Tales cuentos volumen 1

María

«El mediador entre el cerebro y las manos ha de ser el corazón».

Fritz Lang, Metrópolis.

 

María…

Mi princesa…

Ya no está...

La dejé partir por culpa de mi negligencia. La mujer que me dio tantas alegrías, me regaló muchas sonrisas y me hizo sentir el hombre perfecto, me fue arrebatada por la muerte. A sus tiernos veintidós años. No supe prever el mortal abrazo de la viruela, la cual terminó por apagar su luz.

«Mi príncipe, siempre estaré contigo»

Fue lo último que me dijo, antes de cerrar sus ojos. Un beso selló nuestro pacto de amor, a pesar de las advertencias del médico que poco me importaban.

María. Mi gran amor, dejaba este mundo.

 

***

 

Mi nombre es Charles Cornwall, reconocido científico escocés, quien junto a nombres como Watt y Taylor-Adams, hemos sido considerados grandes precursores del desarrollo tecnológico en nuestras respectivas épocas. A diferencia de ellos, que dedicaron sus esfuerzos al desarrollo de grandes maquinas voladoras y locomotoras de alta velocidad, me dediqué al desarrollo de la vida artificial, utilizando el enorme poder que brindaba el vapor comprimido. Una nueva forma de retener dicha energía en un espacio tan reducido como una manzana.

Comencé con mis experimentos cuando aún era un estudiante universitario en Greenwich, lugar que me permitió desarrollar mis talentos innatos para la ingeniería. Mi primera creación fue una cabeza mecánica, la cual sonreía y movía los ojos gracias a un estímulo externo como un aplauso. Posteriormente logré fabricar un brazo mecánico, el cual a la larga patenté para vender una serie de aparatos a una fábrica norteamericana. Gracias a ello, comencé a amasar mi fortuna y mi fama comenzó a traspasar continentes, todo a mis cortos veinte años. Una vez completados mis estudios, fundé mi propia compañía, la cual sería considerada como “el orgullo del imperio británico”, debido a los grandes avances tecnológicos que se lograrían durante su existencia. The West Cross Company. La gran “Cruz del futuro” que serviría a la corona británica en su agresiva expansión mundial.

Una vez consolidado mi imperio tecnológico y ya bordeando los treinta años, decidí entregar la administración a un grupo de consejeros, quienes desde ese momento pasarían a controlar la compañía. Por mi parte, había decidido recorrer el mundo, buscando nuevas inspiraciones en los lugares más recónditos del globo, todo gracias a un extraordinario dirigible que fue fabricado especialmente para mí. Después de visitar gran parte de Europa, cruzar los Balcanes, sobrevolar el Gobi y expedicionar en las lejanas tierras orientales, crucé el océano pacifico para llegar al nuevo mundo. Un lugar que para mí era bastante familiar, pero que a cada viaje que emprendía a sus tierras, me enamoraba del coraje que inspiraba la joven Norteamérica. El gigante emergente conocido como Estados Unidos. Fue justamente una tarde de otoño, luego de anclar mí dirigible en la azotea de la torre Manhattan, que asistí a una íntima celebración con unos empresarios textiles, amigos míos por lo demás. Desde el balcón del piso ochenta de la torre Manhattan, observaba estupefacto la hilera de rascacielos que hacía famoso a Nueva York en el mundo entero. Bajo la luz de la luna, respiraba el aire de la industria, del avance de la humanidad, reflejada bajo ese paisaje de concreto que me maravillaba cada vez que le visitaba.

Sin embargo, bajo ese manto de modernidad que me hipnotizaba y me hacía sentir más poderoso, el destino me depararía una hermosa sorpresa que cambiaría drásticamente mi forma de ver la vida. Una noche que jamás olvidaría y que se volvería una catarsis al recordarla en años venideros. Bajo el manto nocturno, cubierto por la luminosidad de la madre de los cielos, la criatura más hermosa que haya creado nuestro señor, se presentaba bajo el umbral que daba al balcón. Sus brillantes ojos color esmeralda relucían con una fuerza felina, mientras sus dorados cabellos ondulados, danzaban sobre sus hombros desnudos. Me quedé prendado con su menuda humanidad, con su sonrisa perfecta, su nariz puntiaguda y sus labios carmesí. Sentía como su alma se hacía presente en mi corazón, acariciándolo hasta hacerlo completamente suyo.

Aquella noche, vi por primera vez a María. El amor de mi vida.

 

***

 

«Mi príncipe. Gracias por amarme tanto».

 

En mis sueños, se repetía aquella frase siempre antes de despertar. Su melodiosa voz aun retumbaba en mi cabeza, como cuando me despertaba cada mañana, deseándome un buen día.

La primera mañana, después del funeral de mi amada, desperté junto a los primeros rayos del alba, sudoroso y asustado. Aún incrédulo por todo lo ocurrido los días anteriores. Sentado en mi cama, observaba al fondo de la habitación, desde donde se divisaba una puerta semiabierta. Me levanté de mis aposentos con la lentitud de un anciano y me acerqué hacia ese rincón, con mi cabeza gacha y arrastrando mis pies con torpeza.

Ya no era el mismo de antes. El hombre vigoroso e imponente ya no existía.

Con la fragilidad de un bebé recién nacido, abrí suavemente aquella puerta, revelándoseme una imagen que me provocaba dolor y a la vez un placer insano. Ingresé al interior del pequeño habitáculo, en el cual colgaban distintas prendas femeninas, unas más finas que otras, pero todas con la misma importancia para mí. Muchos recuerdos, de tardes de fiesta, de viajes por el mundo, de caminatas por el parque, cada prenda me recordaba algo especial. Una imagen con mi amada, representada en un vestido, una camisa, un guante de seda. Miles de recuerdos dentro de ese rincón.



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En el texto hay: fantasia, distopia, steampunk

Editado: 06.09.2023

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