La carta seguía en el suelo.
No se movía, y en el fondo, Leah deseaba que permaneciera allí.
Respiraba con rapidez. Sus manos temblaban cuando se inclinó a recoger el sobre, como si esperara que, al tocarlo algo la desgarrara por dentro. Como si lo que habitaba en su interior pudiera atravesarla sin piedad.
Lo que sentía no era solo miedo. Era algo más
Una sensación desconocida, brutal.
De rabia. De amor. De traición. Todas juntas, al mismo tiempo. Un torbellino de emociones que la abrumaban, clavándosele en el pecho.
Y su alma —ese objeto, un fragmento quebrado y dormido— lo reconocía.
Lior.
Ese nombre resonaba en sus venas como una advertencia y una promesa. Su cuerpo reaccionaba solo al pensarlo, como si supiera, con certeza, que él significaba peligro, que la lastimaría y que iba a doler.
Sus dedos se cerraron con fuerza alrededor del sobre, arrugando el bello papel.
Ahora era parte de ella, como la esfera, como las memorias que empezaban a invadir sus sueños y su conciencia. Todo esto que estaba pasando, era muy real.
Algo dentro de Leah supo que ya no tenía elección, era algo inevitable.
Y eso significaba que no había marcha atrás.
El primer trueno retumbó justo cuando cerró la ventana.
El cielo, que había estado despejado toda la tarde, se había vuelto negro como tinta. Las nubes eran densas, pesadas, eléctricas. Una tormenta estaba por desatarse.
Lo sentía en los huesos. Un presentimiento. Algo estaba por suceder.
Se obligó a moverse, aunque su cuerpo se sintiera rígido por algún motivo. Arrojó el sobre dentro de una caja de metal, junto a la esfera. Cerró la tapa de golpe y la escondió en el fondo de su armario.
Era inútil, claro. No había metal ni distancia que pudiera protegerla de lo que se venía. Pero necesitaba engañarse, aunque fuera por un instante.
Necesitaba fingir que todavía tenía el control. Y sus abrigos de piel gruesa, parecían un escudo suficiente para sostener esa ilusión.
Cuando salió a la calle, el viento la golpeó de lleno, despeinándola, arrancándole un escalofrío que no era solo por el frío. Caminó rápido, las manos en los bolsillos, el corazón latiéndole con una fuerza casi dolorosa, como si quisiera escapar de su pecho .
No sabía a dónde iba.Solo sabía que no podía detenerse. Su cuerpo se movía por cuenta propia.
Cruzó calles sin mirar, esquivó autos, bajó por callejones que normalmente evitaría.
Sus pies la llevaban.
Su instinto la arrastraba.
Su mente había entrado en un estado de transe total.
Hasta que lo sintió.
Un tirón en el pecho, como una cuerda invisible la halara desde dentro.Un susurro que no era una voz, pero era más fuerte que cualquier palabra.
Se detuvo.
Estaba en un parque abandonado, de esos que alguna vez tuvieron juegos para niños y ahora solo eran esqueletos oxidados y pasto crecido. La luz de los faroles parpadeaba con la fuerza del viento. Un columpio viejo se movía solo, chirriando como si se quejara.
Y allí estaba.
De pie bajo un árbol muerto, a unos metros de distancia.
El hombre que había perseguido su alma a través de los siglos.
Lior.
Su sola presencia parecía distorsionar el aire. Era irreal, casi etéreo.
Y, pese al torbellino de emociones que hervían dentro de Leah, no pudo ignorar lo evidente... Era uno de los hombres más deslumbrantes que había visto jamás.
No necesitó que se presentara.
El recuerdo de su rostro, su sonrisa y sus ojos, la azotó.
Lo reconoció en su cuerpo. En la sangre que le ardía como fuego, en la punzada aguda de deseo, terror e ira que la atravesó.
Era hermoso, de una manera peligrosa.
Alto, de hombros anchos, vestido con prendas oscuras como la noche, el cabello enredado por el viento.
Y sus ojos... eran una tormenta, negros, profundos, como pozos sin fondo que amenazaban con devorar todo lo que ella era. Justo como la tormenta que los estaba rodeando.
Entonce sonrió.
Una sonrisa lenta, devastadora.
Una que la hizo temblar — de muchas maneras.
—Hola, Leah —dijo, y su voz era como un susurro venenoso, un beso con filo.
Ella no se movió.
Cada fibra de su ser gritabacorré,corré ahora, pero sus piernas estaban clavadas al suelo.
O tal vez no tenía la voluntad para huir.
No de él.
No de ese ser que parecía partirla en dos, una parte lo amaba con una intensidad inexplicable,aunque no lo conociera... la otra lo odiaba con el mismo fervor.
Y, en el fondo, una tercera parte no quería escapar.
Quería recordar.
O quería que él la rompiera, no completamente, pero lo suficiente como para silenciar el torbellino de emociones.
—¿Quién eres? —preguntó, aunque ya lo sabía.
Él inclinó la cabeza levemente, con la calma curiosa de un depredador que juega con su presa.
Como si ella fuera la cosa más entretenida que había visto en siglos.
—La pregunta correcta sería, ¿quién fuiste?
Leah apretó los puños. Su tono, su sonrisa, todo en él parecía estar burlándose de ella, y eso la estaba enojando.
—No me importa quién fui. Yo soy Leah, ¿Entendido?
Él sonrió aún más.
—Por ahora.
Dio un paso hacia ella, fue rápido, demasiado. El suelo pareció vibrar bajo sus botas, como si la tierra también reaccionara a su presencia.
Leah retrocedió un paso, instintivamente. Su cuerpo temblaba, y sus manos se abrían y cerraban a sus costados, como si la prepararan para defenderse .
—¿Qué demonios quieres de mí?
La respuesta fue inmediata, brutal.
—Todo.
La palabra golpeó el aire como un trueno. Seguía manteniendo sus sonrisa, pero sus ojos... Sus ojos brillaban con algo más oscuro que el deseo. Leah lo supo. Era amenaza. Era hambre. Era puro veneno envuelto en terciopelo.
Entonces sintió que algo dentro de ella se quebró. Como una presa cediendo ante la presión del río salvaje que contenía. Las memorias no vinieron en fragmentos esta vez. Vinieron como una ola. Se llevó las manos a la cabeza, sintiendo que el cráneo podría partírsele en dos.