¿Alguna vez recibieron premios por comportarse bien?
He ahí la causa de mis dolores de cabeza. Sin mencionar que todo comenzó hace mucho tiempo.
Once años atrás
—¿Estás lista, Cariño? —preguntó mi mamá, entrando en mi habitación. En sus manos llevaba una ropa que había doblado hace poco.
Asentí en respuesta y me dirigí a la cocina para tomar el sándwich que sería mi merienda.
—¡Mami, se está haciendo tarde! —le informé mientras le daba una pequeña mordida a mi sándwich antes de guardarlo en mi lonchera.
El sonido de sus pasos llegó hasta el umbral de la cocina. Se recostó en el marco de la puerta y me dedicó una dulce sonrisa. Lavé mis manos y me coloqué mi mochila. En ese momento mi madre se acercó y se acurrucó en frente de mí.
—Quiero hacer un trato contigo, ¿te interesa saber de qué se trata?
Ladeé mi cabeza al no comprender la palabra 'trato'. Ella sonrió y sentí calidez en su mirada.
—Tu cara lo dice todo. —Se rió de mi mueca de confusión—. Un trato es un acuerdo en el cual, los implicados salen ganando. En otras palabras, tú —Me señaló—, y yo, ganaremos —finalizó su explicación señalándose a sí misma.
Si puedo ganar algo, claro que quiero, pensé.
—¡Me interesa! —exclamé emocionada.
Mamá sonrió victoriosa y procedió a hablarme sobre el trato. Era sencillo, solo debía concentrarme en el estudio y ser la mejor de la clase; ella compensaría mi esfuerzo con todo lo que yo quisiera. Acepté sin dudarlo, quería un tarro enorme de helado para cuando mis notas fueran entregadas.
⚯
—El trato inicia hoy, aprende todo lo que puedas, Pequeña. —Su sonrisa tembló un poco, después de haber pronunciado aquellas palabras, me tomó por sorpresa cuando envolvió mi pequeño cuerpo en un fuerte abrazo. Podría definir ese acto como un: “no quiero que te vayas”, de su parte.
—Estaré bien, no te preocupes —me apresuré a decir. Terminaría transmitiéndome su preocupación a este paso.
Me soltó de repente para tomar esta vez, con mucha firmeza, mis brazos.
—Soy tu mamá, no esperes que llegue el día en que no me preocupe por ti.
Yo también te amo, mamá.
Me acerqué más a ella y besé su frente, mamá me soltó de la sorpresa y llevó su mano a la zona que yo había besado. Sonreí con travesura y salí del auto. Antes de entrar al instituto me giré para verla, cuando noté que seguía observándome agité mi mano en el aire como una última despedida.
Entré sin más preámbulos.
—Buenos días. —El tono de voz me tomó desprevenida, inevitablemente me espanté en mi lugar.
Alcé mi mirada con cautela, como si se tratara de una película de terror donde el personaje se encuentra en frente del monstruo sin verle a los ojos y, aún sabiendo que lo más probable es que esté ahí, decide mirar a su depredador.
Firme. Fue la primera palabra que se me vino a la mente al ver el rostro de aquella señora de ojos oscuros y apariencia elegante, posteriormente, sentí el aroma de su perfume: demasiado dulce para combinar con su serio semblante.
—Buenos días —dije apresuradamente, después de enterarme de que me había quedado embobada observándola.
—Nombre.
—Lisy Acevedo Figueroa.
Ella pasó su mirada de mí a la lista que llevaba en sus manos. Después de encontrar lo que estaba buscando me pidió que la siguiera, nos detuvimos en frente de una puerta de madera de dos hojas, el color marrón oscuro resaltaba de manera armoniosa.
—Puede entrar por aquí y bienvenida.
La suavidad de su voz volvió a sorprenderme, siendo aún más increíble el momento en que esbozó una pequeña sonrisa. Mi cuerpo se llenó de una extraña sensación mientras procedí a agitar el pomo de la enorme puerta.
—Bienvenida. Por favor, tome asiento al lado de sus compañeros.
El hombre por poco logra asustarme, me alegra que se haya acomodado en el lugar preciso para que yo pudiese verlo a tiempo. Asentí con una sonrisa, apenada. Las sillas tenían el mismo color marrón de la puerta principal, y su respaldo consistía en una rosa con volumen en la parte trasera; pensé que sería incómodo pero fue todo lo contrario. En el costado donde yacía mi espalda estaba bien trabajado, una superficie lisa y moldeada de una manera muy agradable para una correcta postura.
Conté sesenta estudiantes organizamos en seis hileras. ¿Todos ellos serían mis compañeros? Son demasiados.
—Buenos días, estudiantes. Sean bienvenidos a su primer año en el instituto Rose. Mi nombre es Edwin Augustus Rivera Hemeria, docente de comunicación y su anfitrión por el día de hoy. Espero que comprendan que aquí aprenderán a conocer la verdadera cara del mundo.
Sus palabras resultaron emocionantes y pensé que lo sería más por ser tan joven. Su discurso quería transmitir que no debíamos preocuparnos por las notas sino por el aprender. Se preocupó mucho por recalcar que el estudiar es como un juego: debes divertirte, participar y ganar.
—Sin más que decir, diríjase a las listas que se encuentran en la parte izquierda del salón; sus asientos están marcados con un número en medio de la rosa que está decorando el espaldar de sus sillas. El listado les indicará cuál les corresponde.
Todos se levantaron y se dirigieron a ver el listado. Me correspondió el número doce.
—Ahora que están organizados correctamente, les hablaré de las actividades que realizaremos hoy.
Después de haber leído la lista de actividades nos dirigimos a recorrer los pasillos del instituto.
Las columnas que sostenían la segunda planta eran de forma cilíndrica, de un color grisáceo que contrastaba muy bien con el color marfil de las paredes. Las baldosas tenían una textura muy particular, se veían como pequeños rectángulos de piedra que habían sido acomodados cual juego de Tetris.