Camila observó desde el otro lado de la avenida Boyacá aquella fábrica abandonada, esa fábrica que siempre había despertado su interés. A esas horas de la noche, cuando la luna llena proyectaba su luz pálida, la estructura, rodeada de muros altos y rejas oxidadas, parecía haber absorbido todos los años de historia de la ciudad, cada sombra y cada secreto.
—¿Por qué lo sigo dudando? —Dijo para sí misma mientras apretaba el bolso donde llevaba su cámara—. No puedo devolverme en este punto; ya casi termino este proyecto.
Camila llevaba varios meses entrando a edificios abandonados para fotografiar y capturar lo que estos escondían cuando el sol se ocultaba. Aun sin éxito en encontrar algo paranormal, volvía a casa con una sonrisa; las fotos que tomaba reflejaban un ambiente sombrío en cada lugar, lo cual la llenaba de miedo y, aún más, de emoción por entrar al siguiente sitio.
Sin embargo, esa fábrica poseía un aire de majestuosidad escalofriante. Su imponente estructura de ladrillo contrastaba con la modernidad que intentaba cubrir los restos de una Bogotá antigua y misteriosa. Esa Bogotá que ella quería inmortalizar.
Camila cruzó la avenida cuando ningún carro se asomaba por el horizonte en ambos sentidos. Sacó su cámara y encendió la linterna del celular. Sentía esa mezcla de ansiedad y curiosidad que la empujaba hacia lo desconocido y la hacía avanzar en busca de la entrada.
Caminó a lo largo del enrejado, buscando un espacio por donde colarse. A cada paso, los árboles dentro parecían observarla, meciéndose con el viento. Encontró una puertecilla que se movía ligeramente con un rechinido. Observó detenidamente y vio que la cadena que antes aseguraba la puerta estaba rota. Sin darle importancia, se adentró en el lugar, el pasto le rozaba las piernas mientras dejaba los árboles atrás, con la luna guiándole el camino hasta llegar al edificio central.
Camila empujó la puerta que daba al interior. El sonido metálico resonó en la quietud de la noche, rompiendo el silencio. Los ruidos de afuera se desvanecieron mientras ella cerraba la puerta, como si hubiera cruzado un umbral hacia un mundo paralelo, un mundo lleno de secretos.
El lugar estaba desolado, como debía estar. Sin embargo, Camila sentía que la observaban desde cada esquina, desde cada rincón. El viento helado se colaba por los vidrios rotos y la hacía estremecer; su piel se erizaba y parecía que el viento susurraba a su oído. Agarró con fuerza su teléfono, apuntando de un lado al otro con la linterna y observando detenidamente lo que alumbraba. No sabía si era su imaginación o el miedo, pero veía cómo algunas manchas negras parecían alejarse de la luz.
Avanzó lentamente mientras exploraba el primer piso, un gran espacio vacío donde alguna vez hubo maquinaria. Las marcas en las sucias y ennegrecidas baldosas daban indicios de lo que alguna vez funcionó allí. Al fondo se encontró con unas escaleras que crujieron bajo su peso mientras subía. En cada peldaño, el crujido resonaba más fuerte en sus oídos. La inquietante sensación de ser observada la envolvía, obligándola a tragar saliva. Al llegar al segundo nivel, se encontró en un largo corredor, donde los antiguos ventanales de cristal sucio parecían mirarla fijamente. Camila apuntó con la linterna, iluminando sombras que se movían por las paredes y se escondían rápidamente.
Su corazón latía con más fuerza a cada paso que daba, adentrándose más y más. Entre los cristales rotos, notó algo en su reflejo distorsionado: una figura borrosa y alargada que parecía asomarse, apareciendo y desapareciendo en la penumbra. El aire se tornó más frío y denso, como si una presencia invisible se deslizara a su alrededor. Se obligó a capturar el momento con su cámara; el flash iluminó el lugar solitario momentáneamente, antes de dejarla nuevamente a oscuras. Revisó la imagen que acababa de tomar: detrás de ella se distinguía una mujer vestida con ropas ennegrecidas, el cabello flotando como tentáculos oscuros y unos ojos brillantes de un intenso rojo que la observaban, mientras que su propio rostro estaba cubierto por la sombra de una huesuda mano.
Camila giró rápidamente, buscando la figura, pero el pasillo estaba vacío. Un silencio ensordecedor la rodeaba, y su respiración comenzó a agitarse, como si su cuerpo le pidiera más aire. Cada bocanada era más grande, más intensa, y más sonora.
Un dolor inquietante se instaló en su pecho. Aquello que había venido a documentar la llenaba de miedo, pero también de una emoción inexplicable. Con esfuerzo, continuó avanzando hasta el siguiente ventanal; sus pasos resonaban como si cada uno le costara. Por el rabillo del ojo, su reflejo pareció transformarse: una mueca distorsionada asomaba en su rostro, helándole la sangre. Giró la cabeza, buscando la realidad de su imagen, alumbrada por la luz de su celular, pero el cristal seguía mostrando aquella larga sonrisa que se alargaba más y más.
El ambiente se volvió más pesado. Su cuerpo temblaba, y el dolor en el cuello y la espalda aumentaba con la tensión. Sintió una presencia fría sobre su hombro, como si alguien estuviera respirando cerca de su piel, congelándola en esa posición. Soltó el teléfono, que cayó con un ruido sordo al suelo. Camila miró al cristal de nuevo, con dificultad, y allí estaba esa mujer, tan cerca de su oído, flotando entre la oscuridad, como si sus pies se fundieran con el mismo polvo.
Camila trató de zafarse de la parálisis que la envolvía, tensando cada músculo para poder moverse, pero cada intento parecía inútil. Con un grito ahogado en su garganta, finalmente se dio la vuelta y corrió, mientras su reflejo distorsionado se quedaba viéndola alejarse. El ruido de sus pasos resonaba en el corredor, con un eco que hacía creer que algo o alguien la seguía, avanzando detrás de ella en la oscuridad.