Después de las ideas tan sorprendentes, Sumbulg me dijo que descansara y dejara que la pócima hiciera su efecto.
Dijo que necesitaba tener el rostro intacto para lo que vamos a hacer.
El Dios Sol ya está empezando a salir, el mar Angosto se ve tan increíble en estos momentos, es como un pequeño brillo en mi oscuro camino.
Estar en este barco es como mil hogueras juntas. Extraño mi horno, extraño a Susanit y a Babet, por todos los Dioses hasta extraño a Pambor.
Los días son más largo en el agua, no sé hacia dónde se dirigen estos guerreros, ni las ideas de guerra de el Conquistador.
No pude dormir nada por el miedo de que me golpeen mientras estoy distraída y también no tuve descanso porque mi mente errante divaga más y más con la propuesta de Sumbulg.
No quiero que me golpeen o peor, se sobrepasen, pero la idea de estar con el Conquistador me produce el mismo miedo.
Pero la ventaja es que lo haríamos en mis términos, si Sumbulg dice la verdad y puedo seducirlo, haré todo a mi manera.
La vida es de los que arriesgan todo, no tengo nada que perder, pero si mucho que ganar. Si me convierto en su mujer, con el tiempo podré convencerlo de hacer cosas por mí y si tengo mucha suerte y los Dioses están de mi lado, podré hacer que regresemos a Annelh y encontrar a mis amigas.
—Vamos, tenemos toda una mañana con cosas por hacer—dice Sumbulg apareciendo con un bastón y un gran pedazo de tela en sus manos, esta mañana lleva un ¿vestido?. No sé como llamarlo, pero es de color carmín suave y lleva tela a juego en su cabeza.
—¿Para que son las cosas?— señalo los objetos en su mano.
—La tela, es para lo que estoy seguro hará enloquecer al Conquistador— observo la vieja tela sin comprender— Y el bastón es para ti.
—¿Para mí?
—Así es, si no obedeces o cuestionas mis ordenes te ganas un toque.
—Un toque— repito. Por su expresión seria estoy segura que no está bromeando.
Me hace señas para que lo siga. Cuando me levanto siento que el dolor en mi costado ya no es tanto y que mi rostro mallugado no pica. Observo mi pobre vestido rasgado, si Babet me viera, su trabajo tan duro.
Me trago el sentimentalismo y mentalizo mis ideas, tengo un plan y voy a llevarlo hasta el final, no importan las consecuencias. Regresaré a Annelh a cualquier costo.
Sumbulg se detiene en la punta del barco donde está situada un gran trozo largo de madera que termina en... bueno no es como que caer al mar sea un buen final.
—Sube— me indica señalando el trozo de madera.
—Ni muerta, ¿Cómo crees?— señalo las fuertes olas—Me van a hacer caer en un respiro.
Sin que me de cuenta toma su bastón y me propina "un toque" en las piernas.
—Lo haces y te callas, tienes que confiar en tu propio cuerpo— me señala con el bastón las piernas expuestas por los cortes del idiota barbon—Tienes piernas de hombre ¿Qué hacías exactamente antes de que te trajeran aquí?
—Era panadera, cortaba leña, cargaba sacos y paleaba el fogón— digo sobando la pierna que me ha golpeado.
—Exacto, piernas de hombre, al menos en la fuerza, así que usa ese par para mantener tu cuerpo firme.
Estoy por negarme pero sube su bastón como si fuera a golpearme de nuevo.
—¡Ya voy!
Cuando subo lo hago con mucho cuidado, pero es inútil, mis piernas tiemblan y cuando veo la altura del barco hacia el mar siento como mi mente se nubla y creo caer.
Un grito fuerte sale de mis labios cuando una fuerte ola choca contra el barco y sacude todo. Sin pensarlo dos veces me arrojo hacia el interior del lugar y me aseguro en lo firme de la cubierta.
—Amada seguridad— digo besando el suelo.
—Esto va a ser largo y difícil— escucho que murmura Sumbulg.
Así pasaron las lunas y los soles entre mi nuevo maestro y yo.
El barco seguía en su especie de rutina, los guerreros afilaban y creaban nuevas espadas, las mujeres trabajaban en la cocina, las bailarinas se encargaban de mostrarme su muy amable y gentil trato.
Incluso una de ellas, la de cabello dorado que se encierra con el Conquistador algunas lunas, se acercó hasta mí después de una de mis hermosas y cálidas lecciones con Sumbulg.
—Sumbulg es un maldito lunático si cree que tienes una mínima posiblidad con mi Conquistador— dice con burla.
—Eso lo veremos, urraca— le digo.
—No soy una urraca, soy una Princesa— me dice con altanería.
—¿Una Princesa? ¿En medio de estos hombres?
—Cuando el Conquistador llegó a mi reino, fui una de las capturadas por él en persona, sé con seguridad que mi belleza lo dejó impresionado a la primera, así que me tomó porque me deseaba.
—¿Y prefieres estar en este barco y no en tu palacio?— pregunto incrédula.
—Mi reino era pequeño, se llamaba Angie— me cuenta— Mis padres murieron cuando era pequeña y por derecho el trono le correspondía a mi hermano mayor, era cruel— una sonrisa tira de sus labios—Ver como el Conquistador arrancaba su corazón con sus propias manos fue el segundo día más maravilloso de mi vida— observo el rostro delicado y bello de esta Princesa y no puedo creer lo que cuenta.
—¿Y cuál fue el primero?— pregunto.
—El día que el Conquistador me tomó como una de sus mujeres— sacude su cabello—Así que te lo repito, él es mío, ninguna ha logrado estar con él más de una noche, soy la única que lo consigue.
—Claro urraca.
—Mi nombre es Johanen, no urraca— dice chasqueando sus dedos—Grábatelo bien en tu pequeño cerebro de panadera— mis ojos se abren al escuchar esa información—Escuché el otro día lo que le dijiste a Sumbulg, ¿Cómo piensa una simple plebeya competir contra mí, una Princesa?
—Los títulos en este lugar son lo de menos—le digo firme, me coloco frente a frente, puede que ella esté bien arreglada y brille como una maldita estrella, pero no me importa, le hago frente— El Conquistador debe de estar hastiado de lo que fácil obtiene—sonrío arrogante—Te demostraré que las plebeyas de Annelh estamos por encima de las Princesas de Angie.