Susurros a la luna

Las hijas del viento

Las Hijas del Viento

En el pequeño pueblo de San Esteban, la brujería estaba prohibida desde hacía siglos. Un antiguo edicto, grabado en piedra en la plaza central, advertía que cualquier persona sorprendida practicando magia sería desterrada o, en el peor de los casos, ejecutada. Sin embargo, los habitantes ignoraban que la magia seguía viva, oculta en las sombras, susurrada por el viento y escrita en las estrellas.

Marta, una joven de cabello negro y ojos dorados, siempre había sentido que no encajaba en el pueblo. Desde niña, su madre le había advertido que nunca revelara lo que podía hacer: curar enfermedades con solo tocar a alguien, escuchar pensamientos ajenos en la brisa nocturna y ver fragmentos del futuro en los reflejos del agua. Pero cuando su madre murió, Marta se quedó sola con sus dones y un miedo constante de ser descubierta.

Una noche, mientras recogía hierbas en el bosque, encontró a un niño herido. Su pierna estaba destrozada por la trampa de un cazador. Marta no podía ignorar su sufrimiento y, sin pensarlo, colocó sus manos sobre la herida. Un resplandor dorado envolvió la piel rota y, en cuestión de segundos, la carne se cerró como si nunca hubiera habido herida alguna.

El niño la miró con ojos llenos de asombro y terror.

—No se lo digas a nadie —suplicó Marta, pero ya era demasiado tarde.

A la mañana siguiente, los guardias llegaron a su casa. La sacaron a la fuerza, arrastrándola hasta la plaza donde el alcalde la miraba con severidad.

—Bruja —escupió una anciana entre la multitud.

—No es cierto —trató de defenderse Marta—. Solo ayudé a un niño.

Pero la gente no quería escuchar. La magia era un crimen, y los crímenes debían pagarse.

Justo cuando el verdugo se preparaba para atarla y llevarla a la hoguera, un viento helado recorrió la plaza. Las antorchas se apagaron de golpe, y una voz profunda y antigua resonó en el aire.

—Las hijas del viento no mueren en llamas.

De entre la multitud, varias mujeres alzaron las manos. Mujeres que Marta había visto toda su vida: la panadera, la partera, la anciana que tejía en la esquina. Todas murmuraron palabras antiguas, y el suelo tembló. Los hombres soltaron sus armas, aterrorizados.

Marta sintió que algo despertaba en su interior. El miedo desapareció. Con un solo susurro, se desató una tormenta que oscureció el cielo. Cuando el viento se disipó, ni Marta ni las demás mujeres estaban allí.

Desde aquel día, San Esteban cambió para siempre. Las autoridades, temerosas de la ira desatada por las brujas, comenzaron a suavizar las estrictas prohibiciones contra la magia. Aunque oficialmente seguía prohibida, muchos habitantes empezaron a cuestionar las antiguas creencias y a buscar conocimiento sobre las artes ocultas.

Las mujeres que antes practicaban la magia en secreto ahora se reunían en el bosque, lejos de miradas indiscretas, para compartir su sabiduría y proteger a quienes buscaban su ayuda. Marta, convertida en una líder entre ellas, enseñaba a las más jóvenes a controlar sus dones y a usarlos para el bien de la comunidad.

Con el tiempo, las historias sobre la noche en que las brujas desaparecieron se convirtieron en leyendas. Los niños crecían escuchando relatos sobre las Hijas del Viento, mujeres poderosas que protegían el equilibrio entre la naturaleza y la humanidad. Aunque la brujería seguía siendo un tema delicado, muchos comenzaron a verla no como una amenaza, sino como una parte esencial de la identidad de San Esteban.

Y así, en el corazón del bosque, las Hijas del Viento continuaron su labor, esperando el día en que la magia y la humanidad pudieran coexistir abiertamente, sin miedo ni prejuicios.

Los años pasaron, y aunque en San Esteban la brujería seguía siendo un tema prohibido, algo había cambiado en la gente. Ya no denunciaban tan fácilmente a quienes mostraban señales de poseer dones especiales. El miedo aún vivía en sus corazones, pero también la duda. ¿Habían hecho bien en perseguir a las brujas? Después de todo, la única razón por la que Marta fue descubierta fue porque intentó salvar una vida.

Mientras tanto, en lo profundo del bosque, las Hijas del Viento prosperaban. Marta, ahora considerada la guía de las brujas, continuaba enseñando y perfeccionando su arte. Algunas de las mujeres eran curanderas, otras podían hablar con los animales, y unas pocas, las más poderosas, eran capaces de controlar los elementos. La magia no era oscura ni maligna, como les habían hecho creer durante siglos; era una fuerza de la naturaleza, un don que debía ser usado con sabiduría.

Sin embargo, no todos en el pueblo estaban dispuestos a aceptar este cambio. El alcalde de San Esteban, un hombre rígido y temeroso de perder su autoridad, comenzó a organizar grupos de búsqueda para patrullar el bosque. Sabía que las brujas seguían allí y temía que, algún día, regresaran a reclamar el pueblo.

Una noche, un grupo de hombres armados se adentró en la espesura con antorchas y cuchillos. Querían capturar a una bruja y demostrar que la amenaza aún existía. Después de horas de búsqueda, encontraron una pequeña cabaña de piedra cubierta de musgo. Dentro, una niña de no más de diez años dormía profundamente. Era Lía, una de las aprendices más jóvenes de Marta.

—Es una de ellas —susurró uno de los hombres, con el rostro pálido.

La niña abrió los ojos, y en ellos brilló un reflejo dorado, igual al de Marta. Pero no tuvo tiempo de defenderse. Los hombres la sujetaron con rudeza y la llevaron al pueblo.

Cuando Marta se enteró de lo sucedido, sintió una ira que nunca antes había experimentado. Sabía que la niña estaba en peligro. Si el alcalde la acusaba de brujería, la ejecutarían antes del amanecer.

Sin perder tiempo, reunió a las Hijas del Viento y trazaron un plan. No permitirían que se repitiera la historia.

Esa misma noche, una espesa niebla cubrió San Esteban. Era tan densa que nadie podía ver más allá de sus propias manos. Luego, un viento gélido comenzó a soplar, trayendo consigo murmullos lejanos, como si el bosque mismo estuviera hablando. Los hombres que custodiaban a Lía sintieron un escalofrío recorrerles la espalda.



#3458 en Otros
#1014 en Relatos cortos

En el texto hay: misterio, suspenso

Editado: 19.02.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.