¡No lo puedo creer! ¡Es impensable! Aquí estoy con un elegante vestido que jamás imaginé usar. He vestido trajes de exquisitas telas con aparatosos y presuntuosos accesorios, sin embargo, hoy visto lujos que sólo pueden permitirse los más codiciados millonarios.
El vestido azul se ciñe hasta medio muslo y allí cae al suelo. Tiene tantas incrustaciones de diamantes y zafiros que siento los hombros inclinados. En la espalda una malla de plata, casi invisible, impide que el atuendo caiga y muestre todo mi cuerpo, ¡sin ropa íntima!
Estoy segura de que se caerá en cualquier momento y es por ello que a cada minuto vigilo el escote del pecho y me duele la columna de lo envarada que me mantengo. El aire acaricia mi pierna debido a una abertura en la pierna desde el coxis hasta el talón derecho.
Sin duda es el vestido más elegante y sensual que he lucido, a juego con los accesorios me siento hermosa como nunca. Todo sería maravilloso de no ser por la estúpida, sencilla y hermosa tiara, me recuerda que ahora no decido mi futuro, al menos no me obligaron a presentarme con un ridículo peinado y mi cabello negro cae libre y lacio. Supongo que su estúpida ‹‹majestad›› lo prefiere al natural. Quiero enojarme por eso.
Mi vida raya en la ficción. Con 25 años y huérfana soy dueña de la mayor compañía en Muanda. He amasado el éxito a base de sudor y sacrificios, las personas no creen que sea posible llegar a la cima con mi edad y sin apoyo. Por supuesto que es de admirar. Y, a pesar de que estoy acostumbrada a salirme de los estereotipos, esto que vivo ahora es simplemente irreal.
Resulta que estoy por casarme con el rey. Podría decir ¡madre mía! si tuviese una o ¡Dios mío!, pero tampoco soy creyente. No lo conozco, mi vida social transcurre entre el trabajo y mis aventuras de una noche. ‹‹¡Qué deprimente!››, afirman muchos y poco me importa. No nací acompañada y probablemente muera igual de sola, está bien para mí.
Ni siquiera había visto fotos suyas hasta que recibí aquella carta y me vi en la necesidad de investigar sobre él. Poco me importa la política, mientras mis negocios se mantengan me da igual si la personificación del demonio vaga por la tierra; sin embargo, ahora adorna mi mano izquierda un anillo de compromiso hermoso, debo reconocerlo, que me une a él.
Los padres son quienes suelen tratar los contratos matrimoniales, pero como soy huérfana el gobierno se hace cargo de aceptar las propuestas matrimoniales y las dotes respectivas. Yo le llamo «venderme». No puedo soportar que estas prácticas aún existan. Pudiera huir, pero sólo se sale de esto muriendo y no estoy dispuesta a pagar el precio, aún.
Mi mantra es: «mira hacia adelante y acepta todo lo que se interponga en el camino». A veces las preocupaciones impiden ver las ventajas de los momentos oscuros. Quizás «su majestad» se decepciona al verme. Soy hermosa, pero ¿a la altura de un rey? Y si no sucede siempre tengo mis habilidades empresariales para disuadirlo.
Las leyes matrimoniales establecen que el futuro marido, «comprador», y la mujer, «objeto», deben llevar a cabo una reunión un mes después de la propuesta para definir si continuaran los planes nupciales, con el claro objeto de proteger su inversión. Para mi asombro, hace exactamente 30 días que este maldito anillo adorna mi dedo y no he visto al rey. Parece respetar las leyes. En mi experiencia, entre más poder ostentas menos obedeces las leyes que te lo confieren.
Recorro la capital en un auto lujoso, por el suelo se esparcen docenas de envoltorios para bombones que estoy consumiendo como si fuera a morir en unos minutos, los recojo para librar al chofer de ordenar mi estropicio. Va callado todo el viaje y sus modales son impecables, pero me vigila a través del retrovisor, cuando pesco su mirada la aparta sin disculparse, no esconde su curiosidad.
El cuero de los asientos se me pega a la piel. Ni siquiera el paisaje me tranquiliza. Cuando desaceleramos alzo la vista y descubro una mansión de mármol y cristal, esperaba una catedral antigua y enorme, pero el estilo es moderno. Damos la vuelta a un monumento que me deja maravillada: dos esferas flotan superpuestas sin tocarse y nada que las sostenga.
No soy nerviosa, pero una mezcla de cosquilleo y ardor hace estragos en mi estómago y un escalofrío me recorre de pies a cabeza. Sólo hay dos opciones: salir victoriosa, sin anillo, o casarme el próximo mes como dicta la ley.
«Mira hacia adelante y acepta todo lo que se interponga en el camino» Me aferro al abrigo de piel, nada menos asombroso que el vestido.
