Aún recuerdo el retumbar de los zapatazos de aquellos hombres cuya elegancia en el tumbado no pasaba desapercibida, o esas dulces volteretas de las jóvenes que frecuentaban el mejor carnaval de Salsa en el mundo: Juanchito, Cali. Es aquí donde nace la historia de la conmovedora Capital Salsera.
De las bocas de los ancianos salen historias gloriosas sobre este rincón musical, olvidado por el gobierno pero no por su gente. Cada año se celebraba un carnaval tan emblemático que llegaba a debatirse si podía competir con la Feria de Cali. Para todo salsero de corazón, era el lugar soñado para hacerse un nombre y escribir su propia historia.
Se respiraba alegría, emoción, fiesta sana y puro paso rompe-piso. Pero como todo lo bueno, un día tenía que acabarse.
El principal promotor de este carnaval fue incriminado por narcotráfico y, con la creciente popularidad del evento, los prostíbulos y el microtráfico se hicieron cada vez más frecuentes. Pero no fue sino en una noche de Semana Santa cuando el pequeño pueblo de Juanchito vivió algo que nunca olvidaría.
La noche apenas caía y las discotecas estaban en su punto más alto. No había nada que detuviera la parranda en Juanchito… o al menos, eso creían.
Todo ocurrió en la famosísima discoteca Changó. Se rumorea que un caballero, cuya elegancia en su tumbado dejaba a todas boquiabiertas, entró decidido y entusiasmado como nunca antes, tomando a la mujer más bella del lugar.
Ambos bailaban sin ton ni son, pero algo inquietaba a su pareja de baile: el galán, a pesar de sus movimientos impecables, parecía demasiado nervioso. Finalmente, el hombre se inclinó hacia ella y, con voz temblorosa, le susurró:
—Oís, ve… por favor, no me mire’ mis pies, ve.
Pero la tentación fue más fuerte que la advertencia. En un instante de debilidad, su mirada se deslizó hacia abajo y lo que vio la dejó petrificada.
Los pies del caballero… no eran pies humanos. Eran pezuñas de cabra, cubiertas de un lanugo marrón y sucio. Un hedor a azufre y podredumbre empezó a llenar el aire.
El grito que la joven soltó fue tan desgarrador, tan inhumano, que hizo que todos en la discoteca se volvieran a mirar. En cuestión de segundos, el pánico se apoderó del lugar.
Como si fuera una corraleja, la gente salió despavorida buscando la salida. Intentaron encender sus carros, pero ninguno prendía. Los que pudieron, corrieron. Los que no, fueron testigos de algo increíble.
El diablo mismo había salido de la discoteca desnudo, envuelto en llamas. Caminó sin prisa ni son hacia el río que conectaba con la discoteca y, poco a poco, se hundió en el agua… hasta desaparecer.
Y la muchacha que bailó con él… Algunos dicen que murió días después. Otros, que la encerraron en el “loquero”.
Desde aquel día, Juanchito no volvió a ser el mismo... ni lo volverá a ser.