09/09/2017
Me duele la cabeza como la mierda.
Abro los ojos y lo primero que hago es volverlos a cerrar a causa del abundante chorro de luz que entra por las cortinas semicerradas. Doy un par de pestañeos cortos y rápidos intentando acostumbrar la vista y, cuando lo consigo después de varios intentos, me arrepiento casi al momento de haberlo conseguido.
La luz entra por una rendija entre las cortinas. El hueco no es muy grande, pero es lo suficientemente ancho como para que la luz que entra ilumine gran parte de la habitación y dé de lleno en mi cara, cabe mencionar que el color dorado que recubre las paredes no ayuda mucho a mis pobres ojos resacosos.
Intento levantarme de la cama, pero siento un peso sobre mi pecho que, aunque no me impide incorporarme, hace que me quede estático temiendo lo peor.
Bajo la mirada y me encuentro una cabellera castaña apoyada en mi pecho, y un delgado y blanco brazo lleno de lunares abrazando mi cintura.
Cierro de nuevo los ojos y me insulto a mi mismo varias veces en el silencio del cuarto.
No suelo emborracharme, no al nivel de perder la consciencia y ser arrastrado por el instinto animal más básico. Solo me ha ocurrido un par de veces, aunque supongo que después de ésta serán tres.
Con cuidado, retiro el brazo de la chica de mi cintura, y me aparto dejando caer su cabeza en el colchón, haciendo que se remueva intranquila. Durante esos pequeños segundos en donde las únicas dos opciones que hay son salir corriendo o tirarme al suelo y esconderme bajo la cama, me quedo completamente estático al lado del colchón, rezando a cualquier deidad que tenga sintonizada mi vida como entretenimiento para que esta mujer no abra los ojos, y poder irme en silencio.
Cuando su cuerpo vuelve a quedarse quieto me permito respirar de nuevo, soltar el aire que tengo retenido en los pulmones y dar gracias a mi suerte prometiendo compensarlo con un buen comportamiento...más tarde.
Empiezo a buscar mi ropa por la habitación sin ganas de perder más el tiempo, deseando salir de ahí y llamar a los tres cabrones que tengo como amigos y pedirles explicaciones de por qué coño me han dejado exponerme a una situación así en mi estado.
¿Use condón?
Me detengo en seco ante aquel pensamiento fugaz, bajando la vista al suelo enmoquetado de la habitación buscando el plastiquito transparente que se supone debí usar anoche. No lo encuentro en el lado del colchón en el que estaba durmiendo pero quizá lo tire en la otra parte o quizá...
La mujer se mueve sobre la almohada, con su rostro aún cubierto por el cabello castaño, dejando apenas a la vista su redonda nariz que sobresale a través de las hebras de su pelo.
A la mierda resolveremos lo del condón más tarde, ahora salgamos de aquí.
Encuentro los pantalones encima del escritorio blanco que hay a los pies de la cama, la camisa encima de la lámpara de araña que cuelga sobre el colchón, los calcetines debajo del armario y mis deportivas en el baño privado del cuarto, el cual, igual que la habitación, es innecesariamente extravagante. No me permito detenerme mucho para detallar la habitación, pero si me quedo con los detalles superficiales como que es amplia, con muebles de madera blanca que hacen contraste contra el dorado de las paredes y el grisáceo de la moqueta que recubre todo el suelo. Podría decir, sin temor a equivocarme, que me he acostado con la responsable de la fiesta de anoche.Y no es precisamente un consuelo llegar a aquella conclusión.
Espero que mi alcoholizado cerebro fuera responsable.
Con mucho cuidado me visto y salgo por la puerta haciendo el menor ruido posible.
Una vez en el pasillo vuelvo a maldecirme internamente.
—Joder, ¿En serio? Me cago en la puta Liam.
La puerta que tengo detrás, está justo en el centro de un amplio y oscuro pasillo. Hay dos puntos de luz natural, uno a mi izquierda y otro a mi derecha, y no se cual de los dos sería el correcto que me lleve a la puerta que tanto ansío encontrar.
Escucho ruido a mi derecha. Algo arrastrándose, como una carretilla muy pesada.
El personal.
—A la mierda. Liam, si no es el camino de la izquierda, eres hombre muerto.
Evito correr para hacer más ruido que el que mis propias pisadas contra la alfombra color vino ya hacen, así que camino en silencio por el ancho y largo pasillo sin prestar mucha atención a los muebles y los cuadros que hay a ambos lados del corredor.
No soy un entendido del arte, pero puedo poner la mano en el fuego a que más de la mitad de estas obras no son más que imitaciones.
Si fueran reales no las dejarían tan al alcance.
Sigo caminando sin detenerme hasta llegar al inicio de la escalera, donde dejo escapar un suspiro de alivio y felicidad cuando veo la puerta a pocos metros. Cuando voy a lanzarme escaleras abajo, me percato del cuadro que tengo a mi derecha, junto a una falsa chimenea blanca.
Observo el cuadro, el retrato más bien. El marcó es grande, dorado, como el resto por aquí. Me llega hasta las rodillas y empieza algo más arriba de mi cabeza. En la pintura hay un hombre vestido de negro, con el pelo canoso, muy serio y rígido apoyado en una silla en la que hay una niña de apenas cinco años, morena con un vestido verde y sonriendo débilmente. Al lado, a poca distancia, hay otra silla y en ella, una chica más mayor, de unos 18 o 19 años, castaña, con un vestido azul eléctrico y muy rígida en su sitio. Una mujer algo más mayor, de pelo rubio y vestido rojo está apoyada en el respaldo del asiento.
Me quedo mirando atentamente a la chica con el pelo castaño, a la más mayor de las hermanas.
Me acosté con Elisa Stuart, joder.
Los Stuart, una familia tan adinerada como odiosa. Su hija mayor, Elisa, empezó este año en nuestro campus universitario y lleva desde inicio de curso buscando llamar mi atención. Es una chica hermosa, eso no entra en discusión, pero igual que su padre tiene un carácter odioso.
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Editado: 23.07.2025