Tales cuentos volumen 1

El Duque Blanco

«Hay un hombre de las estrellas esperando en el cielo».

David Bowie, Starman


Estoy en la azotea de mi torre, observando hacia los edificios de Phillips, por calle Monjitas. Siempre he admirado el puente que une ambas construcciones en sus cumbres. Me encanta observar esa maravilla arquitectónica mientras fumo un cigarrillo. Me da una tranquilidad que es muy difícil sentir en este mundo de soledad. En esta ciudad de días sombríos, de miedos insostenibles. De almas en pena que queman su vida, sin siquiera saber cuándo llegará el final de su suplicio. Yo soy una de ellas. Un ser solitario, deambulando entre el gris de la ciudad, con el rayo que adorna mi rostro. O como se dice acá, un residente.


***


Mi nombre es Sid. Soy imitador de profesión y no recuerdo exactamente qué edad tengo, aunque mi apariencia indica treinta y tantos. Fallecí hace un largo tiempo y soy originario de los Estados Unidos. Actualmente vivo en Santiago. 


En vida, imitaba a David Bowie en un bar de Seattle, mucho antes que el espíritu adolescente se tomara sus calles. Siempre he sentido admiración por el Sr. Jones, quien ha sido mi fuente de inspiración para muchas cosas y durante mis años gloriosos, trataba de imitar y perfeccionar cada uno de sus movimientos.

Creo que mi aspecto ayudó a que me acercara notoriamente en apariencia, logrando un amplio reconocimiento entre mis pares. Sin embargo, esa estampa que me caracterizaba se ha perdido. Ahora, solo soy una sombra de mis mejores tiempos. 


No recuerdo como dejé el mundo terrenal. Solo sé que el rayo maquillado que cruza mi rostro, me recuerda la elegante, pero ingrata profesión que ejercí. Alguna vez intenté limpiar el maquillaje de mi cara, pero por extraño que parezca, aquella tintura se mimetizó en mi piel. En resumen, no pude limpiar mi rostro de las marcas del pasado, por lo que, en este mundo fantasmal, es la señal que me diferencia del resto. En todo caso no me molesta llevar la marca de Aladdin Sane. Eso me recuerda el hombre que alguna vez fui. El que me gustaría volver a ser.


Con respecto a mi actual residencia, desconozco si en vida visité Santiago y si fallecí como turista, o si por alguna extraña razón llegué aquí. Honestamente no lo sé. Solo sé que actualmente soy un santiaguino más que deambula entre sus paseos, o mejor dicho entre sus sombras, ignorado por los millones de ojos mortales que transitan por sus calles. 


Para situarlos un poco más en este Santiago oscuro donde me encuentro, solo se me ocurre una palabra, el infierno. Personalmente no sé si este lugar es al que se refieren los religiosos, solo les puedo mencionar que alguna vez lo escuche de boca del encargado de la tienda de discos que visito esporádicamente: «Toda esta mierda es el infierno». Aunque dentro de esa misma charla, un tipo vestido de frac y engominado a lo Gardel, le enriqueció su observación: «Estimado, esto es peor que el Infierno». Prefiero pensar que no fui un mal hombre, como para pasar mi eternidad en el averno, aunque todo lo que ocurra acá contradiga mi punto de vista. 


Según he observado, este mundo ha ido evolucionando a la par del mundo de los vivos. La diferencia es que cada uno tiene sus propias reglas. Las leyes de acá superan toda lógica existente en el mundo real. El ambiente es gris. Los colores vivos no existen. Tampoco existen barreras idiomáticas. Otra cosa diferenciadora es la percepción que cada uno tiene del tiempo. Por ejemplo, en cosa de minutos, el día pasa a ser noche y viceversa. Nunca se sabe cuándo cambiarán. A veces la escasa luz del día se mantiene por algunas horas o en el peor de los casos, por algunos minutos. Lo mismo ocurre con la noche, largas jornadas a oscuras o lapsos cortos de estas. Todo es un caos que termina por confundir a cualquiera. Sin embargo, creo que muchos prefieren la quietud del día por sobre el horror de la noche. 


Después del crepúsculo, este mundo es aterrador. Esta estrictamente prohibido deambular por las calles sin tener una razón. Esta prohibición es una especie de ley que no se encuentra validada por algún documento, pero que por razones de supervivencia es respetada y seguida por todos. En la oscuridad, conviven criaturas conocidas como los devoradores de residentes. Una infinidad de monstruos que atacan amparados por las sombras. Algunos son enormes lobos, otras son bestias aladas a la usanza de las gárgolas. Existen serpientes gigantes que surcan los cielos y devoran grandes aglomeraciones de gente, al igual que un tiburón arrasa con un cardumen. Son monstruos mitológicos, criaturas siniestras que hemos conocido gracias a viejas leyendas, o al menos muchas de estas bestias les asimilan. Se dice entre pasillos que cada cierto tiempo aparecen nuevas criaturas, tanto o más aterradoras que las nombradas. Que en algunas ocasiones se dejan ver insectos gigantes entre los edificios o que, desde las cloacas, emergen tentáculos viscosos que atrapan a sus presas, no sin antes destrozar sus huesos. 


Son estas las razones que hacen que los seres no se alejen mucho de sus residencias. Es muy complicado adivinar en que momento la noche caerá. Por lo mismo, no es extraño el encontrarse con los mismos individuos, recorriendo los mismos rincones y compartiendo sus historias una y otra vez. Es este el Santiago que cada día observo desde mi balcón, en el viejo departamento del edificio Plaza de Armas. En el kilómetro cero de esta frenética urbe. Una ciudad que los mortales ignoran, hasta que la muerte se las muestra.



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En el texto hay: fantasia, distopia, steampunk

Editado: 06.09.2023

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