—Señorita Vennus, bienvenida al palacio Apsu. Diríjase a la entrada, allí le indicarán a donde ir —dice el conductor al tiempo que sostiene la puerta para mí. Cuando le doy la espalda aún siento su mirada, apuro el paso.
Muanda Capital es una zona semi-montañosa. El palacio es imponente con los tonos dorados y azules del amanecer pintando el cielo y las montañas nevadas a sus espaldas. Esperaba un ejército de trabajadores y es todo lo contrario; sin embargo, la puerta se abre anticipando mi llegada. Una mujer uniformada de mediana edad me saluda con una amplia sonrisa de dientes blancos, el ceño fruncido y la nariz aguileña le quitan la belleza que pudiera tener. Trae el encanecido cabello recogido en un apretado moño del que no escapa ni una hebra.
—Buenos días, señorita Vennus, bienvenida a Apsu. Sígame, su majestad la espera en el salón azul ―indica, yo murmuro un saludo y empieza a guiarme. Su andar es rígido y no se vuelve para comprobar si la sigo.
La mansión me recibe con un agradable rumor de agua corriente. En el aire flota un aroma a mar: salado, caliente, casi me siento arropada por el océano. Recorremos un amplio recibidor circular, el agua corre a través de las paredes entre franjas de cristal. Los cuadros y tapices recrean paisajes o criaturas marinas. Unos imponentes muebles de terciopelo blanco contrastan con la opulencia de la estancia, me imagino aquella suavidad al tacto, serían excelentes en posiciones lujuriosas, sonrió.
El recibidor termina en una escalera semicircular que ocupa el fondo de la sala, los escalones de mármol blanco parecen estar suspendidos en el aire, están tan lisos y relucientes que, al mirar abajo, otra Vennus me saluda.
—Mi nombre es Sofía y estaré a su disposición durante la estadía en el palacio Apsu —dice la mujer sin volverse, se sujeta la falda con manos tiesas como una escultura.
—Gracias. —Espero que sea muy poco tiempo. El atuendo no armoniza con mi plan, debí presentarme menos deslumbrante, pero no tenía opción desde que recibí su carta:
Señorita Vennus:
Cordiales y calurosos saludos. Le escribe el rey Zaak Vaamm. Me satisface comunicarle que hoy se ha oficializado la petición de su mano ante las oficinas correspondientes, por ser usted huérfana. En treinta días un grupo de estilistas le visitará para prepararla. Por favor, acompáñeme a una reunión previa a la comunicación pública del compromiso.
Le espero.
Zaak Vaamm, rey de Muanda
La verdad no esperaba que escribiera prosas, pero cualquiera pensaría que es una carta de negocios. No todos los días me escriben: ‹‹¡Oye vas a casarte conmigo, te veo luego!››. ¿Por favor, acompáñeme? ¿En serio? ¿Es que tengo otra opción? Hoy llegó un pequeño ejército a casa con cantidad de instrumentos y el maravilloso vestido. Y heme aquí, embutida en la mejor prenda que haya tenido el honor de usar.
Sofía se detiene frente a unas puertas dobles de acero. Los pensamientos no me dejaron observar el palacio ni siquiera sé cómo le seguí el paso a Sofía.
—Hasta aquí le acompaño, señorita, espere. —Y se va, dejándome allí sola.
La paciencia no es mi fuerte, ¡maldita sea!... Habría seguido de no ser porque abren la puerta. Me recibe un hombre de cabello negro liso tan repeinado que si un vendaval a mil kilómetros por hora lo embistiera seguiría en su sitio, sus ojos azul eléctrico están enmarcados por largas pestañas y gruesas cejas, una barba corta enmarca su rostro cuadrado y fuerte. Viste un traje plateado, sin una arruga, que se ajusta a su musculoso cuerpo de piel blanca y tersa. Por el bolsillo del saco sobresale uno de esos bonitos pañuelos que no sirven más que de adorno, los gemelos de oro y diamante son tan extravagantes que jamás pasarían desapercibidos. Emana un exquisito almizcle que me inunda los sentidos y un magnetismo asombroso. Me regala una amplia sonrisa. Y, claro, una corona con picos a modo de espinas Frunzo el entrecejo, ¿tiene que ser apuesto?
—Buenos días, Vennus, bienvenida. —Sus ojos examinan mi rostro de ojos negros, nariz perfilada y demora mucho más en mi busto, cintura y caderas. Luego de una eternidad se hace a un lado y me deja pasar.
—Buenos días, Zaak, no esperaba que nos tuteáramos en la primera cita. —Ríe—. Es bueno saber que podemos hablar con confianza.
