El festival de terror en el Salitre Mágico estaba en su apogeo. Las luces de neón parpadeaban como un pulso irregular, iluminando las atracciones que parecían más gigantes amenazantes que divertidas. La neblina densa que cubría el parque se deslizaba entre las estructuras, ocultando tenuemente las figuras de los visitantes. Aunque las risas y gritos resonaban, había algo inquietante que se ocultaba, observaba y hacía estremecer a Valeria.
—Julián, ¿no crees que hay... una sensación rara? —Preguntó Valeria, ajustándose el abrigo mientras miraba nerviosa a su alrededor.
Julián le dio una sonrisa forzada. A pesar de su propia incomodidad, intentó mostrarse despreocupado.
—Es solo parte del show, Valeria. Relájate.
Ella negó con la cabeza. La niebla se arrastraba por el suelo como dedos invisibles, enroscándose alrededor de sus tobillos. Sus sentidos estaban en alerta, como si algo acechara desde las sombras.
Un cartel desgastado llamó la atención de la pareja: "La Cabaña Maldita - Fuera de Servicio". La cadena que cerraba la puerta estaba rota, y la entrada se abría apenas lo suficiente para revelar un interior oscuro. Era una presencia inquietante.
—No recuerdo haber visto esta casa embrujada en la página. ¿Tú sí? —Preguntó Julián, frunciendo el ceño.
Valeria lo miró, pero su respuesta quedó atrapada en su garganta. La niebla parecía empujarla hacia dentro, como si una fría mano tocara su espalda. Las risas y los gritos del parque se hicieron más tenues, y cuando giró para buscar a los demás visitantes, notó que las figuras se iban transformando en manchas irreconocibles.
—Creo que... esto no es parte del parque... —Susurró Valeria, pero Julián ya avanzaba hacia la entrada.
Dentro el aire era denso, sofocante, cargado de un olor acre que Valeria no podía identificar. Cada paso que daba parecía resonar más fuerte de lo normal, y el eco de sus pisadas y el crujir de la madera se extendían mucho más allá de lo que el tamaño de la cabaña permitía. Las sombras danzaban en las esquinas, apenas visibles, como si estuvieran vivas.
Julián avanzaba delante de ella, pero algo en su postura parecía extraño. Estiraba su cuello y hombros como si algo le pesara, como si su cuerpo no respondiera por completo al entorno y su mente estuviera atrapada en sus propios pensamientos.
—Julián... no sigas. Esto no está bien. —Valeria lo alcanzó y tocó su brazo.
La piel de Julián estaba helada, y al girarse, sus ojos no la miraban a ella, sino a algún punto en el vacío.
—¿Escuchas eso? —Preguntó él, con un tono distante.
Valeria negó con la cabeza. No había ningún ruido, solo el silencio opresivo que llenaba la cabaña. Sin embargo, al observar más detenidamente, sintió que el espacio se encogía y extendía, como si estuviera respirando. Las paredes parecían inclinarse hacia ellos, y los espejos en las paredes devolvían reflejos que no correspondían con sus movimientos.
—Es mejor que salgamos, Julián... vámonos. —Suplicó Valeria.
—No podemos escapar. Ya no podemos irnos. —Las palabras de Julián parecían no venir de él, sino de un eco que resonaba en la habitación.
El rostro de Julián en el espejo la observaba con una sonrisa que no estaba presente en su rostro real. Valeria retrocedió, tropezando con los pedazos de una silla rota. El respirar del lugar se fue acelerando, y el espacio mismo parecía que se iba a romper en fragmentos.
—¿Qué ves, Valeria? —Preguntó Julián, acercándose con pasos lentos—. ¿Qué sientes, Valeria? —Su tono era casi burlón, algo que nunca había escuchado en él.
Ella lo miró detenidamente, con los ojos bien abiertos y la mirada bañada en pánico. El Julián que estaba allí ya no era el Julián que ella conocía. Sus ojos eran un abismo insondable, y su presencia la invadía con una sensación de vacío absoluto, como si todo su ser estuviera siendo absorbido por la mirada de algo amenazante. Valeria sentía que se le iba el aire, que su cabeza daba vueltas en la oscuridad, mientras la risa de ese Julián le retumbaba en los oídos.
—No estás aquí... Esto no es real... —Murmuró Valeria, cerrando los ojos y tapándose los oídos. Se intentaba convencer mientras las lágrimas brotaban de sus ojos.
—Mírame, Valeria. —Dijo Julián con una voz gutural que hacía eco—. ¡Mírame!
Valeria, como si hubiera sido obligada, abrió los ojos. Aquel ser, que había tomado la forma de Julián, extendía su sonrisa en un sinfín de dientes afilados, y en su mano sostenía un enorme cuchillo. De sus ojos y boca brotaba sangre que brillaba en medio de la oscuridad.
—¡Mírame! —gritó nuevamente ese ser y se abalanzó sobre ella.
De repente, algo cálido tomó la mano de Valeria y la jaló con fuerza antes de que el filoso objeto la alcanzara.
Valeria apenas podía respirar. Estaba confundida, pues Julián la llevaba de la mano y ambos habían comenzado a correr. El aire dentro de la cabaña se volvía más pesado con cada paso, y el corredor frente a ellos parecía alargarse, cerrándose, como si las paredes intentaran atraparlos. Sin embargo, un tenue haz de luz se filtraba al final del largo pasillo, un haz de esperanza dentro de esa misma oscuridad.
—¡Ahí está la salida! —Gritó Julián, apretando los dientes mientras tiraba de Valeria con todas sus fuerzas.