Susurros De Buenas Noches Para Que Descanses En Paz

ENTRE UNA TERRORÍFICA RED.

Bogotá había quedado inusualmente silenciosa. El intenso frío de la húmeda noche se filtraba por las ventanas del apartamento de Clara, mientras los cristales se empañaban cada vez más. Había llovido durante toda la tarde; las calles estaban completamente mojadas, y el tráfico se había vuelto insoportable, transformando el trayecto a casa en un ejercicio de paciencia y agotamiento. Clara llegó exhausta, con los pies adoloridos tras pasar el día entero en tacones. Apenas cruzó la puerta, dejó caer su bolso al suelo y se quitó los zapatos, respirando aliviada al sentir el frío suelo de madera contra sus pies.

Se dirigió a la cocina con la intención de prepararse un tinto, pero apenas había dado dos pasos cuando algo pequeño y veloz cruzó ante sus ojos, deteniéndola en seco.

Con el corazón latiendo un poco más rápido, buscó con la mirada en el suelo. Allí, junto al guardaescobas, una araña café de patas largas se escabulló hacia la penumbra del rincón. Clara respiró hondo, intentando calmarse.

—Es solo un insecto. —Se dijo, aunque su piel ya comenzaba a cosquillear, como si una legión invisible de patas caminara sobre ella.

Sacudió la cabeza para alejar esa sensación. Dejó el agua hirviendo y agregó el café, dando un vistazo rápido hacia fuera de la cocina. Algo en la atmósfera la incomodaba, como si el aire se hubiera vuelto más pesado. Caminó hacia la sala y encendió la lámpara de pie, pero la luz apenas rompió la penumbra. Sus ojos se alzaron hacia el techo, concentrándose en una pequeña grieta de la esquina. Una grieta que siempre había estado ahí pero que, en ese momento, parecía más profunda, como si algo se ocultara en su interior.

—Me estoy volviendo loca. —Murmuró, pasando una mano por su cabello y apartando la sensación de un hilo imaginario enredado entre sus dedos.

Con pasos vacilantes, se acercó al sofá. Miró el mueble esquinero y comenzó a reorganizar las revistas apiladas. Sus dedos tropezaron con algo pegajoso. Clara se quedó inmóvil, con los músculos tensos. Lentamente, levantó la mano y vio un hilo de seda adherido a su piel. Contuvo la respiración para no gritar mientras seguía el hilo con la vista. Este se extendía desde su mano hasta la esquina más lejana del mueble, donde una pequeña araña se balanceaba perezosamente en su red.

Retrocedió, sacudiendo la mano como si el hilo pudiera quemarla. Su cuerpo comenzó a temblar ligeramente. Pero lo que vio al dar un paso atrás fue aún peor: los hilos no estaban solo en el mueble esquinero. En el reflejo de la ventana, captó un destello de luz que revelaba un laberinto de filamentos, algunos tan finos que eran casi invisibles a simple vista, extendiéndose por cada rincón del techo.

Con una sensación de repulsión creciente, Clara se dirigió rápidamente al interruptor de la luz del techo. Al estirar la mano, sintió nuevamente algo en sus dedos: un roce fantasmagórico. Miró de reojo y notó que un hilo caía desde el techo.

Retrocedió de inmediato, cerrando los dedos y temblando por la sensación pegajosa. De pronto, algo llamó su atención. En el techo, justo donde la grieta se perdía en la penumbra, algo grotesco comenzó a moverse. Era una araña, pero no como las otras. Su cuerpo era grande y regordete, con patas largas que se extendían como ramas negras, aferrándose a las sombras mismas.

Clara tropezó al intentar retroceder. Sus manos buscaron apoyo en la pared, pero, en lugar de la superficie lisa que esperaba, sus dedos se hundieron en algo pegajoso. Miró aterrorizada y vio un nuevo hilo que bajaba frente a sus ojos.

Su respiración se aceleró. Sentía que estaba siendo atrapada por una gigantesca telaraña. El sofá, las mesas, incluso la lámpara de pie parecían conectados por esa red que se expandía con vida propia. Movió la mano con desesperación, intentando apartar los hilos de seda, pero la sensación de algo caminando sobre su brazo la hizo soltar un grito ahogado.

—¡Ya no más! —Gritó, casi sin darse cuenta—. Ya no más, por favor.

Se tambaleó hacia la cocina, buscando algo, cualquier cosa, con lo que poder cortar los hilos. Ignoró el agua que seguía hirviendo. Sin embargo, al abrir los cajones, su estómago se hundió al ver pequeñas arañas saliendo de la alacena, una a una, hasta convertirse en decenas. Las criaturas se amontonaban y corrían por los muebles, las paredes, el techo y el suelo. El resonar de las patas multiplicándose llenó su mente de un eco ensordecedor.

Clara cayó pesadamente al suelo al retroceder. Sin apartar la vista de las arañas que marchaban hacia ella, se arrastró para alejarse. Sintió que su apartamento, su refugio, se había transformado en una prisión viva. Miró hacia la grieta en el techo una vez más, y sus ojos se llenaron de pánico y lágrimas. La araña desproporcionadamente grande ahora descendía lentamente, colgando de una gruesa hebra plateada. Sus múltiples ojos, negros como la profundidad misma, brillaban con un destello siniestro, fijos en ella.

Clara intentó levantarse, desesperada por escapar del apartamento. Sus músculos le suplicaban moverse, pero sus manos y piernas no respondían. Los hilos pegajosos habían formado un capullo que la mantenía atrapada, inmovilizando sus extremidades. Mientras luchaba, con el corazón latiendo al borde del colapso, sintió un cosquilleo helado en su piel. No necesitaba mirar para saber lo que era. Las arañas caminaban sobre sus brazos, se arrastraban por su cuello y bajaban por sus piernas.

Quiso gritar, pero pronto se ahogó en su propia desesperación cuando las pequeñas criaturas se colaron entre su cabello, recorriendo su cuero cabelludo y descendiendo por su rostro sumido en pánico. Una araña del tamaño de un garbanzo pasó entre sus dedos, deteniéndose un instante en su palma antes de desaparecer bajo su manga. Sentía cómo esos diminutos cuerpos de ocho patas se introducían por sus oídos, reptando con una lentitud tortuosa. Otra se deslizó por su nariz, mientras sus patas se agitaban frenéticas al encontrar resistencia. Clara intentó cerrar la boca, pero era demasiado tarde; varias arañas se precipitaban hacia el interior, llenándole el paladar de un sabor amargo y metálico que se extendía por su garganta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.