Sonríe resplandeciente y se interna en el salón, cuando la majestuosidad del lugar queda a mi vista no soy capaz de articular palabra. Entre las paredes azules ondulan líneas de cristal como en el recibidor pero estas tienen peces cirujanos, el color de los animales en movimiento causa un espectáculo precioso. El techo deja ver una piscina que circula en la habitación de arriba. El suelo de mármol y los arreglos florales, incluso los muebles son en tonos azules. Me pregunto si sabe que me encanta.
—Por favor siéntate —me invita haciendo lo propio en un sillón mullido—. ¿Cómo estás?
—Excelente, gracias por preguntar. Quisiera ir directo al grano. —Al ver su sorpresa agrego—: No me tomes por maleducada, ¿cómo estás tú? —Me observa un momento sin abandonar su buen humor.
—Estoy bien —responde, su buen ver abofetea mis planes de mandarlo al diablo, casi flaqueo—. Quieres ir directo al matrimonio o ¿te refieres a la noche de bodas? —añade con picardía.
—Me refería al tema de esta reunión, supongo que atañe a ambas cosas. —Encojo los hombros—. Respecto a lo último, has de saber que no soy virgen.
—No hay problema, Vennus —pronuncia mi nombre con voz ronca y sensual, esto no ayuda.
—Y no soy monógama, nunca lo he sido —suelto.
—Siempre hay una primera vez, lo serás en esta ocasión. Es eso o la horca. —El imbécil luce tan feliz como yo ofuscada.
—Te sugiero que reconsideres. No quiero casarme, puedo compartir tu cama, pero el matrimonio no es una opción para mí. —Le regalo una sonrisa seductora.
—¿De qué color son mis ojos? —¿Y esa pregunta tan extraña?
—Zafiro —Mi respuesta lo complace—. ¿Qué tiene...?
—Perfecto —me interrumpe—, eres la indicada. Tampoco me supondrá ningún castigo permitir que calientes mi cama eres una mujer muy abierta según he escuchado. —¿Estoy perdiéndome algo?
››Te quedarás conmigo hasta el matrimonio. Ya hay una habitación de palacio preparada para ti. Siéntete cómoda. Si hay algo que necesites de tu casa solo tienes que decirlo y aquí estará en unas horas.
—Un momento, ¿soy la indicada porque dije de qué color son tus ojos? Podrías tener afuera filas de mujeres.
—Ninguna me daría una respuesta así. —Seguro es por mi elección de palabras, no hay otra explicación—. Ahora no lo entiendes, pero lo harás —me avisa.
—Soy una mujer de negocios, no me puedo rendir. Yo no quiero casarme y tú estás interesado en algo que desconozco, siempre hay otras opciones. Puedes decirme qué esperas y te lo doy sin casarnos. —Imprimo en mi voz cada ápice de seducción que poseo.
—Me temo, querida Vennus, que mis motivos no se pueden compensar de otra manera. —Acerca sus labios a mi oreja—. Aunque suena tentadora tu propuesta, quiero muchas cosas. ―Su voz ronca me eriza la piel. Me lame el lóbulo, ese punto me vuelve loca. Este infeliz quiere jugar conmigo.
—Zaak, aun no estamos casados, es incorrecto hacer esto. —Sus ojos brillan.
—Tienes una reputación, querida, que sugiere lo contrario. Sólo tienes un mes para escapar. —Su rostro al fin se torna serio—. Lo de ser monógama o la horca es muy sincero, sería una lástima optar por la segunda. Sé todo lo que sucede en este país, no lo dudes.
—No soy estúpida, pero o tú te sometes también o me iré a la horca y no conseguirás lo que deseas. —¡Toma infeliz! Si no tengo diversión tampoco tú.
—En mi condición es imposible serte infiel.
—¿Infiel? Solo quiero que la diversión se te acabe—le espeto.
—Pronto estarás igual que yo ―replica. No es más que un loco, ¿cómo puedo convencerlo?, soy una empresaria no psiquiatra.
—No tengas tan poca fe. —Besa mi muñeca—. Me sorprende que no te hayan hablado de eso.
—No tengo familia.
—No es a lo que me refiero, pero es pronto aún. —¿Será posible que sepa...?
—No te había dicho lo hermosa que eres y ese vestido... —Se muerde el labio inferior, ¡qué descarado!—. ¿Me acompañas a almorzar?
«Mira hacia adelante y acepta todo lo que se interponga en tu camino» ¿Qué gano con la negación? Nada. Aun no comprendo su posición respecto a este matrimonio y no voy a conseguirlo con una actitud renuente. Lo mejor será comportarme como una buena chica para sonsacar un acuerdo o acostumbrarme. Si al final esto es lo que me toca debo aceptarlo o vivir miserablemente.
—Te acompaño —contesto. Ensancha aquella sonrisa perenne.
—Gracias, querida Vennus. —Me ofrece su brazo—. Vamos a divertirnos mucho.