Susurros de Sangre (año I: El llamado)

Capitulo 5

El campo de entrenamiento olía a sudor, tierra y metal caliente. Bajo el cielo encapotado, los cuerpos se movían como si danzaran con furia contenida. Golpes secos, gritos ahogados y el eco de choques llenaban el aire.

—¡Ritmo! ¡Centro! ¡No perdáis el equilibrio por un golpe mal dado! —bramaba el instructor mientras pasaba entre nosotros como un depredador.

Hoy no entrenábamos solos. Los de primero y segundo nos enfrentábamos por primera vez a alumnos de cursos superiores, pero solo de nuestro mismo reino. Yo, fuego. Sira, oscuridad. Cada uno había sido separado en su propio círculo para combatir cuerpo a cuerpo sin usar poder elemental alguno. Solo fuerza, estrategia y técnica.

Mi oponente era más alto, más fuerte, y evidentemente más experimentado. Cada uno de sus ataques era como una ola de roca que me arrastraba hacia atrás. Logré esquivar uno de sus puños, pero me alcanzó con una barrida en las piernas que me hizo caer con torpeza.

—¡Arriba, novata! —me gruñó el instructor sin ni siquiera mirar.

Escupí un poco de tierra y me incorporé, jadeando. Mi piel ardía. Literalmente. Mis venas brillaban con un tenue resplandor anaranjado, como si la rabia hubiera prendido fuego bajo mi piel.

—Controla eso —murmuró mi rival, viéndome con una mezcla de respeto y precaución—. O terminarás quemándote tú sola.

No respondí. Solo asentí y volví a adoptar la postura que me habían enseñado. Brazos firmes, piernas separadas. No pensar. Sentir.

El entrenamiento continuó así durante casi una hora. Un desfile de golpes, lecciones implícitas y caídas dolorosas. Hasta que la voz del instructor nos cortó en seco:

—¡Basta! Primeros años, formad fila. Vamos a cambiar de dinámica.

Nos reunimos todos, sudorosos, magullados y con la respiración agitada.

—Hoy veréis cómo es enfrentar a alguien de vuestro mismo poder —dijo el instructor con una media sonrisa—. No solo importa la fuerza, sino cómo se manifiesta la energía. Cada uno tiene un estilo diferente. Aprenderéis más observando que repitiendo errores. Y para eso...

Se giró hacia el grupo que se acercaba desde el extremo del campo.

Los reconocí al instante.

Ellos.

Los del grupo que nunca se mezclaba. Siempre juntos. Siempre como una muralla viva.

Los del escuadrón de Yael.

A pesar de que él caminaba entre ellos, no era quien ocupaba el centro. Era otro chico de fuego, de complexión más ligera pero con una mirada fiera. Sus venas también brillaban, pero no con rabia… sino con control. Como si su fuego estuviera en calma, esperando a ser desatado con precisión.

—Cassien, tú lucharás —indicó el instructor—. Muestra a nuestros pequeños lo que es canalizar el fuego sin dejarse consumir.

El tal Cassien se quitó la chaqueta con una lentitud teatral. Sus pasos eran firmes. Cada movimiento suyo era calculado.

Y entonces miró directamente hacia mí.

No con desafío. No con burla.

Con reconocimiento.

Tragué saliva.

—Observad —ordenó el instructor mientras él se colocaba frente a otro de primer año, uno de los mejores entre nosotros.

Lo que vino después no fue una pelea.

Fue una lección.

Una en la que las llamas no ardían... danzaban.

La pelea acabó con una fuerza brutal, pero limpia. Cassien apenas respiraba con dificultad mientras su oponente yacía en el suelo, sin heridas, pero completamente derrotado. El silencio reinaba en el campo, roto solo por el zumbido eléctrico que dejaba la energía aún flotando en el aire.

—Así se lucha con poder —dijo la profesora Thava al cruzar la explanada. Su túnica flotaba como si caminara sobre el viento mismo—. Ahora es vuestro turno. Uno a uno. Quiero ver cómo canalizáis lo que lleváis dentro. No solo el elemento… sino su voluntad.

Nos formamos en fila. Un círculo amplio fue delimitado por magia, brillando en un tenue tono blanco-plateado. Cada alumno se colocaría en el centro mientras la profesora observaba desde fuera, corrigiendo, alentando o deteniendo si era necesario.

El primero fue Sira.

Se adelantó con la cabeza alta. Apenas levantó las manos, y ya la sombra a su alrededor parecía oscilar como si respirara. Cuando Thava asintió, Sira cerró los ojos… y el suelo bajo sus pies se tiñó de un negro profundo, un charco de oscuridad líquida que no parecía reflejar nada.

—Bien —murmuró la profesora—. Tu Umbra está enraizado en la emoción. En tu caso, la duda. Úsala. Haz que se convierta en certeza.

Sira abrió los ojos. El charco se solidificó y de él emergieron hilos de sombra que bailaban en espiral.

Luego siguieron los demás.

Uno era del reino de Vetra: el viento lo elevó un palmo del suelo y su cabello se agitó como si estuviera en mitad de una tormenta suave.

Una chica de Terra invocó una pequeña muralla de piedra que surgió bajo sus pies con precisión.

Cuando fue mi turno, sentí cómo todos los ojos se clavaban en mí. Respiré hondo y entré al círculo.

—Cuando estés lista, Lyra —dijo Thava con voz firme.

Extendí una mano. Pensé en mi fuego. En mi sangre que hervía. En las llamas que no se veían, pero siempre ardían bajo la piel. Cerré los ojos.

Y lo sentí.

Un crujido suave. Un temblor cálido desde el centro de mi pecho hacia las venas que empezaron a encenderse. Las luces anaranjadas recorrieron mis brazos como un río de lava bajo la piel.

Una chispa surgió de mis dedos. Una pequeña llama que flotaba sin consumir. Vibrante. Viva.

—Tu fuego responde al instinto —comentó la profesora—. Pero no confíes solo en eso. Domina la intención. Haz que el fuego se pregunte qué quieres… no solo qué sientes.

Tragué saliva. Y justo cuando intenté hacer que la llama cambiara de forma, una voz sonó detrás de mí.

—Interesante. Muy… inestable, pero interesante.

Me giré.

Uno de los del escuadrón de Yael nos observaba desde el borde del círculo. No era Cassien. No era Yael. Era otro chico —alto, delgado, con una marca oscura en la clavícula que relucía bajo la luz mágica. Su piel parecía teñida por la noche misma, pero sus ojos eran de un plateado brillante.




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