Susurros de una Ciudad sin Escribir

El Pasillo

No soporto quedarme solo en casa. Cada vez que me toca, siento que algo va a ocurrirme. Tal vez sea solo paranoia, pero ese presentimiento se instala en el pecho y no me deja tranquilo.

Se supone que vivo en un hogar lleno de vida, alegría y tranquilidad. Pero eso solo es cierto cuando hay más personas habitándolo. Basta que me quede solo, y la atmósfera cambia.

A veces me sorprendo mirando el pasillo. Entre más lo observo, más oscuro parece, más largo, más interminable.

La soledad y la penumbra que traen las insípidas tardes del comienzo del año hacen que mis mayores miedos y traumas salgan a flote. Siempre he pensado que es porque no soporto estar solo... pero esta vez, no fue solo eso.

Era una tarde cualquiera. Volvía a estar solo en casa. Al principio, me refugié en mi habitación, pero el silencio y el tic… tac… tic… tac… del viejo reloj del patio hacían que el ambiente se volviera cada vez más tenso.

Decidí entonces ir al computador del estudio para distraerme jugando un rato. Pensé que así pasaría más rápido el tiempo. Que alguien llegaría. Pero no fue así.

Las horas avanzaban. Cuanto más jugaba, más fuerte era la necesidad de mirar hacia atrás… justo hacia donde siempre he temido. Sentía que algo me llamaba. Pero me resistí. No miré. No aún.

La tarde cayó por completo. Olvidé encender las luces, y la casa quedó sumida en la oscuridad. Ya no podía ver con claridad.

Y entonces, cuando por fin se posó la noche… lo impensable sucedió.

A mi izquierda hay una habitación que usamos como bodega. Llena de trastos viejos. Siempre está en penumbra. Muchas veces me ha dado curiosidad mirar hacia allí…
Lo hice.
Y me arrepiento.

Al volver la vista al computador, escuché cómo la vieja silla de oficina empezaba a crujir. Me giré rápidamente. En ese instante dejó de moverse, y justo después, un televisor se encendió solo.

Salté de la silla. Corrí a mi cuarto, pensando que entre mis cobijas estaría a salvo.

Pero no.

La oscuridad había invadido toda la casa. No podía ver absolutamente nada. El reloj había dejado de sonar. Solo quedábamos yo, la oscuridad… y eso que ahora habitaba en mi hogar.

Las cobijas no me protegieron.

Una puerta se cerró de golpe. Y, segundos después, la mía también.

Fui encerrado.

Y esta vez, no estoy tan seguro de estar solo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.