El viaje fue un borrón de luces y asfalto.
Leah apenas recordaba haberse subido al auto de Eron. Tampoco sabía en qué momento habían dejado atrás las avenidas iluminadas de la ciudad, los semáforos, los rostros anónimos tras los ventanales empañados de los cafés. Ahora, todo era sombra y lluvia, que no había cesado, por cierto. Carreteras estrechas, bordeadas de árboles retorcidos que parecían arañar el cielo.
Cada tanto, Eron revisaba el espejo retrovisor, como si esperara ver algo persiguiéndolos. Y mantenía las manos apretadas al volante,y, de vez en cuando soltaba algún suspiro.
Leah no se atrevía a preguntar nada. Ni siquiera si había algo más que querría ir tras ellos, ni siquiera si había algo más peligroso que Lior.
No quería saber, por ahora.
—¿Estamos lejos? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio.
Eron asintió, con la mandíbula tensa. Leah se dió cuenta de que,en el poco tiempo que llevaba conociéndolo — muy poco, en realidad — Eron siempre parecía estar en tensión.
—Poco — dijo él —. El bosque de Amaranth está a unos kilómetros más. Nadie va ahí desde hace décadas.
—¿Por qué?
Él sonrió, pero no fue una sonrisa agradable.
—Porque hasta los que no creen en fantasmas saben que hay lugares donde es mejor no poner un pie.
Leah se estremeció. No por el frío. Por la verdad en sus palabras.
La carretera se volvió más angosta. Los árboles, más densos. Parecía que la misma noche los devoraba. Que el bosque los estuviera devorando a ellos.
Finalmente, Eron giró bruscamente por un sendero apenas visible entre la maleza. El auto vibró al trepar la tierra mojada. Leah tuvo que aferrarse con fuerza al apoyabrazos de la puerta.
—De acá seguimos a pie —anunció, y sin más, abrió su puerta y salió, sin pensarlo demasiado.
Salieron al aguacero. La lluvia era una cortina helada. El frío se sentía más intenso estando en el medio de la nada. Leah se encogió en su chaqueta — agradeciendo haberse puesto un doble par de medias — mientras Eron sacaba una mochila del baúl. Del interior extrajo una linterna vieja y una pequeña daga envuelta en terciopelo oscuro.
Leah frunció el ceño. Por un momento, se le cruzó el pensamiento intrusivo de que tal vez, ella sería el sacrificio, literal.
—¿Eso es parte del ritual?
Eron la miró por un momento antes de responder. Resopló con cierta gracia, como si supiera exactamente lo que ella estaba pensando. Leah se sintió un poco tonta, es decir, él no la mataría...
—Es parte de la protección, Leah.
Ella no preguntó más. Protección, significaba que algo podría llegar a atacarlos en algún momento. Pero realmente no quería escuchar que algo los atacaría.
El bosque los tragó en cuanto dieron el primer paso.
La oscuridad era casi total. Los árboles susurraban al rozarse unos contra otros, como si intercambiaran secretos. El barro les chupaba los pies a cada paso, las ramas de arbustos y árboles pequeños le rozaban el rostro una y otra vez, lo que la ponía al borde de histeria.
Leah sentía que no caminaba hacia adelante, sino hacia abajo.Como si cada paso los hundiera un poco más.
—¿Cómo sabes a dónde vamos? —susurró.
Eron no miró atrás.
—La tierra nos guía. Si sabés escucharla.
Leah tragó saliva, reprimiendo la necesidad de girar sobre sus talones y correr. Él acababa de decirle que no sabía a dónde iba, que caminaba guiado por el espíritu de la naturaleza y por mero instinto.
Pero ya estaba ahí, empapada, con frío, y estaba segura de que Eron no la llevaría de vuelta a estas alturas.
Después de un tiempo imposible de medir — es decir, a Leah le parecieron horas interminables de barro, mosquitos y las malditas ramas que le rozaban el rostro—, llegaron a un claro.
Un círculo perfecto de tierra ennegrecida. Sin césped. Sin flores. Solo tierra baldía.
En el centro, una roca antigua, cubierta de musgo y enredaderas, se alzaba como un altar .
Eron se detuvo al borde del círculo.
Leah, jadeando, miró alrededor. Se sintió un poco decepcionada. No esperaba que fuera tan... Normal
—¿Este es el lugar?
Eron habló con voz baja, reverente.
—Así es. Un umbral.
Ella sintió que la palabra era más importante de lo que aparentaba.
Umbral. No simplemente un portal. Sino una herida en el mundo.
Eron sacó el amuleto del bolsillo. Un colgante de plata oscurecida, con un símbolo en espiral que parecía moverse.
—Pase lo que pase —dijo, entregándoselo—, no lo pierdas. Ni lo rompas. Ni lo entregues. Bajo ninguna circunstancia.
Leah asintió, sus dedos cerrándose firmemente alrededor del colgante.
Entonces, Eron se arrodilló ante la roca y comenzó a trazar símbolos en el barro. Palabras guturales escapaban de sus labios, palabras que Leah no entendía pero que parecían vibrar, como si el bosque mismo las escuchara.
El ambiente cambió.
El viento se detuvo. La lluvia cesó. Y un silencio antinatural cayó sobre ellos, Ni un crujido, ni un zumbido de insecto. Nada.
Leah sintió un cosquilleo recorrerle la piel, como una advertencia. Un presentimiento, igual al que había tenido el día que conoció a Lior..
Algo estaba por pasar.
—Colocate en el centro —ordenó Eron, sin levantar la vista.
Ella obedeció.
Cada fibra de su ser gritaba que huyera.Que nada bueno podía venir de esto.
Pero Leah sabía que no podía retroceder.
Subió a la roca, con la botas manchadas de barro y el cuerpo entumecido por el frío. Sintió como una helada invisible le trepaba por las piernas, como si la piedra misma respirara bajo sus pies.
Eron continuó murmurando. Cada vez más rápido. Cada vez más urgente.
El suelo comenzó a vibrar, al principio un temblor sutil, pero pronto se convirtió en una sacudida violenta, como un terremoto. Leah tambaleó, convencida de que caería en cualquier momento, pero al voltear la vista hacia Eron, lo encontró inmóvil. Como si el temblor sólo afectara el espacio donde ella se encontraba.