Superluna De Venganza

12. La debilidad de Badru

Badru mantiene la mirada fija en ella, con esa intensidad serena que parece desnudar el alma. Su voz grave rompe el silencio con una certeza que pesa.

—Te conozco bien, Elara. Lo suficiente para saber que llevas mucho rencor en el corazón. Está en tus ojos. Esa mirada… llena de venganza.

Elara no se inmuta. Esa acusación no le resulta extraña, ni mucho menos incómoda. Ya lo había admitido frente al rey Aleron. Y lo volvería a decir, una y mil veces si fuera necesario.

—No me detendré hasta hacerle pagar a quien mató a mi madre —declara, con una firmeza helada.

Badru asiente con lentitud, sin apartar la vista de su rostro.

—Bien. Me parece justo —responde, sin juicio ni temor en la voz—. Soy un soldado de guerra, Elara. Sé reconocer cuando una batalla apenas está comenzando. Y esta tuya… apenas ha dado el primer paso. Si necesitas aliados, cuentas conmigo.

Ella lo observa con cautela, tanteando el terreno invisible entre ellos.

—Incluso tú podrías ser el asesino.

Badru no se sobresalta. Al contrario, se inclina un poco hacia adelante, interesado.

—Lo sé —responde con una media sonrisa sin alegría—. Aquí todos lo somos, ¿verdad? Sospechosos. Culpables de algo.

—Por eso solo yo puedo hacer justicia —sentencia Elara, con la voz cargada de una calma feroz—. Solo yo puedo vengarla. Nadie más lo hará como debe hacerse.

Él la mira como si en lugar de juzgarla, la comprendiera. Como si pudiera ver en ella no solo la furia, sino la herida abierta que late debajo.

—Entonces haré algo mejor —dice Badru con un dejo solemne, sin apartar la mirada de Elara—. No solo me ofrezco como aliado, sino como prueba. —Hace una breve pausa—. Si llegas a descubrir que fui yo…, si eso es lo que encuentras…, lánzame lo más pesado que tengas contra este hombro. —Toca su hombro derecho con los dedos extendidos—. Eso me hará caer. Me revolcaré del dolor.

—¿Qué tienes ahí?

Sin decir una palabra, Badru se quita el saco con un movimiento pausado y lo deja caer sobre el respaldo del sillón. Luego, lleva las manos a la parte inferior de su camisa y empieza a desabrochar los botones, uno a uno, sin apuro, como si cada clic resonara con intención. Al terminar, se la quita de un solo movimiento, revelando un torso tallado por músculos definidos y cicatrices que narran antiguas batallas. Su piel morena brilla bajo la luz cálida de la lámpara, pero es la cicatriz —una herida ancha y rugosa sobre el hombro— la que atrapa toda la atención de Elara.

Cruza desde la clavícula hasta la mitad del omóplato como un tajo brutal y profundo, de esos que no se olvidan ni con el paso de los años. Parece reciente, con los bordes aún enrojecidos, aunque ya cicatrizada. El tipo de herida que no se gana fácilmente… ni se sobrevive sin una voluntad férrea.

—Hace un mes —explica él, bajando la voz—. Me había transformando frente a un humano. Fue en un bosque cercano al límite norte. El humano se defendió con una espada vieja, oxidada, pero bien afilada. Me la lanzó directo al hombro. —Flexiona el brazo, como si aún recordara el ardor—. No pude moverlo por días. Esa zona… es sensible. Incluso cuando estoy transformado, me desequilibra. Me rompe.

Vuelve a mirarla, sin rastro de arrogancia.

—Por eso lo dije. Si soy la bestia…, ese será mi punto débil. No podré soportarlo.

Elara permanece callada, procesando el peso de sus palabras… y de su cuerpo, marcado por la guerra y el pasado. La cicatriz no le provoca miedo. Le provoca otra cosa. Una punzada de algo parecido a respeto. Se mantiene observándolo en silencio, sin moverse aún. Sus ojos se deslizan por la cicatriz como si intentaran leerla. Es una línea imperfecta, salvaje, profundamente humana. Y algo dentro de ella —esa mezcla entre instinto y curiosidad— la lleva a extender la mano.

Con suavidad, posa la yema de los dedos sobre el borde de la herida. Su piel es cálida, tensa bajo su roce, y la cicatriz palpita apenas, como si recordara el corte con cada caricia.

Badru no se aparta. No se inmuta. Solo la mira.

—¿Dolió mucho? —pregunta Elara, en voz baja, sin apartar la vista de la cicatriz.

—Como si me arrancaran el alma por ese hombro —responde él, grave, sin dramatismo—. Pero no se compara con transformarse. Eso sí duele de verdad.

Elara mantiene el contacto visual, interesada, atenta.

—Cuando la luna llena aparece, es como si mi cuerpo se quebrara desde dentro. Primero los huesos… crujen, cambian de lugar, se alargan como ramas torcidas. Luego viene la piel, estirándose hasta el límite, como si quisiera arrancarse de mí. Cada músculo arde, como si ardiera por dentro. Es salvaje. Brutal. Todo lo humano se pierde, lo que queda es… instinto, fuerza, hambre. —Hace una pausa, sus ojos negros fijos en ella—. Y lo peor es que uno recuerda todo ese dolor. Cada grito, cada pedazo de carne rota…, todo, menos cuando dejas de ser tú.

Elara no dice una palabra. Solo sigue el trazo de la cicatriz con los dedos, como si pudiera tocar algo más que carne rota. Tal vez a la bestia. Tal vez al hombre que lucha por mantenerse entero bajo la piel desgarrada. Tal vez, si logra grabar esa marca en su mente, podrá reconocerla cuando la verdad se cruce en su camino. No está segura de si la criatura que vio aquella noche la tenía, pero si vuelve a encontrarla, si vuelve a mirarla de frente… ahora sabrá cómo saber si se trata de Badru.

—Ahora sabes dónde golpear —dice él, más suave—. Si me descubres, no dudes. Ataca ahí.

Ella levanta la mirada, encontrándose con esos ojos miel que no parpadean. Durante un segundo, solo hay respiraciones contenidas, cercanía, una quietud peligrosa.

—No lo dudes —responde Elara, en un susurro firme—. Lo haré… y te haré sufrir más de lo que duele transformarte en una noche de luna llena.

Badru no se aparta. La mirada oscura que clava en Elara no contiene temor, sino una aceptación serena, casi ritual. Como si ya hubiera hecho las paces con su destino. Apenas asiente, sin una palabra, y por un momento el silencio que los envuelve no es incómodo, sino profundo. Casi sagrado. Elara aparta la mano, pero el calor de su piel aún se siente en la yema de sus dedos. No sabe si él es culpable, pero en su interior se está trazando una promesa: si lo es, lo sabrá. Y si no lo es… alguien más arderá en su lugar.



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En el texto hay: vampiros, hombres lobo, brujas

Editado: 17.05.2025

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