Susurros De Buenas Noches Para Que Descanses En Paz

SOLITARIA NOCHE EN CASA

El reloj de la sala marcaba las 9:45 p. m., y Andrés cerró la puerta detrás de sus papás.

—Volvemos tarde, cariño. —Dijo su madre antes de despedirse—. Llamas si necesitas algo, ¿bueno?

El clic del cerrojo fue como un disparo en el silencio, demasiado fuerte y certero. Andrés se quedó de pie un momento, inmóvil, con la sensación de que, al girar el pasador, había sellado algo más que la salida.

«Es solo una noche», pensó, obligándose a sonreír.

No era la primera vez que se quedaba solo, pero algo en la oscuridad del pasillo y el peso del aire lo hacía sentir extraño. Como si, desde cada oscuro rincón del apartamento, algo lo estuviera observando.

Sacudió la cabeza y se dirigió a la cocina. Se sirvió un vaso de gaseosa y tomó un paquete de Papas Margarita, intentando llenar el silencio con el crujir del empaque y el burbujeo del líquido. Pero incluso esos ruidos parecían ser devorados por el ambiente.

—No seas bobo, Andrés. —Murmuró, aunque el eco de su propia voz en la cocina vacía le provocó un escalofrío.

En su habitación, el monitor iluminaba la pared con una luz fría y azulada. Andrés conectó el mouse y empezó a jugar. Buscaba tranquilidad mientras jugaba, pero su atención se escapaba cada vez que algo crujía en el apartamento. Las tuberías resonaban como si alguien murmurara detrás de los muros, y el reloj de la sala marcaba los segundos con un golpeteo hueco que parecía más lento de lo normal.

Trató de ignorar los ruidos subiendo el volumen, pero, de repente, un leve golpeteo en el vidrio del balcón lo hizo sobresaltar. Era un sonido pequeño, como si alguien tocara la ventana con los dedos. Andrés se quedó inmóvil, con las manos suspendidas sobre el teclado. La incomodidad en su pecho se extendió como una presión. Miró hacia la puerta abierta de su cuarto, atento al pasillo, y el corazón le dio un vuelco al notar que la luz estaba parpadeando.

Era un bombillo viejo. Por supuesto que parpadeaba si se dejaba mucho tiempo encendido. Pero el patrón no era normal. Era errático, como si algo lo estuviera manipulando.

Andrés se levantó muy despacio, casi sin quererlo, y salió al pasillo. La luz parecía proyectar sombras que no deberían estar allí, alargándose en direcciones que no coincidían con su fuente. Tragó saliva y se quedó quieto, escuchando. Todo lo que oía era su respiración entrecortada y el eco del refrigerador en la cocina. Pero entonces, un estruendo rompió el silencio.

El golpeteo se intensificó y cada vez era más fuerte. Provenía del balcón y parecía acercarse.

Andrés caminó despacio, con los pies pegados al piso frío. Cuando llegó al vidrio, apoyó la frente contra él para mirar hacia afuera. Las luces de Bogotá brillaban como estrellas apagadas, y el reflejo de los postes formaba un caleidoscopio en los charcos del asfalto. Pero no había nada ni nadie allí.

Retrocedió, pero sintió que algo lo seguía, que algo caminaba detrás de él y le respiraba en la nuca. Era como si el apartamento entero lo estuviera apretando, forzándolo a no respirar demasiado fuerte, a moverse lentamente.

De vuelta en su cuarto, intentó calmarse, cerrando la puerta con cuidado.

—No pasa nada. —Se dijo, pero las palabras sonaban vacías incluso para él.

Intentó jugar de nuevo, pero el monitor reflejaba algo en la puerta detrás de él. Algo que desapareció en cuanto giró la cabeza. Volvió a mirar la pantalla y conectó los audífonos, con la esperanza de sumergirse en el videojuego y escapar de todos los sonidos del lugar y de la sensación de ser observado.

De repente, el ruido blanco vibró por todo el apartamento. El televisor de la sala se había encendido, llenando el aire con un zumbido que parecía rasgar el silencio. Andrés se quedó petrificado, clavado en la silla con los audífonos en la mano.

«No, no... no puede estar encendido el televisor», pensó. Tenía los ojos abiertos como platos y las manos le temblaban. «Ni siquiera lo he tocado».

Pero allí estaba, brillando a través de la rendija de la puerta ahora entreabierta. La sala, desde donde estaba, parecía aún más oscura, como si la luz del televisor no pudiera penetrar la negrura.

Andrés se levantó, impulsado por un terror primitivo que le decía que necesitaba ver, aunque todo en su cuerpo le gritaba que no saliera. Cada paso hacia la sala era una batalla contra sus propios músculos tensos. Llegó al televisor y se detuvo en seco al ver su reflejo en la pantalla apagada. Su rostro estaba allí, pálido y distorsionado, pero... algo más estaba detrás de él. Una sombra alta, inmóvil.

Se giró con un sobresalto, pero no había nada. Solo el pasillo y la puerta de su cuarto al final. Cerró los ojos un segundo, tratando de recuperar el aliento.

«Es mi mente. Es mi mente», repetía como un mantra, buscando paz en esas palabras.

Volvió a su cuarto caminando lo más rápido posible y dejando las luces encendidas a su paso. Cerró la puerta tras él. Su respiración era un caos, y sentía un sudor frío bajándole por la nuca. Encendió el computador nuevamente para distraerse, pero el juego ya no estaba allí. En cambio, había una ventana de chat abierta.

—Andrés, no te escondas.

El mensaje parpadeaba en la pantalla. Sintió que las piernas le fallaban y retrocedió hasta chocar contra la pared. Afuera, en el pasillo, escuchó pasos. Unos pasos lentos y pesados que se acercaban a su puerta.




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