—¿Dónde…?
Intenté incorporarme, pero un hormigueo recorrió mis brazos y mi espalda, como si mi cuerpo aún recordara la descarga. Parpadee. No estaba en la enfermería, ni en mi habitación. Era otra sala. Más antigua. Las paredes eran de piedra pulida, adornadas con estandartes morados y símbolos que no reconocí. Todo olía a incienso, humo y tinta vieja.
—No te levantes aún —dijo una voz firme.
La reconocí al instante. La directora.
Estaba sentada frente a mí, en una silla de respaldo alto, sus manos cruzadas sobre una mesa de madera maciza, sin ningún documento a la vista. Solo ella. Mirándome como si pudiera leer lo que pasaba dentro de mi cabeza.
—Lo siento —murmuré, aunque no sabía muy bien por qué. Por haberme desmayado, por haber ardido como una antorcha humana, por haber invocado… lo que fuera eso.
La directora no respondió de inmediato. Se levantó, dio unos pasos y se detuvo junto a una estantería repleta de frascos y objetos extraños.
—Tu nombre completo —dijo al fin—. Dímelo.
—Lyra Thorne.
—¿Thorne? ¿De los Thorne de Ignis?
Asentí, dudando.
—Curioso —murmuró—. Aunque en realidad no. Siempre hay uno en cada generación.
Fruncí el ceño.
—¿Uno qué?
Volvió a mirarme.
—Uno que se desborda.
El silencio cayó como una losa.
—¿Qué fue eso? —pregunté, alzando apenas la voz—. ¿Qué me pasó? ¿Qué era esa criatura?
La directora volvió a sentarse.
—Eso es lo que estamos intentando averiguar. Aunque tú ya sabes parte de la respuesta, ¿no es así?
—¿Yo?
—¿Nunca te ha pasado antes? ¿Esas venas que se iluminan, el calor en el pecho, los sueños?
Tragué saliva.
—A veces tengo pesadillas… —admití—. Pero no… nada como eso. Nunca.
Ella asintió lentamente, como si confirmara algo que ya sabía.
—Tu magia no está dormida como en la mayoría. Está despierta. Muy despierta. Y eso es un riesgo para ti y para los demás. Pero también… una oportunidad.
Sus palabras me dejaron helada. ¿Riesgo? ¿Oportunidad? No parecía capaz de procesar ninguna de las dos.
—¿Voy a ser expulsada? —pregunté sin pensar.
La directora soltó una leve risa.
—¿Expulsarte? Lyra, si quisiera hacerlo, no te habría traído aquí antes de tiempo.
—Entonces... ¿usted sabía?
—Sabía que eras distinta. No sabía cuánto. Pero ahora lo sé. Y debo ser clara contigo: lo que sucedió hoy no es común. Has manifestado una criatura elemental antes del vínculo oficial. Eso no ocurre sin consecuencias.
—¿Qué clase de consecuencias?
—Eso dependerá de ti.
Se inclinó hacia mí. Por un instante, la luz que entraba por la ventana detrás de ella la volvió una silueta oscura.
—Tendrás que aprender a controlar ese fuego. Porque si no lo haces... no lo hará nadie por ti.
Sus ojos se endurecieron.
—Y Lyra... no todos los que te rodean estarán contentos con lo que eres. Algunos temerán. Otros envidiarán. Y otros… querrán usarte.
Me sentí pequeña. Demasiado pequeña para estar en esa silla.
—¿Y si no quiero ser eso? —susurré.
La directora se incorporó.
—Entonces no seas eso. Sé más. Aprende. Lucha. Equivócate. Pero no te rindas. Porque te aseguro que este primer año es solo el principio.
Me miró con una intensidad casi abrasadora.
—A partir de hoy, ya no eres solo una alumna. Eres una pieza que cambiará el tablero.
Y con eso, se dio media vuelta y salió de la sala.
Me quedé sentada varios minutos más, intentando digerir todo.
¿Una pieza? ¿Un riesgo?
Sentía que el suelo bajo mis pies ya no era el mismo. Y que el fuego dentro de mí ya no pensaba apagarse.
***
La clase teórica se disolvió entre susurros apenas contenidos. Nadie hablaba en voz alta, pero todos me miraban. Y lo peor no era que lo hicieran: era que apartaban la vista en cuanto nuestros ojos se cruzaban, como si temieran que pudiera ver lo que pensaban. Como si fuera contagiosa.
Apreté los libros contra el pecho mientras salía del aula. Sira me alcanzó enseguida, su paso ligero, casi felino, como si no rozara el suelo.
—Ignoralos —me dijo en voz baja, sin mirarme—. Les encanta el drama, y tú has sido el espectáculo del mes.
Tragué saliva. Cada paso hacia el comedor era un eco. Cada esquina del pasillo, una sombra que cuchicheaba.
—¿Qué están diciendo? —pregunté, aunque no estaba segura de querer saberlo.
Sira hizo una mueca.
—Que invocaste una criatura antes del vínculo. Que eres peligrosa. Que ardías como un fénix enloquecido. Que la directora te tiene bajo vigilancia especial. —Pausa—. Algunos incluso dicen que eres un arma de guerra enviada por el reino de Ignis.
—¿Qué? ¡Eso es absurdo! —resoplé —Hace veinte minutos que hable con la directora, y no me dijo siquiera que tenía vigilancia.
—Claro que lo es. Pero es lo que hacen. Inventan, adornan, temen.
El comedor era amplio, abovedado, y flotaba una luz suave, como de atardecer permanente. Las mesas estaban distribuidas por casas elementales, aunque había espacios intermedios para quienes preferían no afiliarse aún. Algunas mesas parecían jardines, otras parecían estar esculpidas en cristal, o hechas de piedra volcánica, o nubes sostenidas por nada.
Entré con Sira y de inmediato sentí el cambio de atmósfera. Las conversaciones bajaron de volumen. Algunos simplemente me observaron. Otros cuchicheaban abiertamente. Una chica de cabello blanco murmuró algo a su compañera y ambas rieron. Un grupo de alumnos de Ignis alzó una ceja, y uno de ellos me lanzó un gesto de asentimiento, como si aprobara lo que había hecho.
—¿Eso fue... apoyo? —murmuré.
Sira bufó.
—Sí. De los equivocados.
Me guió a una mesa semicircular con superficies de obsidiana que parecían absorber la luz. Algunos chicos nos miraron, pero nadie dijo nada. Excepto uno.
—Así que la chica fénix sí vive.
Alcé la vista. Era un chico de ojos oscuros como el abismo, de una belleza precisa y peligrosa. Llevaba el uniforme del reino Umbra, como Sira, pero lo suyo parecía más un manto de sombra que tela.
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Editado: 14.05.2025