No sé si fue el humo, el grito ahogado de mi padre o el temblor en el suelo lo que me sacó de casa, pero recuerdo correr. No por valentía. Corría por miedo, por no saber qué hacer, por no entender qué demonios estaba pasando.
Y entonces, el fuego.
Dicen que a los 17 una ya debería tener alguna idea de quién eres. Yo apenas sabía cómo levantarme sin tropezar con mis propios pensamientos. Y sin embargo, ahí estaba: frente a las puertas negras y altas de Arken, la academia donde se entrenan los que cambian el mundo. Y yo, que ni siquiera podía recordar si había dejado cerrada la puerta de casa.
Me adelantaron el ingreso por “potencial inusual”. Eso dijeron. Pero lo que yo vi esa noche —esa criatura hecha de llamas y ojos dorados que parecía llamarme por mi nombre— no fue potencial. Fue una advertencia. Algo se había roto.
Y lo peor es que, creo, lo rompí yo.
El portal de entrada crujió al abrirse. No era magia elegante. Era vieja, forzada, como si ella también supiera que yo no debía estar allí aún. A mi alrededor, la montaña se alzaba como una corona de piedra. Niebla espesa. Silencio. Las otras siluetas que llegaban me parecían más seguras, más preparadas. Yo solo tenía una mochila a medio cerrar y una pluma negra chamuscada guardada en el bolsillo interior.
Nadie más la había visto. Nadie más la había tocado.
Solo yo.
Y ardía.
Una mujer de rostro afilado y moño perfecto me esperaba tras un mostrador de piedra. No levantó la vista cuando entré, simplemente hizo un gesto con la mano, como si ya supiera quién era.
—Nombre.
—Eh… —tragué saliva—. Lyra.
Sus ojos, grises como ceniza, se clavaron en mí al alzar la vista por primera vez.
—Ah, la chica del incidente en los campos del sur. Te esperábamos mañana, pero ya veo que todo sigue adelantándose. Qué raro.
No supe si responder. Ella tampoco esperó. Se levantó con un movimiento mecánico y caminó por un pasillo flanqueado por cristales opacos. Los techos eran altos, todo olía a incienso y tinta.
—Sígueme —ordenó, sin mirar atrás—. La directora desea hablar contigo.
Mis pasos resonaban como martillos en la piedra mientras trataba de seguirle el ritmo. Mi corazón latía aún más fuerte. Cada rincón de la academia parecía observarme. Había símbolos tallados en las paredes, puertas con inscripciones que no entendía, vitrales que proyectaban colores donde no había luz.
Finalmente, nos detuvimos frente a una gran puerta con un círculo grabado, dividido en cinco partes. Reconocí algunos símbolos: fuego, tierra, aire… Me ardió la palma de la mano. Otra vez.
La secretaria empujó la puerta y se hizo a un lado.
—Adelante. Y compórtate. La directora no tolera distracciones.
Dentro, el despacho era una mezcla entre santuario y biblioteca antigua. Estanterías curvas, una chimenea encendida, y una mujer sentada tras un escritorio de madera negra. La directora no parecía mucho mayor que mi padre, pero sus ojos —uno claro y el otro dorado— me hicieron sentir pequeña.
—Lyra —dijo, como si mi nombre fuera un recuerdo—. Te has adelantado. El fuego no suele esperar, ¿verdad?
Me quedé de pie. No sabía si debía sentarme o hablar primero.
—Yo no… No sabía que eso iba a pasar.
—Nadie lo sabe. Pero sucede.
Se levantó. Llevaba un abrigo largo con detalles bordados en plata y un medallón triangular sobre el pecho.
—Bienvenida a Arken. A partir de ahora, serás parte de los Iniciados de Formación. Tu horario será exigente. Clases teóricas por la mañana, entrenamiento físico por la tarde. Magia elemental, control de vínculo, historia de los Reinos y una evaluación en cada luna nueva.
Hizo una pausa y se acercó con pasos suaves.
—Estás aquí porque algo despertó en ti. Pero cuidado, niña. No todo lo que arde es luz.
Se volvió hacia un estante y tomó una llave.
—Dormirás en el ala este, habitación 17. Compartida. La disciplina es ley aquí. Quien rompe las reglas, no siempre tiene segunda oportunidad.
Me tendió la llave. Cuando la tomé, un escalofrío me recorrió la espalda.
—¿Y si me equivoco? —pregunté, sin pensar.
Ella sonrió por primera vez. Fue casi triste.
—Todos nos equivocamos, Lyra. Lo importante es lo que despiertas… cuando lo haces.
La secretaria volvió a aparecer cuando salí del despacho. Sin una palabra, giró sobre sus tacones y me hizo señas para que la siguiera. Caminamos por corredores silenciosos, cruzando patios donde pequeñas hojas doradas flotaban sin tocar el suelo, como si el otoño se negara a caer del todo.
Finalmente, subimos unas escaleras curvas y llegamos a una puerta de madera tallada con lunas crecientes. "Ala Este", decía una placa metálica. Me entregó una hoja enrollada: el plano de la academia.
—Aquí comienza tu vida en Arken —dijo la secretaria, sin emoción—. Tu compañera te explicará el resto.
Golpeó la puerta dos veces antes de abrirla. Dentro, la habitación era más grande de lo que esperaba: dos camas separadas por un biombo traslúcido, una ventana circular que dejaba pasar la luz azulada de la montaña y una estantería llena de libros oscuros y frascos brillantes.
Sentada sobre una de las camas, una chica con el cabello negro azulado recogido en trenzas finas alzó la mirada. Su piel era pálida, casi plateada bajo la luz, y sus ojos, de un violeta profundo, parecían capaces de ver a través de mí.
—Sira —anunció la secretaria—. Esta es tu nueva compañera. Oriunda del sur, fuego desatado.
—¿Y sobrevivió? —preguntó Sira con tono seco, sin dejar de observarme.
—Eso parece. Cuídala. Tiene que aprender.
Y con eso, la secretaria se marchó.
Sira suspiró, dejó a un lado el libro que leía y se puso de pie. Era más alta que yo, delgada, y se movía como si flotara, en silencio.
—Supongo que te quedarás. Soy Sira. Umbra —dijo, señalando una pulsera negra en su muñeca—. ¿Tú?
—Lyra. Eh… fuego, creo.
Ella asintió lentamente, como si ya lo supiera.
—Se nota por el olor a ceniza y nervios.
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Editado: 13.05.2025