—No quiero beber esa cosa, sabe horrible —repliqué con una mueca de asco al ver las cascaras de ajo sobre la mesa.
Mamá quiere envenenarme.
—No lo mires como si fuera veneno, es agua con ajo, sirve para calmar el rebote de parásitos —insiste mi madre, revolviendo el néctar del inframundo en esa pequeña olleta que tanto le gusta usar.
—¡Ahora sí me voy a morir! —chillé, llevando mis manos al rostro, así bien dramática como el señor Leymar me enseñó.
—Si llegas a morir me aseguraré de llevarte una pizza a la tumba —guardó silencio por un corto tiempo. El semblante de su rostro se tiñó de burla y continuó: —¡Me la comeré con unas ganas! ¡Dios! Será hermoso —Me dedicó una sonrisa, ignorando la maldad de sus propias palabras.
Y pensar que confiaba en ella.
—¡¿Y así te haces llamar madre?! ¡Yo confié en ti! —Hice un puchero con mi labio inferior, forcé a mis ojos para que sollozaran un poco, pero el intento fue en vano. Jugué mi última carta. Rápidamente restregué el dorso de mis manos sobre mis párpados mientras volvía a hacer otro puchero.
Esta táctica no me fallará.
El rostro inexpresivo de mamá logró erizar los vellitos de mis brazos. Ella se movía con agilidad por la cocina sin apartar su mirada de la mía.
Sin darme cuenta, el borde de un vaso con estampado de gatitos hizo contacto con mis labios. Estos fueron empapados con el néctar del inframundo, haciendo que los frunciera instintivamente. Mamá me lanzó una mirada mortífera y tapó mis fosas nasales con su dedo índice y pulgar.
—Te lo tomas todo —ordenó con fuego en su mirada.
—¡Mmm!
—Nada de '¡Mmm!', ¡Se lo toma ya!
Sin más opción, dejé que el asqueroso líquido pasara por mi boca. Mamá sonrió victoriosa. Con delicadeza lavó el vaso y desapareció por el umbral de la cocina sin decir ni una palabra.
Posé una mano sobre mi estómago, las lombrices ya habían desaparecido.
—No voy a negar que el veneno fue efectivo —sonreí y remojé mis labios con mi lengua, acto seguido por una mueca de naúceas.
No tarde en ir al baño a cepillar mis dientes, después me dirigí a mi cuarto para dormir.
⚯
Cuando desperté me encontré con la tierna sonrisa de mi madre, quien acariciaba mi cabello de una manera muy sospechosa.
—¿Qué necesita? ¿Por qué actúa de una manera tan extraña? ¿Qué pasó?—interrogué arisca. No tarde en entornar los ojos para dejarle en claro que yo conocía muy bien sus intenciones.
—Ush. ¿Desde cuándo tan agresiva, Muchachita? Que yo sepa, le he dado de comer las tres comidas del día —Sus movimientos eran muy vacilantes para lo que suele ser. Oculta algo.
—Ja, ja, muy graciosa, Progenitora —Una voz gélida se acentuó en mis cuerdas bocales por un segundo.
Mamá hizo una cara de espanto.
—¿Cómo me dijo?
—¿Progenitora? —repetí enarcando una ceja.
—¿Por qué me dices así?
—¿Porque lo eres?
Se cruzó de brazos y salió de mi habitación mientras lanzaba comentarios como: "ya no te quiero", "niña fea, niña malcriada". Lo peor de todo es que ella es la que me ha criado hasta el día de hoy. Muy irónico, mamá.
Me levanté de mi cama, salté tres veces antes de alcanzar la toalla que siempre permanece enganchada en el colgadero, mamá normalmente me ayuda con entregármela, pero bueno, yo sé arreglármelas. Mamá aún no se da cuenta que hay cosas que ya puedo hacer sola.
Me senté en el comedor después de vestirme con el respectivo uniforme que debo usar hoy. Mamá me sirvió tortilla de huevo con pan y jugo de mango. Se sentó al frente de mí y recargó su rostro sobre sus manos entrelazadas.
—Cada vez te pareces más a él —dijo antes de sonreír con tristeza.
—¿Podrías dejar de hacer eso, mamá? Si estás triste yo también lo estaré —agarré mi pan y lo partí a la mitad, le ofrecí una de las mitades a ella —. Mejor come pan, está rico.
Mamá acepto mi pequeño ofrecimiento y se levantó tambaleante de la mesa por ir a abrazarme. Sentí una gota caer en mi cuello.
—Eres una mocosa muy problemática —susurró en mi oído —, te amo, Niñita.
—Yo también te amo, mamá.
⚯
—Buenos días, ¿cómo amanecieron? —saludó la profesora con una sonrisa radiante —. Hoy vamos a conocer la manera en que piensan —De su bolso sacó una fotografía de un cachorro que estaba amarrado a un poste en medio de la lluvia —. Si se encuentran este perrito en la calle, ¿qué harían? —Llevó su mirada a los asientos de atrás y cedió la palabra a un compañero de nombre Samuel.
—Iría por el y lo entraría a mi casa.
—¿Y si tus padres no te lo permiten?
—Lo haría sin que se dieran cuenta, Profesora.
—¿Y después qué harías, Samuel? El cachorro podría ladrar y ser descubierto. En tal caso que no sea así, necesitas alimentarlo, además de sacarlo para que haga sus necesidades. ¿Cómo resolverías ese problema?
Samuel permaneció en silencio.
—Lo sé, es difícil de resolver porque solo tú tienes la intención de ayudarlo. No te preocupes, en tal caso de que este incidente ocurra, puedes llamarme, yo te ayudaré.
Tanto mis compañeros como yo no comprendíamos lo que acababa de decir la profesora, ella continuó sonriendo.
—Sé que suena extraño, pero este es mi ideal: ayudar a quien lo necesite si está a mi alcance. La verdad es que, nosotros como humanos, podemos hacer una enorme diferencia. El problema está en la cultura de nuestra ciudad, y no solo en esta, también está en muchas partes del mundo.
»No valoramos la vida de otros seres porque estos no comprenden las mismas cosas que nosotros sí podemos. Sentir empatía, es decir, tener la capacidad de entender la situación de otra persona u otro ser sintiente es propio de nosotros, los seres humanos. Es por eso que están aquí, en esta institución, para aprender a ser humanos. El programa de educación que manejamos hará que poco a poco puedan comprender la importancia de esta nueva formación académica, les aseguro que aprenderán bastante y entenderán el porqué de muchas cosas que alguna vez hicieron pero no les prestaron atención. Incluso tocaremos temas que los adultos intentan ocultarles con tanto esmero.