentro, la tenue luz de una lámpara de aceite baña un estudio cálido, con paredes forradas de libros y muebles de madera pulida. Un hombre de piel morena está sentado de forma despreocupada sobre el brazo de un sillón, con un libro abierto entre las manos. Elara lo reconoce de inmediato: es el moreno que proviene del Congo, el mismo cuya presencia impone incluso sin hablar.

Evelyn nota su mirada prolongada y se detiene tres pasos después de haber pasado la puerta.

—¿Ya has tenido la oportunidad de hablar con Badru? —pregunta con voz casual, como si la pregunta no encerrara más que simple curiosidad.

—No.

—Es un buen momento. Siempre está acompañado de guardias, pero ahora está solo. Aprovecha.

Elara traga saliva. Una pregunta le arde en la mente como una llama persistente: ¿Y si él es la bestia que mató a mi madre?... Solo hay una manera de averiguarlo: conociéndolos a todos. Uno por uno.

Asiente en silencio.

Evelyn le hace un suave gesto con la mano, animándola a regresar sobre sus pasos. Elara obedece, gira y se aproxima a la puerta con paso firme, aunque su corazón late con fuerza.

Al abrir la puerta, el ambiente del estudio la envuelve de inmediato: el aire huele a cuero viejo, madera barnizada y especias dulces. Cortinas pesadas cuelgan frente a dos ventanas cerradas, amortiguando los sonidos del exterior. Una chimenea apagada decora la pared opuesta, y una pequeña mesa con una tetera de hierro reposa junto a un sillón. En el centro, una alfombra de tonos rojizos cubre el suelo como una pincelada cálida.

Badru levanta la mirada al verla bajo la puerta. Sus ojos son oscuros como la noche, intensos y atentos. Sin prisa, cierra el libro que tenía en las manos y lo deja con cuidado sobre la mesita a su lado. Luego se incorpora ligeramente, sin perder esa elegancia natural que parece acompañarlo incluso en la quietud.



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En el texto hay: vampiros, hombres lobo, brujas

Editado: 17.05.2025

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