Las nubes que se deslizaban en el cielo claro del reino de Annelh no presagiaban el caos que se avecina no muy lejos.
Los habitantes del Reino son ajenos a la montaña de caos y destrucción que se mueve a través del mar angosto con un solo objetivo: conquistar.
Como muchos de ellos, los trabajadores en la panadería desconocían del peligro, para ellos era un arduo día de trabajo para poner algo de alimento en sus mesas.
Las mesas que cada día y cada noche a penas tienen algo que sostener, las mesas que sin duda alguna no hay ocasión en las que no estén vacías.
Habitantes como los que trabajan con el panadero junto con los artesanos, los armeros, los vendedores y los pescadores, son los que siempre temen y preocupan por el alimento.
Preocupaciones que a los Señores, Lady, Caballeros y principalmente Reyes no hacen ni cosquillas. Mientras ellos gozan del poder facilitado al nacer en circunstancias ventajosas, los miserables buscan su sustento en el trabajo diario.
Ni siquiera las plegarias nocturnas dirigidas a los Dioses del Sol y la Luna hacen algo por alentar el espíritu de las pobres almas hambrientas.
Ni las palabras llenas de mentiras del Rey consuelan a sus súbditos. Ni siquiera la profecía de un valiente guerrero que los libere de las cadenas de lo precario y la desgana de la vida que conocen funciona con motivar a los más jóvenes a no rendirse.
La historia se cuenta desde tiempos tan antiguos, tiempos donde las fuerzas oscuras y las fuerzas sobre naturales existían.
Se creía que los seres capaces de controlar dichas fuerzas, fueron enviados a la tierra como regalo de los Dioses para mantener el equilibrio entre los humanos y ellos.
Muchos lo creen, muchos no. Pero lo que sí perduró al paso del tiempo fue la profecía de la libertad.
Se dice que cuando el pueblo creyera respirar su último aliento, el guerrero con más poder que mil reyes juntos levantaría su espada y daría libertad a todos.
Pero el hambre ya llegó, solo falta la muerte, es por ello que todos dejaron de creer tontos y bobos cuentos de hadas y la posible vida en la liberación.
Nadie es tan valiente para enfrentarse al Rey Picius y su ejército de asesinos.
Nadie, excepto él.
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—¡Marderisa!— me grita Pambor, el panadero del reino—Trae tus huesos aquí— su voz no deja rastro de duda de su enfado—¡De inmediato!
—¡Voy!— grito mientras me aliso el sucio mandil.
Al llegar a la parte delantera de la pequeña panadería, me encuentro con un Pambor muy furioso y una muy sonriente Alinet, ya se había tardado en venir.
—Lady Alinet me estaba informando que los bollos de arándanos que son tu responsabilidad hacer, estaban defectuosos— el pobre hombre está tan rojo como los arándanos que utilizo para mis creaciones.
—Eso no es cierto— digo con voz cantarina, evitando a toda costa que mis muy profundas ganas de abofear a Alinet salgan a la luz.
—Claro que sí, esta jovencita no sabe como tratar a sus superiores— dice con su voz chirriante, mientras saca un elegante abanico y de manera aún más elegante soplar su rostro— No permitiré estos tratos de una salvaje, así que o me ofrecen una disculpa o pierden un muy importante cliente.
Esta mujer, se cree que es la mismísima mujer del Rey Picius, cierto es una Lady, está por encima de todos en este lugar, pero NO soy una mentirosa.
—Disculpate Marderisa— dice sin lugar para refutar Pambor, sabía que esto pasaría, nunca está de mi lado, siempre prefiere creer las palabras de cualquiera con algo de dinero que en mi palabra, después de todo, solo soy una huérfana que sabe hornear muy bien.
—No haré tal cosa— está por refutar, pero me adelanto— No me disculparé, porque Lady Alinet está mintiendo, ayer no se preparararon bollos de arándanos, de hecho si no mal recuerdo, Susanit le vendió dos roscas de vainilla— la sonrisa de Alinet se borra de golpe.
—Yo... eso...no, eso no es cierto— balbucea nerviosa porque la atrapé.
No se cual es su rencor hacia mí, pero ya le había dejado pasar muchas y está vez no se repetirá esa situación, ya no más.
—Es cierto padre— dice Susanit saliendo de la cocina con una bandeja de bollos de arándanos recién salidos del fogón— Yo fui quien la atendió ayer, lo que dice Marderisa es completamente cierto.
Sonrío un poco a mi única amiga, Pambor es un maldito conmigo, pero adora a su única hija y sabe que no miente.
—Olvidaremos esta situación— es todo lo que dice mientras desaparece por las puertas de la cocina.
Alinet nos ve con claro odio a Susanit y a mí, pero mientras ella nos dispara dagas con los ojos, mi amiga coloca dos bollos en una canasta y me los entrega.
—Cortesía nuestra, estos están frescos— sonrío al colocar los postres en sus manos enguantadas elegantemente— Cómo todo lo que hago, están exquisitos.
Dando un pisotón, la mujer sale hecha una furia moviendo su perfumado cabello rubio.
—¿Qué le hiciste para que te odie tanto?— pregunta la pelirroja acomodando los bollos.
—Nacer en la miseria— digo con tono melancólico.
Quien diría que el grado de pobreza entre los habitantes del Reino de Annelh nos llevaría tan al borde de la perdición que muchos ya han comenzado a robar y si son descorazonados, terminar con una vida.
No tengo ningún recuerdo de mi vida que no sea trabajar en la panadería, no sé que fue de mi familia o si existió una.
Solo recuerdo mis días desde los quince años, que fue cuando comencé a trabajar para Pambor, es irritante, grosero y nunca me cree nada, pero nunca me ha negado un plato de comida y aunque las ventas algunas veces son bajas, siempre obtengo mi paga.
Con ella me puedo permitir mi pequeño rincón en la posada de la buena Babet, esa mujer es una bendición de los Dioses. Trabajo arduamente con Pambor y Susanit. En mi tiempo libre, que es muy poco, me gusta mucho escucharla leerme sus bellos relatos.