Susan in Shaw, La obsesión del chantaje

Dos

La mañana en la oficina del comisario comenzó con el aire cargado de tensión. El despacho estaba iluminado por la luz opaca del amanecer que se filtraba a través de las persianas medio cerradas, arrojando sombras en el suelo. Frente a un escritorio abarrotado de informes y carpetas, Samuel, el comisario del departamento de policía, observaba a Susan con una expresión sarcástica. La figura de ella, esbelta y erguida en su uniforme policial, destacaba bajo la mirada del comisario, quien evaluaba cada detalle, desde su prominente pecho hasta la postura firme de sus hombros.

—¿Así que te dominaron y luego, bueno... esa sustancia pegajosa que dices que encontraste en la boca? —preguntó Samuel, su tono rebosando ironía mientras mantenía sus ojos entrecerrados, sin contener una sonrisa burlona—. ¿No recuerdas nada más, señorita Susan?

Susan mantenía la mirada fija en el suelo, sus dedos jugueteando con un rizo de su cabello negro, ahora acomodado en un estilo bob. Movía su cabeza en negación, evitando tanto los ojos del comisario como el peso de su tono mordaz. Aunque las palabras de Samuel le resultaban ofensivas, permaneció impasible, dispuesta a soportar la humillación con tal de seguir adelante.

—No, señor —respondió con voz medida, tragándose cualquier emoción.

Samuel se rascó el cráneo calvo, haciendo una pausa antes de contestar, su expresión un tanto abatida pero sin despojarse del sarcasmo. Parecía disfrutar ese pequeño momento de autoridad, pero finalmente asintió, encogiéndose de hombros.

—Está bien, puedes irte, pero si recuerdas algo más, no dudes en decírmelo.

Susan giró sobre sus talones y salió de la oficina sin mirar atrás. Avanzó a paso firme hacia su puesto de trabajo, su mente aún reviviendo el interrogatorio del comisario. Tomó asiento frente a su computadora y comenzó a redactar su declaración en el formulario oficial, describiendo cada detalle que recordaba de la noche anterior. Al terminar, imprimió el documento y lo llevó al departamento de archivos, donde lo dejaría en manos de la administración para su revisión.

El teléfono en su bolsillo vibró. Lo sacó y trazó el patrón de desbloqueo en la pantalla para acceder al mensaje. Las palabras eran escuetas, pero claras: "¿Puedes venir? He encontrado algo relacionado con lo de ayer en la gasolinera". Sin dudar, guardó el teléfono y salió de la oficina rumbo al aparcamiento, donde subió al auto patrulla y arrancó hacia la gasolinera, dejando atrás la rutina de la estación.

Al llegar, divisó a un compañero de uniforme parado frente a la entrada de la bodega, el mismo lugar donde había presenciado el ataque y asesinato del dueño la noche anterior. Era Mike, un amigo cercano y confidente, con quien había compartido sus años de formación y a quien confiaba plenamente. Al verla, Mike asintió en dirección a la entrada, invitándola a seguirlo hacia el lugar donde aún se percibía la intensidad de la escena.

Dentro de la bodega, Mike se arrodilló para recoger un pequeño objeto del suelo, cubriéndolo con un guante de látex antes de guardarlo cuidadosamente en una bolsa de evidencia. Luego se levantó y le entregó la bolsa a Susan.

—Llévalo al laboratorio de criminología —le indicó.

Susan asintió y le dedicó una sonrisa de agradecimiento, tomando la bolsa y despidiéndose con un abrazo que ambos compartieron en silencio. Acto seguido, regresó al auto patrulla y condujo de vuelta a la estación con la evidencia en mano, dispuesta a encontrar respuestas en el laboratorio. Al llegar, se dirigió directamente a la sección de criminología, donde Fausto, uno de los analistas forenses, la recibió con una expresión concentrada.

—Gracias, Susan. Tan pronto tenga los resultados, te avisaré —dijo Fausto, recibiendo la bolsa con la evidencia.

Susan asintió en señal de acuerdo y se dirigió a su área de patrullaje, retomando la rutina del día. La patrulla la mantuvo ocupada, distrayéndola de los pensamientos oscuros que la perseguían desde la noche anterior. Sin embargo, al finalizar su turno, su teléfono volvió a vibrar. Esta vez, el mensaje era de Mike: "¿Te gustaría cenar conmigo esta noche?"

La invitación la hizo sonreír, y sin pensarlo dos veces, respondió afirmativamente. Mike y ella compartían una amistad sólida desde la infancia; se habían conocido en la escuela y, más tarde, coincidieron en la universidad, donde ambos estudiaron Criminología y Derecho en Shaw-Irvine, una institución que combinaba el enfoque académico con la formación práctica en la prevención del delito y el control social.

A las seis cincuenta, Mike llegó a recogerla en su Renault Clio Williams, un auto modesto pero bien cuidado que se había convertido en su fiel compañero de recorridos. Susan, vestida con un impermeable utilitario de mangas largas, bajó los escalones de su casa y se dirigió hacia él, saludándolo con una sonrisa. Había optado por zapatos tipo Oxford de suela gruesa y calcetas negras traslúcidas, ideales para la noche lluviosa que se avecinaba.

Mike le ofreció el brazo, y juntos caminaron hacia el auto. En el trayecto, la miró de reojo antes de romper el silencio con un tono que mezclaba cierta incomodidad y algo de seriedad.

—Susan, me gustaría presentarte a un amigo… No te lo mencioné antes porque sé que todo esto ha sido difícil, especialmente después de lo de anoche. Espero no te incomode.

Susan, manteniendo una expresión neutral, asintió sin cuestionarlo, aceptando su decisión. No le molestaba la compañía de un tercero, siempre y cuando Mike estuviera presente. Después de todo, confiaba en él y sabía que respetaría sus límites.

Al llegar al restaurante, ambos descendieron del auto y se dirigieron hacia la entrada. Frente a la puerta, un hombre alto los esperaba. Su presencia era imponente, y al ver a Susan, una sonrisa se dibujó en su rostro. Mike se apresuró a realizar las presentaciones.

—Susan, te presento a Casius. Puedes llamarlo Cas.



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En el texto hay: chantaje, drama, violencia

Editado: 30.10.2024

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